La guerra civil en Al Andalus duraba ya más de un año y medio, desde la revuelta inicial de febrero de 1009 contra el nefasto gobierno del hijo de Almanzor, que puso fin a la autoridad real de éste, y al reinado, para entonces ya sólo nominal, de Hisham II. Entre 1009 y 1010 se sucedieron los gobernantes, apoyados unos por los andalusíes y otros por los beréberes, mercenarios norteafricanos traídos por Almanzor para su ejército. Todo con la intervención, por primera vez en siglos, de los reinos cristianos del norte, que se frotaban las manos viendo como se consumía el antaño todopoderoso imperio cordobés.
Los beréberes habían sido expulsados en mayo de 1010 por las tropas de al-Mahdi, un ejército combinado de eslavos, andalusíes y catalanes reunido en Toledo, que venció a los norteafricanos en Córdoba y les persiguió hasta Cádiz. Allí se cambiaron las tornas, los catalanes fueron vencidos, y regresaron a Córdoba en desbandada, saqueando la ciudad y haciendo entender a los pobladores que los beréberes regresarían, más pronto que tarde, buscando venganza. La maltrecha capital se preparó de nuevo para la guerra.
En verano, al-Mahdi fue asesinado, y se restituyó a Hisham II, el último califa estable que había tenido Al Andalus. Los eslavos dirigieron la defensa, cavando un enorme foso alrededor de la ciudad, y levantando nuevas murallas entre las que quizá estuvieran las que hoy conocemos como murallas de la Axerquía (especialmente su parte sur). Los defensores se atrincheraron en las ciudades de Córdoba y Medina Azahara, dejando a su suerte o arrasando de forma preventiva otros lugares como el palacio de la Arruzafa.
Cuando el enemigo llegó, puso sitio a la capital. Era casi imposible tomar Córdoba por asalto, pero Medina Azahara, el sueño de Abderramán III hecho realidad en 936, se encontraba aislada y casi indefensa. Se dice que fue el 4 de noviembre cuando comenzó el ataque. Y después de tanto tiempo usando su libro como fuente, lo mejor será copiar el relato que Antonio Muñoz Molina hace de aquellos momentos:
"A principios de noviembre pusieron sitio a Madinat al-Zahra, tomándola por asalto al cabo de tres días y degollando primero a los soldados de la guarnición y luego a todos los hombres, mujeres y niños que vivían en la ciudad palacio de Abderramán al-Nasir, sin respetar siquiera a los que se habían refugiado en la mezquita. Cazaron a los animales exóticos que poblaban los jardines, destrozaron la gran taza de mármol sobre la que en otro tiempo se derramaba el mercurio, arrancaron las perlas y las piedras preciosas incrustadas en los capiteles, usaron como cuadra para sus caballos los salones donde se habían humillado ante el califa de al-Andalus los embajadores de los reinos del mundo. Durante todo aquel invierno se ensañaron sin descanso en la destrucción y luego la consumaron con el fuego".
El asedio de Córdoba todavía tenía que durar tres años más. Las huertas, almunias y palacios alrededor de la ciudad desaparecieron. Los arrabales que quedaban en pie fueron saqueados y quemados, y sólo el pequeño núcleo que hoy constituye el casco histórico resistió detrás de las murallas hasta el momento en que no hubo más remedio que rendirse. Aunque hubo guerra antes y después, este fue el episodio que desangró y derrumbó la antigua capital califal de medio millón de habitantes y siete kilómetros de largo, desde Medina Azahara hasta los meandros del Guadalquivir cerca de las Quemadas.
No sé si en Córdoba habrá habido algún recuerdo para este aniversario, pero a mí siempre me conmovió, y creo que es una historia que merece ser contada de vez en cuando.
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