Llevaba dando vueltas al tema mucho tiempo: la casa de la finca del torero Lagartijo, a la salida de Córdoba en dirección a Rabanales y las Quemadas, amenazaba con venirse abajo el día menos pensado, toda vez que al declararla protegida el Ayuntamiento, quedaba prohibido derribarla directamente. Los días y las lluvias intensas fueron pasando, hasta que una mañana, conduciendo hacia Rabanales, me encontré la temida estampa de un derrumbe parcial de la casa.
Decidí preguntar al Tabernero de la Calleja si tenía alguna foto o pensaba hacerla, para que quedara como recuerdo, porque era evidente que a la casa ya no la salvaba ni el arcángel San Rafael. Supongo que se cogería la moto y se plantaría allí a retratar lo que quedaba del cortijillo, porque a los pocos días me envió la imagen.
La tapia que Rafael Molina Sánchez mandó construir, derribar y volver a construir, delimitando su finca, con el fin de paliar, a su manera, la pobreza que existía entre los braceros cordobeses, se va cayendo también trozo a trozo con las inclemencias de cada invierno.
Así que como era una entrada facilita de escribir, y no tengo ganas de partirme la cabeza antes de las vacaciones, os dejo esta imagen para el recuerdo del cortijo de Lagartijo: lo suficientemente caído para que sintamos vergüenza por su situación, lo suficientemente en pie como para que lo añoremos.
Mucho descanso y buena semana.
---
Edito: me ha enviado Ildefonso López, colaborador habitual de Cordobapedia, un artículo muy interesante sobre cómo se construyó la famosa "cerca de Lagartijo". Os recomiendo echarle un vistazo, para completar la visión del tema. Había pensado en colgarlo en una entrada nueva, pero pensando en un futuro curioso que busque en Google, mejor ponerlo todo junto aquí.
lunes, 18 de abril de 2011
sábado, 16 de abril de 2011
El agua de la Palma
Aunque es uno de mis temas favoritos, no lo trato mucho por aquí debido, en primer lugar, a su dificultad. Hablar de estas cosas sin meter la pata hasta el fondo requiere estar familiarizado con la toponimia y topografía antiguas de los alrededores de Córdoba, y muchas veces prefiero callarme antes de confundir al personal con informaciones erróneas. Muchas veces prefiero esperar a que sea Laurentino quien se explaye en su Puente Mayor, porque suele aportar datos muy interesantes.
Las aguas tradicionales procedentes de manantiales de la sierra abastecieron a Córdoba desde la época romana hasta principios del siglo XX, permitiendo a la población disfrutar de unos niveles de salubridad que variaron mucho a lo largo de las distintas épocas.
Una de las canalizaciones más importantes fue la conocida como "el agua de la Palma", por asociación con una huerta que se encontraba en lo que hoy es el barrio de Fátima, y que llevaba ese nombre. Esta conducción tiene la particularidad de nutrirse de la misma zona de la que en tiempos romanos, según Ángel Ventura, llegaba a Córdoba el acueducto Aqua Nova Domitiana Augusta: el arroyo Pedroche.
Según el libro de "Las aguas de Córdoba", de López Amo, el manantial se encontraba en el depósito del Sombrero del Rey. Este nombre era relativamente común, y se daba a las alcubillas que tenían una curiosa forma en la parte superior, de las que en Córdoba hubo al menos tres. Este Sombrero del Rey, cerca de las cocheras de Aucorsa y el molino de los Ciegos, fue tapado de manera inmisericorde en unas relativamente recientes obras de ampliación del acceso por la carretera de Badajoz. En esta foto de Saqunda se puede ver su estado antes de las obras.
Desde allí, el agua bajaba a Córdoba de alcubilla en alcubilla, hasta llegar a la puerta de Plasencia, donde comenzaba su distrubución hacia las distintas fuentes públicas y propietarios particulares. Un ramal se dirigía hacia la calle Montero: hace mucho tiempo, colgué por aquí la única foto conocida de la fuente de Mariblanca que, junto con el hospital de Jesús Nazareno, se abastecían de esta conducción.
Otra parte del agua entraba hacia la entonces ermita de San Rafael, y surtía la fuente de la plazuela, que aún sigue allí. El convento de Santa María de Gracia e incluso algunas casas de la calle Almonas, mayormente de gente de pasta, se beneficiaban del agua de la Palma.
El grueso del caudal, sin embargo, se distribuía entre tres fuentes públicas de gran importancia: las de la plaza de la Magdalena, el Campo de San Antón y el Campo Madre de Dios. Cada una de ellas estaba surtida con seis pajas de agua, de las 27 que constituían el caudal completo que venía del manantial. La del Campo Madre de Dios, que hoy día sigue allí, un poco trasladada, en el jardincito frente a las Lonjas, es la de la izquierda. A la derecha se ve el Campo de San Antón, junto al convento del Carmen (hoy Facultad de Derecho). La fuente se trasladó más tarde a la plaza de los Trinitarios, donde anteriormente había otra pequeñita, surtida con agua de Miraflores.
Y, aparte, también les llegaba agua de esta conducción a otros edificios importantes extramuros de los barrios de la Magdalena y Santiago: el hospital de San Bartolomé y el convento de San Juan de Dios, cerca de Derecho, por ejemplo.
En fin, toda esta historia se fue terminando según avanzaba el siglo XX y se renovaba el aporte de agua potable a la ciudad, con la mejora de algunas cañerías de la sierra y, sobre todo, con la construcción de la presa del Guadalmellato.
Las aguas tradicionales procedentes de manantiales de la sierra abastecieron a Córdoba desde la época romana hasta principios del siglo XX, permitiendo a la población disfrutar de unos niveles de salubridad que variaron mucho a lo largo de las distintas épocas.
Una de las canalizaciones más importantes fue la conocida como "el agua de la Palma", por asociación con una huerta que se encontraba en lo que hoy es el barrio de Fátima, y que llevaba ese nombre. Esta conducción tiene la particularidad de nutrirse de la misma zona de la que en tiempos romanos, según Ángel Ventura, llegaba a Córdoba el acueducto Aqua Nova Domitiana Augusta: el arroyo Pedroche.
Según el libro de "Las aguas de Córdoba", de López Amo, el manantial se encontraba en el depósito del Sombrero del Rey. Este nombre era relativamente común, y se daba a las alcubillas que tenían una curiosa forma en la parte superior, de las que en Córdoba hubo al menos tres. Este Sombrero del Rey, cerca de las cocheras de Aucorsa y el molino de los Ciegos, fue tapado de manera inmisericorde en unas relativamente recientes obras de ampliación del acceso por la carretera de Badajoz. En esta foto de Saqunda se puede ver su estado antes de las obras.
Desde allí, el agua bajaba a Córdoba de alcubilla en alcubilla, hasta llegar a la puerta de Plasencia, donde comenzaba su distrubución hacia las distintas fuentes públicas y propietarios particulares. Un ramal se dirigía hacia la calle Montero: hace mucho tiempo, colgué por aquí la única foto conocida de la fuente de Mariblanca que, junto con el hospital de Jesús Nazareno, se abastecían de esta conducción.
Otra parte del agua entraba hacia la entonces ermita de San Rafael, y surtía la fuente de la plazuela, que aún sigue allí. El convento de Santa María de Gracia e incluso algunas casas de la calle Almonas, mayormente de gente de pasta, se beneficiaban del agua de la Palma.
El grueso del caudal, sin embargo, se distribuía entre tres fuentes públicas de gran importancia: las de la plaza de la Magdalena, el Campo de San Antón y el Campo Madre de Dios. Cada una de ellas estaba surtida con seis pajas de agua, de las 27 que constituían el caudal completo que venía del manantial. La del Campo Madre de Dios, que hoy día sigue allí, un poco trasladada, en el jardincito frente a las Lonjas, es la de la izquierda. A la derecha se ve el Campo de San Antón, junto al convento del Carmen (hoy Facultad de Derecho). La fuente se trasladó más tarde a la plaza de los Trinitarios, donde anteriormente había otra pequeñita, surtida con agua de Miraflores.
Y, aparte, también les llegaba agua de esta conducción a otros edificios importantes extramuros de los barrios de la Magdalena y Santiago: el hospital de San Bartolomé y el convento de San Juan de Dios, cerca de Derecho, por ejemplo.
En fin, toda esta historia se fue terminando según avanzaba el siglo XX y se renovaba el aporte de agua potable a la ciudad, con la mejora de algunas cañerías de la sierra y, sobre todo, con la construcción de la presa del Guadalmellato.
domingo, 10 de abril de 2011
El cacique que se metió a político
Érase una vez una ciudad de provincias venida a menos, hasta quedar olvidada por el resto del país y encerrada en sí misma. Éranse una vez Córdoba y sus mentideros, sus gentes, sus tabernas y sus personajes. Personajes como la figura del cacique local, el hombre al que la ciudad, huérfana en buena medida de otros referentes, rendía pleitesía y daba culto, obedeciendo a unas normas no escritas que la sociedad se había ido encargando de definir.
El cacique parecía amable y benevolente. Como se podía leer en la prensa, quién sabe hasta qué punto conchabada, abría las puertas de su casa a los que necesitaban de su ayuda. En su despacho, en un jardín o en un aparte durante el café en alguna terraza, escuchaba las penurias de sus conciudadanos y, mientras acariciaba su blanca pelambrera, movía los hilos que fueran necesarios para prestarles la asistencia que necesitaran. Una pequeña cantidad de dinero, quizás, un papelito, una carta de recomendación, un poco de agilidad para según qué trámites.
Todos sabían dónde podían conseguirse esos favores, todos sabían cómo y dónde se movían aquellos hilos, aquella burocracia paralela. No eran los mejores tiempos para la democracia en el país en general, pero tal perversión del principio de que el poder emanaba del pueblo a través de las instituciones libremente elegidas provocaba sarpullidos, tanto en los que, por convicción, no comulgaban con ese sistema, como en los curritos que, por razones evidentes de número, no llegaban a recibir los favores del cacique. El poder no venía del pueblo, venía de la pasta. En última instancia, fuera bueno o malo, bienintencionado o paternalista, lo que le daba la influencia a aquel hombre era su posición económica.
Al menos, hasta que se metió en la política. La política abría muchas más puertas, permitía tejer una red mucho más amplia con nuevos mecanismos de influencia. Además, permitía entrar en un círculo vicioso en el que los favores pasados atraían los votos futuros, y ser un cargo electo facilitaba los nuevos chanchullos. Y en todo ese juego, se diluía no sólo la democracia, sino la propia dignidad de la sociedad, que renunciaba a defender como suyo el derecho a un trabajo o a una vida próspera, a cambio de recibir las migajas de un sistema clientelar. Es así como se llegaba a poner el carisma por encima de la eficacia, el amiguismo por encima del compromiso y, al final, la trampa por encima de la ley.
Los vicios de la Restauración tuvieron en el caciquismo una de sus más nefastas representaciones en Andalucía. Aun sin muchos datos para decir si fueron, cada uno de ellos, malas o buenas personas, podemos saber que contribuyeron a la corrupción del sistema y, a la postre, a su desaparición en brazos del autoritarismo. El otro día, en los jardines de "Los Patos", pensaba, por ejemplo, en que la "blanca pelambrera" de la barba de Antonio Barroso y Castillo, que llegó a ocupar diversos cargos como ministro en Madrid, fue esculpida en un vistoso monumento esos mismos jardines a la muerte del político en 1916, para que así pudiera durar su memoria doscientos cincuenta o trescientos años. No duró ni uno: lo que tardó una manifestación obrera en hacer añicos aquellas figuras. Tal vez aquellas gentes se pensaban que era el principio del fin de esa lacra regional. Quién les iba a decir que, un siglo después, los cordobeses querrían volver a ser lo que fueron.
El cacique parecía amable y benevolente. Como se podía leer en la prensa, quién sabe hasta qué punto conchabada, abría las puertas de su casa a los que necesitaban de su ayuda. En su despacho, en un jardín o en un aparte durante el café en alguna terraza, escuchaba las penurias de sus conciudadanos y, mientras acariciaba su blanca pelambrera, movía los hilos que fueran necesarios para prestarles la asistencia que necesitaran. Una pequeña cantidad de dinero, quizás, un papelito, una carta de recomendación, un poco de agilidad para según qué trámites.
Todos sabían dónde podían conseguirse esos favores, todos sabían cómo y dónde se movían aquellos hilos, aquella burocracia paralela. No eran los mejores tiempos para la democracia en el país en general, pero tal perversión del principio de que el poder emanaba del pueblo a través de las instituciones libremente elegidas provocaba sarpullidos, tanto en los que, por convicción, no comulgaban con ese sistema, como en los curritos que, por razones evidentes de número, no llegaban a recibir los favores del cacique. El poder no venía del pueblo, venía de la pasta. En última instancia, fuera bueno o malo, bienintencionado o paternalista, lo que le daba la influencia a aquel hombre era su posición económica.
Al menos, hasta que se metió en la política. La política abría muchas más puertas, permitía tejer una red mucho más amplia con nuevos mecanismos de influencia. Además, permitía entrar en un círculo vicioso en el que los favores pasados atraían los votos futuros, y ser un cargo electo facilitaba los nuevos chanchullos. Y en todo ese juego, se diluía no sólo la democracia, sino la propia dignidad de la sociedad, que renunciaba a defender como suyo el derecho a un trabajo o a una vida próspera, a cambio de recibir las migajas de un sistema clientelar. Es así como se llegaba a poner el carisma por encima de la eficacia, el amiguismo por encima del compromiso y, al final, la trampa por encima de la ley.
Los vicios de la Restauración tuvieron en el caciquismo una de sus más nefastas representaciones en Andalucía. Aun sin muchos datos para decir si fueron, cada uno de ellos, malas o buenas personas, podemos saber que contribuyeron a la corrupción del sistema y, a la postre, a su desaparición en brazos del autoritarismo. El otro día, en los jardines de "Los Patos", pensaba, por ejemplo, en que la "blanca pelambrera" de la barba de Antonio Barroso y Castillo, que llegó a ocupar diversos cargos como ministro en Madrid, fue esculpida en un vistoso monumento esos mismos jardines a la muerte del político en 1916, para que así pudiera durar su memoria doscientos cincuenta o trescientos años. No duró ni uno: lo que tardó una manifestación obrera en hacer añicos aquellas figuras. Tal vez aquellas gentes se pensaban que era el principio del fin de esa lacra regional. Quién les iba a decir que, un siglo después, los cordobeses querrían volver a ser lo que fueron.
Sic transit |
domingo, 3 de abril de 2011
La muralla y los almogávares: ¿existió una puerta de Benito de Baños?
Córdoba recuerda pocos nombres relacionados con el episodio de la conquista de la ciudad a los restos del imperio almohade, en 1236. Algunos de ellos, como Álvar Pérez de Castro o Pedro Ruiz Tafur, figuran como jefes militares de algunos de los batallones que ocuparon la Axerquía aquella noche. Pero hay dos que siempre van unidos entre sí y a una historia (quizás leyenda) épica de acciones de comando al estilo medieval: son los almogávares Álvar Colodro y Benito de Baños, siempre mencionados en ese orden.
Resulta bastante curioso. Hace tiempo me pregunté qué tenía Colodro que no tuviera Benito de Baños, para que una puerta de la ciudad llevara su nombre en recuerdo de la acción militar. Parece bastante injusto que, sin que se tenga noticia de que uno estuviera por encima de otro en rango o importancia, a Alvar Colodro se le diera ese privilegio.
¿O no fue así? ¿Quedaron los dos en el recuerdo porque realmente existieron dos puertas en la muralla, cada una con el nombre de uno de los soldados?
Sólo he encontrado una cita en relación a este tema, en el artículo "El recinto amurallado de la Córdoba bajomedieval", de Escobar Camacho, quien hace referencia a la descripción de la muralla por Enrique Vaca de Alfaro en el siglo XVII*. En dicha descripción aparecen, entre la puerta del Colodro y la de la Misericordia, unas "torres de Benito de Baños", construidas en argamasa y con un arco entre ellas. En el plano que acompaña al artículo, aunque con poca resolución, se sitúan esas torres a medio camino entre las puertas del Colodro y la Misericordia, en un pequeño recodo como el que albergaba, en origen, las puertas de la Misericordia (Alquerque, por entonces) y Andújar.
La presencia de torreones en la muralla unidos por un arco (volado o adosado al lienzo de piedra) aparece, aparte de este punto, en otros tres lugares de la cerca cordobesa:
- En la puerta de Baeza, que se conservó hasta finales del siglo XIX.
- En la primera ubicación de la puerta de los Sacos en el lienzo sur de la muralla de la Huerta del Alcázar (de este tema hablaremos en unos días).
- En la primitiva puerta de Andújar, que fue macizada para formar la conocida como torre de los Donceles.
En definitiva, esa estructura responde a las necesidades defensivas de una puerta de la muralla, y no parece descabellado pensar que existió una puerta de Benito de Baños, tapiada ya para el siglo XVII, cuatrocientos años después de la conquista, quizás como consecuencia de alguna epidemia, como ocurrió en otros casos más modernos y mejor documentados.
Por desgracia, un acontecimiento tan temprano en la historia de la Córdoba castellana estaba ya más que olvidado cuando se escribieron las completas crónicas del siglo XIX, y no tenemos más datos para hablar sobre esta hipótesis que los que la arqueología nos vaya dando.
---
* Archivo de la Catedral de Córdoba, tomo 278, folios 5 r. y 6 r.
Resulta bastante curioso. Hace tiempo me pregunté qué tenía Colodro que no tuviera Benito de Baños, para que una puerta de la ciudad llevara su nombre en recuerdo de la acción militar. Parece bastante injusto que, sin que se tenga noticia de que uno estuviera por encima de otro en rango o importancia, a Alvar Colodro se le diera ese privilegio.
¿O no fue así? ¿Quedaron los dos en el recuerdo porque realmente existieron dos puertas en la muralla, cada una con el nombre de uno de los soldados?
Sólo he encontrado una cita en relación a este tema, en el artículo "El recinto amurallado de la Córdoba bajomedieval", de Escobar Camacho, quien hace referencia a la descripción de la muralla por Enrique Vaca de Alfaro en el siglo XVII*. En dicha descripción aparecen, entre la puerta del Colodro y la de la Misericordia, unas "torres de Benito de Baños", construidas en argamasa y con un arco entre ellas. En el plano que acompaña al artículo, aunque con poca resolución, se sitúan esas torres a medio camino entre las puertas del Colodro y la Misericordia, en un pequeño recodo como el que albergaba, en origen, las puertas de la Misericordia (Alquerque, por entonces) y Andújar.
La presencia de torreones en la muralla unidos por un arco (volado o adosado al lienzo de piedra) aparece, aparte de este punto, en otros tres lugares de la cerca cordobesa:
- En la puerta de Baeza, que se conservó hasta finales del siglo XIX.
- En la primera ubicación de la puerta de los Sacos en el lienzo sur de la muralla de la Huerta del Alcázar (de este tema hablaremos en unos días).
- En la primitiva puerta de Andújar, que fue macizada para formar la conocida como torre de los Donceles.
En definitiva, esa estructura responde a las necesidades defensivas de una puerta de la muralla, y no parece descabellado pensar que existió una puerta de Benito de Baños, tapiada ya para el siglo XVII, cuatrocientos años después de la conquista, quizás como consecuencia de alguna epidemia, como ocurrió en otros casos más modernos y mejor documentados.
Por desgracia, un acontecimiento tan temprano en la historia de la Córdoba castellana estaba ya más que olvidado cuando se escribieron las completas crónicas del siglo XIX, y no tenemos más datos para hablar sobre esta hipótesis que los que la arqueología nos vaya dando.
---
* Archivo de la Catedral de Córdoba, tomo 278, folios 5 r. y 6 r.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)