En el año de 1420, según unos, y 1442, según otros, este ermitaño tuvo su respuesta. Afirmó que la noche del 8 de septiembre escuchó una voz que le revelaba la existencia de una imagen de la Virgen en el interior de la higuera, donde habría quedado escondida en tiempos de la dominación musulmana, envolviéndola el árbol en su crecimiento. Informado el obispo, se decidió cortar la higuera, apareciendo la imagen de barro de la Fuensanta.
Fue llevada a la Catedral mientras se construía el primer humilladero en el lugar, rápidamente sustituido a finales del siglo XV por la base del santuario actual. La fama de la Fuensanta se había extendido ya por todo el país, e incluso la reina Dª María de Aragón, esposa del rey D. Alonso, se acercó a Córdoba a mediados de dicho siglo, para curarse de una hidropia (no pregunteis). En agradecimiento, hizo al santuario donaciones suficientes como para levantar una hospedería para los pobres que llegaban hasta él.
Las leyendas y tradiciones sobre la Fuensanta necesitarían un blog para ellas solas, pero hay muchas que, por conocidas o curiosas, se pueden destacar.
Como la de los tres hermanos cordobeses que arrojaron a su hermana inválida al pozo del santuario para librarse de ella, contándose que ella misma salió por sus medios y se volvió andando a casa, curada.
O como el niño que en dicho pozo cayó en 1554, diciendo la tradición que el agua abría subido hasta hacer posible que saliera de él. O como el demonio que consiguieron expulsar, el 7 de junio de 1671, del cuerpo de una mujer llamada María Manuela, después de ocho meses de exorcismos e intentos fallidos.
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