jueves, 30 de octubre de 2008

Almogávares

- Aquí tampoco llega.

Efectivamente, la rústica escala de madera posaba su último peldaño a unos dos metros del final del muro. Varios hombres se volvieron hacia los fugados.

- ¿No decíais que había veinte pies?
- Veinte pies aproximadamente. Hace años que nadie repara estas murallas, la altura es distinta según la zona.
- ¡Aproximadamente! Pues nos van a descuartizar aproximadamente en un par de horas como no consigamos subir ahí de una maldita vez.

En absoluto silencio, a paso lento y forzando el oído, el grupo se volvió a separar de la muralla y caminó otro puñado de metros. El intenso frío empezaba a hacer mella en los soldados, y todos deseaban que aquella locura terminara cuanto antes, a hierro matando o a hierro muriendo. Llevaban alrededor de una hora probando la altura de las escalas en distintos puntos de la muralla, sin que en ningún caso fuera posible alcanzar el adarve. Las medidas que les habían dado los habitantes de la ciudad que colaboraban con ellos en la operación parecían estar equivocadas.

Eran las cuatro de la madrugada del día 24 de enero. De 1236. Y un grupo reducido de soldados de Castilla estaba tratando de encontrar el punto débil de las murallas de la Axerquía de Córdoba. Pero la tensión era demasiada y decidieron tomarse un descanso. A escasos doscientos metros de los muros, los hombres relajaron sus espaldas sobre unos pequeños muretes de piedra. Eran ruinas de una casa, y al parecer los alrededores de la ciudad estaban plagados de ellas, como si Córdoba alguna vez hubiera sido mucho mayor, hasta que una catástrofe la hubiera barrido sin piedad.

El reducido destacamento estaba formado en su mayor parte por los "comandos" de la época, los soldados para misiones peligrosas en territorio enemigo, guerreros endurecidos por el clima y la situación fronteriza de las montañas del Sistema Ibérico y sus alrededores: eran los llamados almogávares, que a las órdenes de la Corona de Aragón se convertirían en una fuerza decisiva en muchas batallas posteriores.


Después del respiro, continuaron la marcha. Los cordobeses que les acompañaban para facilitarles la tarea les iban describiendo las puertas de la muralla oriental de la ciudad. Una lástima que nadie se entretuviera en apuntar todos aquellos topónimos perdidos para la Historia.

El grupo bordeó la muralla norte, cada vez más inquietos ante la posibilidad de ser descubiertos. Llegados a un punto, los cordobeses detuvieron su avance.

- No podemos seguir. Detrás de esa esquina estaríamos expuestos a la torre noroeste. Puede que todos los centinelas desde el río hasta aquí estén dormidos, pero los de la gran torre siempre velan.

Benito Baños echó un vistazo al muro.

- Podemos intentarlo aquí.

Vestidos al estilo musulmán, varios de los mejores soldados se prepararon para ascender. La escala quedaba a un metro escaso de las casi desaparecidas almenas. Las instrucciones eran claras: había que pasar desapercibidos el mayor tiempo posible, hasta que hubiera tal cantidad de cristianos en el adarve que ya no fuera posible detener su avance a lo largo de la muralla.

Álvar Colodro fue el primero en subir, el primero en poner el pie en lo que podríamos considerar el interior de Córdoba. Protegidos por las tinieblas, pequeñas patrullas de almogávares fueron pasando por las torres, eliminando a los centinelas musulmanes, y desandando hacia el sur el camino realizado desde que intentaran por primera vez asaltar el muro.

Para cuando uno de los vigías tuvo ocasión de dar la alarma antes de sentir la espada del castellano, las primeras avanzadas habían llegado a las cercanías del extremo suroriental de la muralla, junto al principal molino de la margen derecha del Guadalquivir. Estaban a escasos metros de su objetivo.


La ciudad por fin se agitaba, las primeras luces se encendían dentro de las casas y los gritos de los soldados cordobeses marcaban el inicio de la verdadera batalla. Uno de los almogávares se asomó entre dos almenas y comprobó cómo, entre las sombras, fuera de la ciudad, se aproximaba una masa indefinida de hombres. Había llegado Pedro Ruiz Tafur con sus soldados de Martos, y enseguida se escuchó el sonido de las hachas contra la dura madera de las puertas. Los fronteros cristianos descendieron del adarve para abrirlas desde dentro, y en ese momento una riada de peones entró en la Axerquía. La Conquista de Córdoba había comenzado.

(Sigue...)

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