Nada que ver con el ambiente que, según nos cuenta Ramírez de Arellano, se vivía en ella a mediados del mencionado siglo XIV, reinando en Castilla Pedro I el Cruel.
Nos habla de un mesonero contrahecho, de carácter traicionero y poco popular en el barrio. Una noche de intensa tormenta, en medio de una tromba de agua, habría llegado al Potro, a lomos de un magnífico caballo, un joven capitán del ejército castellano, que se dirigía a Sevilla a encontrarse con el Rey. Pidió posada y allí cenó, junto a otra gente de menor distinción, reparando en la que se suponía (aun sin que hubiera parecido) hija del mesonero, que también se había fijado en él. La misma muchacha que, cuando el mesonero acompañaba al capitán a la mejor habitación de su posada, le agarró de un brazo y le advirtió:
- Caballero, no durmáis.
Confuso, el viajero pasó las horas espada en mano, en un rincón de la habitación, mientras el viento y la lluvia sacudían los postigos, hasta que empezó a percibir un pequeño chirrido, como de una portezuela. Allí, entre las sombras, pudo distinguir al mesonero, esperando asomado a que se durmiera y bajara la guardia.
Le ahuyentó con la espada y saltó rápidamente a un patio donde le esperaba la joven, que le acompañó hasta las caballerizas y le despidió a toda prisa, tras pedirle:
- Caballero, idos y contad al Rey lo que pasa en el mesón del Potro.
Y antes del amanecer, ya cruzaba el puente el capitán, camino de Sevilla y de su Alcázar.
Tras el abrazo de bienvenida de Pedro I, el semblante del Rey se fue ennegreciendo al conocer las noticias que traía el capitán. Aunque bromeaba con la medida en que la mujer había hecho perder la razón al soldado, decidió ir a Córdoba en persona para comprobar sus afirmaciones.
Y así, ante la sorpresa del Corregidor, de los caballeros Treces y de todos los habitantes, se presentó el Rey en el Alcázar de Córdoba y convocó allí a toda la nobleza, dando orden de que nadie saliera hasta que no llevara a cabo una tarea personal. Con todos ellos, se dirigió hasta la plaza del Potro, y entró en la posada, donde el mesonero le recibió con grandes honores, cambiándole el semblante cuando reconoció al capitán.
La muchacha se tiró a los pies del Rey y le pidió venganza y justicia, comenzando los hombres que le acompañaban a desenterrar cadáveres de viajeros asesinados por el mesonero para robarles, uno de los cuales resultó ser el verdadero padre de la joven.
El Rey montó en cólera contra el Corregidor, a quien acusó de incompetente, y ordenó atar al mesonero a una reja, mientras que dos caballos amarrados a sus pies eran espoleados para que le despedazaran, en medio del terror de la gente. El cuerpo fue arrastrado por la calle Lineros, y el Rey advirtió al Corregidor: “Ya que no sabes ejercer en mi nombre la justicia que te he confiado, he venido en persona a enseñarte tu deber. Mas ten entendido que si a hacerlo otra vez me obligas, haré recordar en ti al mesonero del Potro”.
1 comentario:
no veas el colega, como se pasaba ¿no? Para que luego digan que en los dinujitos de la tele hay violencia...
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