Cuenta la tradición, transmitida por varias generaciones de cordobeses, que el padre Andrés de las Roelas, en aquellas noches de primavera de 1578, se sentía carcomido por la duda, por la sospecha de que todo pudiera ser un engaño de sus mermados sentidos, una consecuencia de la enfermedad que padecía.
Desde aquella noche en que, animado por una voz interior (Sal al campo y sanarás) salió al Marrubial desde su casa, cerca de San Lorenzo, y se le aparecieron cinco caballeros, quienes le aseguraron que los restos recientemente encontrados en la iglesia de San Pedro pertenecían a los mártires de Córdoba, Acisclo y Victoria.
El joven que, desde entonces, le visitaba por las noches para contarle historias sobre estos mártires, y que se había identificado como el Arcángel San Rafael, había motivado sus consultas con otros religiosos, e incluso con el Provisor de los Jesuitas, el cual fue claro en su consejo: que la visión demostrara ser quien decía.
Esa fue la condición que puso el padre Roelas para escucharle la quinta noche de apariciones. Cuentan que el ángel, se dice incluso que con irritación, mostró su autoridad con un juramento: "Yo te juro ante Cristo crucificado que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por custodio de esta ciudad".
Así lo contaron los cordobeses cuando los escritos privados del sacerdote se dieron a conocer, y así lo grabaron los escultores en los triunfos por toda la ciudad.
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