En el año de 1882, cuando una gran parte de la cerca cordobesa y casi todas sus puertas estaban ya convertidas en ruinas, la ciudad de Córdoba se propuso embellecer los alrededores del Real de la Feria, en el Paseo de la Victoria.
Para ello, el 28 de abril el Ayuntamiento ordenó con carácter urgente (para la Feria de aquel año) la destrucción de uno de los símbolos de antigüedad y decadencia de Córdoba: la Puerta de Almodóvar. Para entender la mentalidad de aquella gente, basta ver que junto con dicho derribo se estaban emprendiendo actuaciones como la plantación de árboles en el paseo, el alineamiento de las fachadas y otras mejoras estéticas.
Si aún hoy podemos entrar a la Judería por una de las dos puertas que resisten intactas el paso de los hombres ignorantes, es por la casualidad de que junto a ella se encontrara un depósito de agua que era necesario variar y reconstruir, lo cual prolongó los trámites el tiempo suficiente como para que la Real Academia de San Fernando, que en otras ocasiones había fracasado en su intento de salvar parte del patrimonio cordobés, impidiera su ejecución con su dictamen negativo.
Una restauración llevada a cabo años más tarde devolvería a la puerta la apariencia monumental que hoy nos ofrece.
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