Escucha aquí la historia de Ibn Firnas, contada por Juan Antonio Cebrián, Carlos Canales y Jesús Callejo
Un grupo de personas sale de sus casas, en los incipientes arrabales occidentales de Qurtuba, de buena mañana, cuando el sol comienza a calentar y se forman en el aire corrientes térmicas que impulsan a las aves hacia el cielo. Se dirigen al norte, remontando el curso del wadal-Rusafa, el que sería llamado más adelante arroyo del Moro, una tibia mañana, pongamos que de primavera, del año 875.
Son tiempos difíciles en la capital andalusí, se palpa en el ambiente la posibilidad de una sublevación de los cristianos convertidos al Islam (muladíes) y de los mozárabes, y el emir Mohamed I ha enviado a parte de su guardia a vigilar la extraña concentración de gente a varios kilómetros al noroeste de las murallas, cerca de la zona donde su antepasado Abderramán I el Emigrado, el primer emir de Al Andalus, construyó el palacio de la Rusafa.
Pero nadie, en realidad, tiene otra preocupación que no sea la salud del viejo Ibn Firnas. Que se sepa, no está enfermo, pero la gente sospecha que podría estarlo en un breve período de tiempo. Unos minutos, quizás, porque allí, a lo lejos, sobre una colina (que algunos identifican con las cercanías de Medina Azahara y otros acercan más al Tablero), se recorta la silueta de Abbas Ibn Firnas, un genio, un científico nacido en Ronda pero formado en la corte de los emires, un hombre que a sus sesenta y cinco años ve llegado el día de cumplir su gran sueño.
Alguien comenta en voz alta: “Va a hacerlo otra vez”. O a lo mejor no, porque hay quien no cree que fuera el propio Firnas quien se tirara del minarete de la mezquita Aljama, la mayor de Qurtuba, en 852, agarrado a una lona a modo de paracaídas. Esta vez sí es él quien aparece cubierto de plumas de buitre, con dos grandes alas de madera y tela a ambos lados de su cuerpo, mientras brilla al sol el pequeño amuleto de cristal que le cuelga del cuello.
“Se va a matar”, se oye, muy bajito. Pocas voces se resisten a su llamada al silencio general. Menos aún cuando comienza una penosa carrera entre los chaparros, lastrado por los años y el armatoste que lleva a la espalda, y se aproxima al borde de la pequeña meseta. Después de un madrugón y sin desayuno en el estómago, Ibn Firnas salta a la nada.
Ojos como platos, manos en la frente. Mentes en blanco y caras de sorpresa, admiración, envidia, temor. Tras una breve caída, el viejo Firnas ha remontado el vuelo y planea como una hoja en dirección a la ciudad, mecido por el aire cálido que sube de los campos. Los niños le siguen a la carrera colina abajo, los pájaros se espantan y los guardias envían al novato corriendo al Alcázar, a dar la noticia, porque por nada del mundo se perderían ellos el espectáculo.
Firnas evoluciona en el cielo con confianza, pasan los minutos y no parece estar dispuesto a bajar. La sonrisa en su rostro ilumina la capital, mientras él disfruta de una vista que está vedada al resto de los mortales.
Pasados diez minutos, le falla una corriente y se ve obligado a perder altura y tomar tierra. Volvió a la memoria de todos el loco del minarete cuando las piernas del genio crujieron contra el suelo, en un grito de dolor del pájaro humano. Pero ya estaba hecho. El viejo era feliz. Y durante doce años, todas las noches, vio al cerrar los ojos una ciudad blanca, amurallada, extendiéndose bajo él en la vega del Guadalquivir.
Un grupo de personas sale de sus casas, en los incipientes arrabales occidentales de Qurtuba, de buena mañana, cuando el sol comienza a calentar y se forman en el aire corrientes térmicas que impulsan a las aves hacia el cielo. Se dirigen al norte, remontando el curso del wadal-Rusafa, el que sería llamado más adelante arroyo del Moro, una tibia mañana, pongamos que de primavera, del año 875.
Son tiempos difíciles en la capital andalusí, se palpa en el ambiente la posibilidad de una sublevación de los cristianos convertidos al Islam (muladíes) y de los mozárabes, y el emir Mohamed I ha enviado a parte de su guardia a vigilar la extraña concentración de gente a varios kilómetros al noroeste de las murallas, cerca de la zona donde su antepasado Abderramán I el Emigrado, el primer emir de Al Andalus, construyó el palacio de la Rusafa.
Pero nadie, en realidad, tiene otra preocupación que no sea la salud del viejo Ibn Firnas. Que se sepa, no está enfermo, pero la gente sospecha que podría estarlo en un breve período de tiempo. Unos minutos, quizás, porque allí, a lo lejos, sobre una colina (que algunos identifican con las cercanías de Medina Azahara y otros acercan más al Tablero), se recorta la silueta de Abbas Ibn Firnas, un genio, un científico nacido en Ronda pero formado en la corte de los emires, un hombre que a sus sesenta y cinco años ve llegado el día de cumplir su gran sueño.
Alguien comenta en voz alta: “Va a hacerlo otra vez”. O a lo mejor no, porque hay quien no cree que fuera el propio Firnas quien se tirara del minarete de la mezquita Aljama, la mayor de Qurtuba, en 852, agarrado a una lona a modo de paracaídas. Esta vez sí es él quien aparece cubierto de plumas de buitre, con dos grandes alas de madera y tela a ambos lados de su cuerpo, mientras brilla al sol el pequeño amuleto de cristal que le cuelga del cuello.
“Se va a matar”, se oye, muy bajito. Pocas voces se resisten a su llamada al silencio general. Menos aún cuando comienza una penosa carrera entre los chaparros, lastrado por los años y el armatoste que lleva a la espalda, y se aproxima al borde de la pequeña meseta. Después de un madrugón y sin desayuno en el estómago, Ibn Firnas salta a la nada.
Ojos como platos, manos en la frente. Mentes en blanco y caras de sorpresa, admiración, envidia, temor. Tras una breve caída, el viejo Firnas ha remontado el vuelo y planea como una hoja en dirección a la ciudad, mecido por el aire cálido que sube de los campos. Los niños le siguen a la carrera colina abajo, los pájaros se espantan y los guardias envían al novato corriendo al Alcázar, a dar la noticia, porque por nada del mundo se perderían ellos el espectáculo.
Firnas evoluciona en el cielo con confianza, pasan los minutos y no parece estar dispuesto a bajar. La sonrisa en su rostro ilumina la capital, mientras él disfruta de una vista que está vedada al resto de los mortales.
Pasados diez minutos, le falla una corriente y se ve obligado a perder altura y tomar tierra. Volvió a la memoria de todos el loco del minarete cuando las piernas del genio crujieron contra el suelo, en un grito de dolor del pájaro humano. Pero ya estaba hecho. El viejo era feliz. Y durante doce años, todas las noches, vio al cerrar los ojos una ciudad blanca, amurallada, extendiéndose bajo él en la vega del Guadalquivir.
11 comentarios:
¿Es tuyo el texto?
Pues enhorabuena José, me has hecho volar junto al "loco" de Abbas. De verdadera vergüenza que a este personaje histórico de la ciencia no se le haya reconocido aún como se le merece en esta ciudad. Será el puente inspirado en su aventura de volar el primer testimonio que los cordobeses tengamos de tal hazaña.
Saludos, y poquito a poco voy enganchándome a tu blog, bonita manera de acercar la historia local al ciudadano de a pie.
Enhorabuena por el texto. Me ha gustado mucho.
Este domingo hablaré de ti en el periódico y recomendaré esta entrada y tu blog en general.
Un saludo.
Pues la entrada de Manuel Ruiz en su blog me ha hecho "migrar" a esta otra que me ha encantado, preciosa historia y muy poética forma de contarla, me has hecho soñar despierto un ratito, ¡gracias!
pues si, cojonudo tu relato.Creo que es una historia que debería de conocer cualquier cordobés. En este otro blog he leido que el vuelo fue sólo de 10 segundos:
http://abbasibnfirnas.blogspot.com/
pero ahí queda la leyenda
Sí, casandra. Hay tantas versiones que sólo se puede narrar recogiendo puntos comunes de todas y dándole un toquecillo de cuento. Evidentemente tiene partes imaginadas, pero la ubicación aproximada y la duración del vuelo de unos diez minutos sí parecen verídicos.
El anonimo de siempre:
´Abbas ben Firnas, era un cliente omeya de origen bereber, perteneciente a una familia que vivia en el distrito de Takoronna (Ronda). Su imaginacion y su vena inventiva no conocian limites. Dotado de una incomparable destreza fisica, sobresalia en los juegos de prestidigitacion mas complicados, y las ciencias ocultas no tenian secretos para el. Sabia descifrar los enigmas mas dificiles; cuando un mercader trajo a España el tratado de metrica arabe de Jalil, nadie comprendia nada de las reglas prosodicas ni de los paradigmas de escansion que contenia, y, en cambio, ´Abbas ben Firnas se hizo traer el manuscrito tirado en un rincon de palacio, lo examino, lo comprendio y se lo explico a un auditorio pasmado. Sirviendose de instrumentos inventados por el, descubrio la formula de la fabricacion del cristal, y construyo en vidrio un simulacro del cielo, que a voluntad ponia claro o nuboso, añadiendole relampagos y ruido de truenos. Su golpe mas genial fue, sin embargo, la tentativa que le ha convertido en un remoto precursor de la aviacion y que estuvo a punto de costarle cara. Despues de endosarse una funda en la que habia cosido plumas de seda, y a la que habia añadido dos alas movibles, proporcionadas a su estatura, se arrojo de esta guisa desde lo alto de unos peñascos que dominaban la Rusafa, con gran estupefaccion de los campesinos arremolinados, y tomando vuelo, planeo unos instantes, y acabo por caer, sin gran detrimento fisico, a una cierta distancia del punto de partida.
Levi-Provencal, La civilisation arabe en España, pgs.76-77.
No debemos olvidar que fue un cordobes de la segunda mitad del siglo IX, ´Abbas ben Firnas, el que descubrio el secreto de la fabricacion del cristal, que puso en practica en los hornos de los vidrieros de la capital andaluza.
Me ha encantado el "va a hacerlo otra vez".
Enhorabuena.
Saludos!
mre gusta tu blog^^ hermoso texto ^^ interesante la hazaña de abbas ibn firnas,pero me da tristeza que no encuentro libro alguno sobre el..
Hola! Me he quedado par de madrugadas leyendo tu blog, habia cosas que conocia, por los libros del "Paseo" y demás, pero otras no las conocía tanto... La cuestión es que he estado "enganchado" estos 2 ultimos dias al blog.
Bueno no me presenté, me lla Javier de Austria y llevo asociación llamada Objetivo Zero en la cual nos dedicamos a hacer reportajes, investigaciones y demás de sitios en Córdoba que rozan el misterio.
Nos gustaria hablar contigo lo más pronto posible para proponerte como colaborador de nuestro grupo, contando alguna leyenda, algun dato curioso en nuestros reportajes.
No quiero alargar mucho más el tema, simplemente con alguna respuesta tuya estaria genial.
Un Saludo y un gran trabajazo de recopilación de muchos datos que desconocía hasta hoy.
Estoy viendo vuestra página... Mándame un correo y lo hablamos, que p es puertadeosario @ gmail.com. Gracias por las horas echadas por aqui!
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