martes, 29 de diciembre de 2009

La olvidada muralla del Parque Cruz Conde

Alguno se quedaría el otro día con la duda de si existió realmente ese puente prerromano de Córdoba que algunos autores antiguos defendían. La verdad es que en el siglo XIX, dada la cantidad de restos que nos hemos cargado para construir los barrios más cercanos al centro, podrían tener algunos motivos que hoy desconocemos para defender esas ideas.

Uno de ellos se ha conservado en parte. Hay quien lo consideraría la prueba más clara de la existencia de una poderosa Córdoba prerromana, aparte de la extensión de lo que hoy sabemos que eran los arrabales del siglo X. Aquellos que hayan echado un vistazo al plano de 1884, probablemente se habrán fijado en un detalle curioso en el ángulo inferior derecho, cerca de la Alameda del Obispo, hoy, aproximadamente, Jardín Botánico.


Se trata de unos restos de muralla que están fuera de cualquier recinto conocido: no son de la Medina, ni de castillos que hayan sobrevivido, ni defienden un antiguo centro de poder. Fueron considerados de origen fenicio mientras duró la teoría de una gran Córdoba amurallada prerromana, pero luego la cosa vino a menos y, simplemente, todo el mundo pasó de ellos.


Ahora mismo no es fácil ver la muralla, pero está ahí. Arranca más o menos junto a la valla del instituto Séneca, pegando a la calle que baja del Parque Cruz Conde. Más o menos va marcando la separación entre el insituto y el zoológico, por un lado, y la Ciudad de los Niños, por otro. Se ha ido rellenando de tierra del cerro, y esto ha provocado en ocasiones el derrumbe de algunas zonas, como cuenta de las Casas-Deza que ocurrió el 21 de febrero de 1841.

El que se quiera enterar bien del tema puede leer a Alberto León (El Guadalquivir y las fortificaciones urbanas de Córdoba, 2008) que cita a Castejón (en 1926 hablaba del topónimo "Paredes Gordas" para la zona), y que resume y explica el misterio: de acuerdo con las excavaciones arqueológicas en el zoo estaríamos ante una fortificación de época almohade (finales del siglo XII), que formó parte de todo un programa militar en el que se construyeron las fortificaciones que rodean a la Calahorra (hoy visibles a trozos entre los solares en obras) y el Castillo de la Judería, la muralla que corre por dentro de San Basilio.

Aquí se pueden ver los
resultados de la excavación de 2003, y aquí las fotos, donde da un poco de pena este tramo de muralla en concreto.

El estudio serio de los restos, en este caso, nos saca de teorías exóticas del siglo XIX y nos envía a una realidad que a alguno le puede parecer más aburrida, pero no es menos interesante. Porque seguimos sin saber casi nada de este trocito de pasado.


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Las fotos son del usuario de Calleja de las Flores que firma como La Colina, un experto en estructuras hidráulicas y el subsuelo cordobés, al que le doy las gracias.

martes, 22 de diciembre de 2009

¿Hubo un puente anterior al romano en Córdoba?

¿Alguien se lo había planteado antes de leerlo aquí? Hoy, esa pregunta es poco menos que un sacrilegio, y su respuesta es "no". Hace poco más de cien años, esa pregunta era de lo más normalito, y su respuesta era "sí". Espero que os guste esta historia, que es cuando menos curiosa, y que abre las puertas de toda una teoría, hoy olvidada, que imaginaba una inmensa y poderosa Córdoba anterior a Roma.


I. Citas históricas de un supuesto puente prerromano

Bartolomé Sánchez Feria, a finales del siglo XVIII, no lo duda.
Ese puente existió, y se encontraba por debajo del actual, casi exactamente donde hoy está el puente de San Rafael, por debajo de la desembocadura del arroyo del Moro. Sí, el arroyo del Moro es el chorrillo que bordea la puerta de Sevilla. De todos modos, si hay que tomar por cierto todo lo que Sánchez Feria creía, podemos empezar a quemar libros de historia de Córdoba que, como a él le gustaba decir, sólo serían buenos como tizones.

Dice este autor (tomo IV, pag. 64) que la ciudad...


El molino que cita puede ser el que hoy llamamos de la Alegría (integrado en el Botánico) o algún otro que estuviera por la zona de la desembocadura del arroyo. No es el de las Tripas, que estaba más abajo y en funcionamiento en aquella época.

Todo esto parece una tomadura de pelo, pero luego avanzamos casi cien años, hasta mediados o finales del siglo XIX, y nos encontramos a Luis Maraver diciendo en la
Historia de Córdoba (Tomo I, pag. 228, edición 1863) que allí hubo otro puente cuyos cimientos se descubren aún.


Y se basa en la misma cita que Sánchez Feria, en la
Historia arabum del arzobispo Don Rodrigo, la clave de este follón. En este texto se dice que el emir Hisham hizo un puente nuevo (hay consenso en que reparó, y quizás rehizo, el romano) por encima del antiguo. Por encima, ¿literalmente, o en el sentido de la corriente del río? A saber.

Con la duda en el cuerpo, podemos leer a Ramírez y de las Casas-Deza, del que os pongo un manuscrito, que insiste en la misma ubicación, cita y opinión.


II. ¿Existió un puente prerromano o romano donde hoy está el de San Rafael?


Hasta donde hoy sabemos, no tiene ningún sentido. ¿Para qué querían los romanos dos enormes y costosos puentes de piedra separados sólo por unos cientos de metros? Sin embargo, la ciudad romana original no llegaba hasta el río, como se ve en la primera imagen, sino que se protegía de forma natural por la pendiente que hay a partir del actual Conservatorio. ¿Pudo una riada llevarse un primer puente de piedra en el siglo II o I a.C., obligando a los romanos a construir uno nuevo donde hoy lo vemos, al tiempo que extendían la ciudad hacia él? Suena muy rebuscado.

Hay una mínima posibilidad de que en el futuro la arqueología nos dé una sorpresa, pero por el momento todo indica que esta historia del puente fenicio (como decían en el XIX) de Córdoba no es más que una mala interpretación de unos restos que ya no existen, o que están enterrados en la zona.

¿Por qué tuvo tanto éxito esta teoría? Porque esos restos no estaban solos. Había junto a ellos algunas ruinas que sugerían una poderosa ciudad prerromana, ruinas que siguen, en parte, allí. El próximo día las vemos.


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Ojo. Para la próxima entrada no habrá aviso en Facebook ni Twitter porque andaré por tierras castellanas sin internés y con mucha nieve. Espero. La dejo programada. Feliz Navidad a todos, todas y todes.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La casa de baños del Campo de la Merced y el negocio de Enrique Hernández

Esta entrada es mero entretenimiento, para leer el fin de semana con tranquilidad y conocer un poco de algunos personajes que la bruma del tiempo ha ido relegando al olvido, pero que en su época tuvieron un importante papel en la ciudad. No sé mucho de ellos, pero lo suficiente para hacer una pequeña entrada sobre el negocio de los baños públicos en la Córdoba de finales del siglo XIX, cuando las nuevas ideas de salubridad se reflejaban tanto en el derribo de la muralla y la construcción de paseos como en el surgimiento de este tipo de negocios.


Según explica la Cordobapedia, el empresario
José Sánchez Peña, que debía estar ganando el dinero a espuertas con su sombrerería de la Corredera, se puso a diversificar su actividad, y construyó, en lo que hoy es el supermercado entre la plaza de las Doblas y la de Colón, una casa de baños. Aunque esta enciclopedia cordobesa nos dice que fue en 1877, lo cierto es que en 1875 ya hay constancia de su existencia, teniendo la entrada por el Campo de la Merced, cerrada por una verja de hierro. La casa consistía en una serie de habitaciones individuales con bañera de mármol, con grifos de agua fría y caliente, iluminación de gas y algunos utensilios para el baño.

En cada habitación existía un tirador que hacía sonar, en la oficina, la campanilla correspondiente al cliente que requería algún servicio. Había incluso algunos baños dobles (para matrimonios, por supuesto), así como lo que se llamaba alberca general de 4,4 por 3,3 metros, para acogidos de beneficiencia, también de mármol blanco.



El agua se guardaba en un gran depósito, asociado a un molino de viento y una máquina de vapor (para días de calma), los cuales no tengo muy claro si servían para llenar el depósito o para abastecer las habitaciones. No he averiguado qué agua se usaba, pero sería de pozo, porque el agua potable de las conducciones llamadas "del Cabildo"
estaba muy solicitada, y no se menciona la casa de baños en el reparto de 1876.

Había una sala para piano, un pequeño jardín de recreo y la posibilidad de imitar, mediante compuestos artificiales, la composición de los baños medicinales de algunas localidades de España y el extranjero, como se ve en los anuncios de prensa.


En 1883, el empresario debió aprovechar la máquina de vapor para abrir una fábrica de pastas, lo que provocó las quejas de los vecinos por el ruido y los humos. Ese mismo año, murió José Sánchez Peña, aunque la casa de baños siguió funcionando, como demuestra este anuncio de 1887.



¿Quién se había hecho cargo del establecimiento? Pues no tengo muy claro lo que ocurrió. Pero en el año 1891 sólo se registra un establecimiento de baños en Córdoba, que sigue siendo el del Campo de la Merced, propiedad ahora de Enrique Fernández, que también era el dueño de las aguas medicinales de Santaella: estaba construyendo un verdadero "imperio" de los baños en la provincia.


Más tarde, en 1896, encontramos este anuncio de unos baños de este mismo propietario en la calle San Álvaro, bajo el título de "Casa fundada en 1870". Sólo hay dos opciones: o bien este negocio siempre estuvo allí, y por algún motivo no se menciona en 1891, o bien es la misma casa, nacida en 1870 (ya tendríamos fecha de fundación) en el Campo de la Merced, y trasladada o ampliada como nueva sede por el nuevo dueño, Enrique Hernández, a las cercanías de la aún reducida
plaza de las Tendillas. Yo me inclino más por lo segundo.


Y después de derretirnos un rato el cerebro, quien haya llegado hasta aquí (que levante la mano), no habrá aprendido nada útil, pero a lo mejor le viene el recuerdo de esta historia la próxima vez que pase entre las Doblas y Colón, por la acera de la manzana de Capuchinos. Será suficiente.

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Todos los recortes son del Diario Córdoba. La fecha exacta viene puesta en el nombre de cada imagen si se amplía.

No dejéis de leer los anuncios, merecen la pena. Son un viaje en el tiempo. "Cuatro reales" por baño...

domingo, 13 de diciembre de 2009

Los reyes de Castilla descansan en San Hipólito

Hace poco estaba preparando una visita al Escorial, y me decidí a sacar un tema que a lo mejor sorprende a algunos paisanos: las tumbas de dos reyes de Castilla y de León que están en Córdoba. Más que tumbas, son sepulcros, y se encuentran los dos en el presbiterio de la que fue Real Colegiata de San Hipólito, hoy iglesia situada en el Paseo del Gran Capitán.

Fernando IV de Castilla y de León era bisnieto de Fernando III, el que conquistó la ciudad a los musulmanes, y su sepultura en Córdoba fue fruto de la casualidad, ya que murió en pleno verano en Jaén, y se temió que llevarle a Sevilla o Toledo, como era su deseo, causara la rápida putrefacción del cadáver. Fue llamado "el Emplazado", que es como decir "el maldito", porque se cuenta que su muerte, el día 7 de septiembre de 1312, se produjo cumpliendo el plazo dado por dos reos brutalmente ajusticiados.

Alfonso XI de Castilla y de León, hijo del anterior, fue el fundador de San Hipólito, en conmemoración de su victoria en la batalla del Salado, cerca de Tarifa. Muerto por la peste en 1350, no se respetó su deseo de ser enterrado en Córdoba hasta que su hijo Enrique II trasladó sus restos desde Sevilla en 1371, justo cuando se concluyó la obra de la Capilla Real de la Catedral cordobesa.

Allí permanecieron durante cuatro siglos, al tiempo que la construcción de San Hipólito avanzaba lenta e intermitentemente. Los ataúdes de madera eran abiertos para las visitas ilustres, como la de Felipe II, que tuvo curiosidad por ver a sus antepasados. Finalmente, en 1736, se produjo el traslado.


Ya en San Hipólito, hubo que esperar hasta 1846 para que, a petición de la Comisión de Monumentos, y usando piezas de mármol rojo procedentes del monasterio de San Jerónimo, se elaboraran los sepulcros que hoy en día se pueden ver en la iglesia. La corona y el cetro, símbolos reales, descansan sobre sendos almohadones encima de las tumbas, hoy apenas visitadas.


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También cuenta hoy Paco Muñoz una anécdota sobre la iglesia de San Hipólito en sus Notas cordobesas.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Las cuentas del Gran Capitán

Pincha para oír el audio

Una de anécdotas, que me hizo ilusión escucharla en la voz del maestro Cebrián. Aunque recomiendo escuchar el audio, lo contaré también por escrito, porque si no quitaría el blog y pondría un podcast.

Básicamente, la historia trata de la antipatía que sentía el rey Fernando V de Castilla (y, sobre todo, II de Aragón
), más conocido como Fernando el Católico, hacia su mejor jefe militar, el montillano Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Dicen las malas lenguas que su animadversión venía de la sospechosa e intensa amistad que unía a éste con la reina Isabel la Católica, pero nada hay confirmado.

El caso es que después de una serie de campañas victoriosas que permitieron a la Corona de Aragón consolidar su expansión por el sur de Italia, tomando la ciudad y el reino de Nápoles, se comenzó a cuestionar la gestión del Gran Capitán como virrey de los nuevos territorios, hasta que las malas lenguas convencieron al rey Fernando de que era necesario pedir explicaciones al militar por el uso de la pasta del reino aragonés.


Y don Gonzalo hizo dos cosas: por un lado, enviar unas pormenorizadas cuentas que se conservan en el Archivo General de Simancas. Y por otro, entrar en la leyenda cuando se popularizó la versión legendaria del suceso.


Dicen que el Gran Capitán se sentó delante de Su Majestad, abrió su libro y empezó a relatar, tal que así:


Ciento setenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.


Millón y medio para mantener prisioneros y heridos.


Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla.


Y así sucesivamente, mientras don Fernando se iba poniendo de todos los colores de su
escudo heráldico. La última partida, concretamente, fue la que le puso de color verde Granada:

Y cien millones de ducados, que es lo que vale mi paciencia al tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado todo un reino.


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Más sobre las
cuentas del Gran Capitán, en Wikipedia. También en este documento de 1910. Sus primeras batallas en Nápoles están contadas aquí, pendientes de continuación (siguen dedicadas a Antonio, claro).


viernes, 4 de diciembre de 2009

La muralla romana de Ronda de los Tejares, 13

Cuando se habla de las sorpresas que esconde el subsuelo de Córdoba, normalmente pensamos en lo que se va desenterrando con el crecimiento urbanístico actual (casi pasado, ya). Sin embargo, hay algunos restos arqueológicos que llevan años a buen recaudo en los sótanos de la ciudad, ignorados por la mayor parte de los cordobeses.

Es el caso del lienzo de muralla conservado en las cocheras de Ronda de los Tejares, 13, un espacio privado pero que se puede visitar habitualmente sin problemas, y en cualquier caso con permiso de los propietarios o del portero, que recibe amablemente a los curiosos despistados.


Se trata de un muro de unos cuatro metros de alzado, formado por enormes bloques de
opus quadratum de 1,2 metros de espesor, que algunos autores fechan en el período fundacional, lo que convertiría este monumento en la construcción más antigua de Córdoba (mediados del siglo II a.C.) y otros retrasan hasta la época de las guerras civiles de César contra los hijos de Pompeyo (45 a.C.). Además del simple muro hay una torre cuadrangular, así como diversas estructuras que están ocultas tras algunas paredes del sótano, entras las que aparece una vivienda adosada a un fuerte muro, paralelo a la muralla, y que podría también tener alguna finalidad defensiva.



El vídeo que he subido tiene mala calidad, y queda aún peor en Youtube, pero confío en que ayude a hacerse una idea del lugar a los que no tengan ocasión de visitarlo. Este trozo de patrimonio fue declarado bien de interés cultural (BIC) en 1985, y figura en el catálogo del
Patrimonio Inmueble de Andalucía.



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Ventura Villanueva, A. El abastecimiento de agua a la Córdoba romana II, Universidad de Córdoba, p. 68

www.arqueocordoba.com


martes, 1 de diciembre de 2009

En el nombre de Córdoba (y 3): las raíces de Hispania

(anterior)

Si al tratar lenguas más o menos conocidas, como el fenicio, aparecen diversas opciones que podrían explicar el nombre de Córdoba, la búsqueda se convierte en laberinto al intentar encontrar una etimología anterior a la colonización oriental. Y eso es un verdadero problema, porque dada la antigüedad del asentamiento del Parque Cruz Conde, es muy posible que el topónimo cordobés sea anterior a las visitas de los comerciantes semitas.

La Península Ibérica prerromana, y esto está contado por un profano, aviso, podemos dividirla burdamente en dos partes. La Meseta, la costa occidental, el Cantábrico y el alto Ebro estarían ocupados por pueblos llegados al comenzar el primer milenio a. C. y que conocemos genéricamente como celtas, de origen indoeuropeo. Paralelamente, en Andalucía y Levante se desarrolló una cultura indígena que conocemos como pueblos íberos.


Todo esto viene a cuento de que algunos lingüistas están encontrando relación entre topónimos esparcidos por toda Europa y parte de Asia, que podrían derivar de lenguas indoeuropeas, grupo del que descendían los celtas, pero no los íberos. Así, Francisco Villar agrupa los nombres que comienzan por
kart-, kort-, kard- y kord- como equivalentes. Existen intentos de reconstrucción del idioma indoeuropeo original, que atribuyen a kar- un valor similar a "roca, piedra".

Por otro lado, -
uba (junto a algunas variantes parecidas) se ha considerado, entre otras posibilidades, como parte de numerosos hidrónimos, es decir, nombres de ríos o de lugares relacionados con el agua, también en el ámbito indoeuropeo.

La realidad es que, probablemente, nunca sabremos lo que significa "Córdoba". Salvo sorpresas arqueológicas futuras, seguiremos sin saber si el
kord- o kart- es, en este caso, indoeuropeo, fenicio, u otra cosa. Desconocemos incluso el idioma íbero: podemos leerlo, conocemos su alfabeto, pero el significado de sus palabras sigue siendo un misterio, y así no hay forma de buscar una explicación en la lengua que supuestamente hablaban los turdetanos cordobeses prerromanos.