domingo, 15 de enero de 2012

El Rodadero de los Lobos sobre la Albaida, y la piedra de mina de Córdoba

Creo que la imagen se nos hace a los cordobeses tan familiar que nunca nos paramos a pensar por qué esta ahí: esa mancha sin vegetación, ese pedregal que vemos en la sierra, por encima de la Albaida, y que es distinguible desde casi cualquier punto de la ciudad. Por ejemplo, desde la explanada de la estación, un poco a la izquierda de los muros blancos que refuerzan la zona del cortijo de Piquín.

Ese canchal no es natural, sino que fue creado por la mano del hombre, y son los restos de décadas, siglos de excavaciones en la cantera del Rodadero de los Lobos. Todos los trozos de piedra que no se consideraban valiosos, todos los estratos que se iban pasando en busca de las vetas deseadas, iban cayendo ladera abajo hasta tomar el aspecto que vemos hoy día. El nombre es un recuerdo de las épocas de las batidas contra los lobos, una batalla que hace mucho tiempo que perdió el animal, y se aplica también al arroyo que recoge las aguas de la zona y la dirige hacia los llanos de la Albaida, cerca del antiguo matadero de Iccosa.

El Rodadero nevado, enero de 2010
La cantera del Rodadero de los Lobos viene clasificada en algunos sitios como de origen romano. Supongo que bastaría una visita con Saqunda y Alimoche para aprender lo que no está escrito sobre ese sitio, y lo mismo un día lo intento de alguna forma distinta a la de Manolo Trujillo, al que he leído un relato sobre lo complicado que es llegar allí campo a través. Tarea para primavera.

Pero, lo más importante, ¿qué es lo que se buscaba en ese lugar? Pues una de las piedras de las que está hecha Córdoba. Al menos, la Córdoba antigua, medieval y moderna: la piedra de la que se fabricaron los miliarios romanos, las columnas de época califal y los umbrales de las puertas de las casas del Casco Histórico. Esa piedra gris, violácea o azulada, con vetas blancas, que llevamos toda la vida viendo. La piedra que contiene el agua de la fuente de la Piedra Escrita, la que sostiene la cruz junto a la iglesia de San Juan (Las Esclavas) y la que soportó el paso de los carros en la puerta del Colodro, por poner sólo algunos ejemplos.

Una de tantas casas de Córdoba (C/ Valladares)
Se la llama piedra de mina, y es un tipo de caliza ("caliza micrítica", dicen los entendidos, "mármol cárdeno", he leído en algunas fuentes antiguas) que aflora en cuanto subimos a la sierra de Córdoba, a la zona de los lagares y los miradores. Por debajo quedan los niveles donde encontramos la piedra franca, la calcarenita amarillenta de la mezquita, asomando en las cercanías del Patriarca o en el barrio del Naranjo, por ejemplo. Estos últimos son estratos sedimentarios terciarios, más modernos que las calizas grises, formadas en el período Cámbrico, hace unos quinientos millones de años.



Basta con acercarse al mirador de las Niñas (de allí es la foto superior), entre el cruce de Trassierra y las ermitas, para encontrarse algún enorme peñasco de esta caliza micrítica gris. Por supuesto, no sólo en el Rodadero de los Lobos se extraía la piedra: por toda la sierra cercana a Córdoba proliferaban las minas, con distintas calidades y matices. Toneladas y toneladas de este material están desperdigadas por el Casco Histórico, desde las aceras al museo arqueológico, basta un paseo para verlo por cualquier rincón. Nuestra ciudad es, en cierto modo, un trocito de sierra cortado y esculpido.

Columnas de la amplicación de Almanzor en la Mezquita

miércoles, 11 de enero de 2012

La visita del embajador Juan de Gorze: el fraile y el Califa (y II)


(Ir a la primera parte)

Pronto apareció un voluntario para hacer el viaje y calmar los ánimos del rey germano: un importante clérigo cristiano llamado Recemundo, que había pasado algún tiempo charlando con el monje Juan, informándose sobre la personalidad y actitud de Otón I. La idea, además, le sirvió para ser nombrado por Abderramán III como obispo de Granada.

Esta vez, se decidió que las cartas que llevaría la embajada cordobesa no mencionarían ni a Jesucristo, ni a Mahoma ni ningún tema divino, y se limitarían a constatar lo amigos que eran todos y cuánto se alegraba el Califa de que el rey Otón le hubiera dado un repaso a sus enemigos húngaros, aparte de una buena disposición diplomática acerca de los piratas musulmanes que, respaldados por el gobierno de Córdoba, hostigaban a los barcos de los aliados centroeuropeos en el Mediterráneo.

En su largo viaje, Recemundo tuvo la ocasión de visitar la abadía de Gorze antes de llegar a Frankfurt, donde Otón accedió a nombrar a un nuevo embajador, también con un mensaje conciliador. No fue hasta mayo de 959 cuando regresó a Córdoba con los enviados, y para entonces, Abderramán III estaba tan harto del asunto que ordenó que nadie relacionado con toda esta historia entrase en su palacio antes que el testarudo fraile Juan de Gorze, con o sin cartas, con o sin regalos.

Un día al inicio del verano, caminando durante dos millas entre una impresionante demostración de fuerza militar, y sobre un suelo cubierto de alfombras hasta Medina Azahara, Juan y los demás embajadores se prepararon para ver al Califa, que recibió al lorenés con enorme educación y hospitalidad. Cuenta el cronista que se miraron con curiosidad durante largo tiempo, en silencio. Abderramán se excusó por las molestias, y el fraile se mostró condescendiente y valoró el esfuerzo por resolver la situación sin que se cortara ninguna cabeza, especialmente la suya propia.

Charlaron durante largo tiempo en la primera de una serie de entrevistas, en unos días que fueron motivo de orgullo para las comunidades cristiana, musulmana y judía de Córdoba. Cuando los emisarios tuvieron que regresar a Alemania, llevaron consigo un pequeño tesoro en forma de valiosísimos libros para la abadía de Gorze. Eran los años del culmen del Califato, del gobierno culto de Abderramán III que continuaría y perfeccionaría Alhakén II.

Si es cierta la leyenda que dice que Abderramán III sólo fue feliz, como él mismo escribió, catorce días en su vida, no sería de extrañar que la entrevista con el embajador de Otón I fuera uno de ellos.

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La crónica de la visita se puede leer en el capítulo VIII del Catálogo de los Obispos de Córdoba, que se puede descargar en pdf.

martes, 10 de enero de 2012

La visita del embajador Juan de Gorze: el fraile y el Califa (I)

Europa alrededor del año 1000
En el siglo X, en pleno apogeo del Califato, con Abderramán III colocando a Córdoba entre las más importantes capitales del mundo, había que tener mucho cuidado con la imagen que se daba a los potenciales aliados, a los enemigos tradicionales y al resto de imperios vecinos. Un error diplomático podía modificar peligrosamente el mapa de amistades, y aislar a Al Andalus frente a otros estados rivales. El imperio con sede en Medina Azahara, por otro lado, no era tampoco un actor secundario, porque controlaba la Península hasta el desierto estratégico del Duero, presionando a los reinos del norte, y extendiendo su Marca Superior hasta las cercanías de los Pirineos.

En el año 950, el rey Otón I de Germania y Francia Oriental (posterior Emperador del Sacro Imperio) se subía por las paredes. El hombre que controlaba Europa Central acababa de recibir a unos emisarios supuestamente amistosos del Califa cordobés, que le habían transmitido un mensaje entre cuyos términos estaba una petición de conversión a la fe mahometana, al parecer demasiado brusca para el gusto de Otón el Grande. Todo parece derivar de un malentendido, al morir el principal embajador, un culto obispo, antes de poder entrevistarse con el rey para explicar los términos de la introducción protocolaria de aquella carta.

Otón I decidió devolver la jugada con un mensaje dirigido a Abderramán que incluía unas frases ofensivas dirigidas a Mahoma y al Islam en general, a sabiendas de que el mensajero encargado de transmitirlas iba a ser ejecutado en Córdoba, como castigo innegociable a su insulto. La búsqueda de un voluntario para semejante misión, prácticamente suicida, se topó con la evidencia de que nadie quería viajar de Alemania a Córdoba para ser ejecutado. Hasta que se ofreció el prior de un monasterio de Gorze, en la Lorena, hoy Francia: Juan de Gorze, el único dispuesto a viajar hasta la lejana capital andalusí aun a riesgo de su propia vida.

Salón Rico de Medina Azahara
Partió en 953, con un pequeño séquito, regalos y la carta de respuesta. A su llegada a Cataluña se le permitió el paso hasta Córdoba, donde Abderramán III le alojó en un lujoso palacio, probablemente una almunia entre la ciudad y Medina Azahara, y le comunicó que no sería recibido durante un prolongado tiempo, en respuesta a la espera que soportó la embajada cordobesa en Alemania. En realidad, Abderramán sabía cuál era el tono de la carta, y no quería tener que ajusticiar al fraile. Sólo podía evitarlo posponiendo indefinidamente la entrevista, y tratando de hacerle desistir a través de emisarios como el más importante judío de su corte, Hasdai ibn Shaprut, del que el propio Juan de Gorze dijo que nunca había visto "un hombre de intelecto tan sutil". Tampoco los cristianos mozárabes lograron convencerle, ni siquiera ante la amenaza (un evidente farol) de que el cristianismo sería erradicado de Al Andalus si no cedía.

El Califa y sus consejeros no entendían nada. Los meses pasaban y no se veía una solución. Definitivamente, alguien iba a tener que hacer el viaje de Córdoba a Frankfurt para resolver todo aquel follón.

(Ir a la segunda parte)
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Fuente del mapa. Fuente de la foto.