martes, 19 de agosto de 2008

La calle Cairuán

Aunque no recibe todas las visitas que cabría esperar, por estar expuesta al insufrible sol de mediodía y encontrarse a la espalda del recorrido turístico estándar de la Judería, la calle Cairuán es un espacio histórico de gran relevancia. A lo largo de ella transcurre la antigua muralla occidental de la ciudad, construida en la ampliación augustea de la urbe romana, cerca del inicio de nuestra era, y reedificada por musulmanes y cristianos en diversas ocasiones.

La calle Cairuán fue abierta a principios de los años 60, con la eliminación de varias viviendas que cerraban el acceso desde el lateral de la puerta de Almodóvar (ver la foto inferior). Recibió su nombre en 1968 a raíz del hermanamiento de Córdoba con esa ciudad norteafricana. La muralla fue restaurada de una forma que ha sido a veces ensalzada, y más a menudo criticada, por la artificialidad del resultado en zonas donde había quedado bastante arrasada.

Algunos investigadores han situado en esta zona el punto por el que accedieron los invasores beréberes a la ciudad en el año 711, al haber crónicas que hablan del lamentable estado del lienzo occidental del muro protector. Otras fuentes se llevan este punto a las proximidades del puente romano.

Aparte de la piedra, el elemento más relevante de esta calle es el agua. Lo que a primera vista parece un conjunto de estanques ornamentales es en realidad un trozo de memoria que recuerda los sistemas de abastecimiento de agua de la Córdoba antigua. Estos estanques son herederos directos del pequeño arroyo que corría por esta zona siglos atrás, tomando parte de su caudal del agua sobraba de la alcubilla anexa a la puerta de Almodóvar. Aquí confluían las aguas de la Fábrica de la Catedral, las del venero del Alcázar y las de Esquinas Paradas o agua de la Huerta del Rey (nombre que recibía la actual zona de Doctor Fleming), procedentes todas ellas de las faldas de la sierra. Parte de estas aguas, redirigidas hoy desde los estanques del Alcázar por modernos conductos y sistemas de bombeo, siguen circulando por el reconstruido foso de la muralla.

martes, 12 de agosto de 2008

La mezquita de la estación de autobuses

Son varias las mezquitas, en uso aún en el periodo almohade, que quedaron convertidas en iglesias después de la conquista cristiana. Sin embargo, aquellas que se encontraban en los arrabales califales del siglo X, destruidos por las sucesivas guerras civiles, no han salido a la luz hasta que no se ha comenzado a excavar de forma sistemática el territorio a poniente de la ciudad.

Uno de los edificios religiosos que se han conservado se encuentra, de manera muy parcial, en el sótano de la estación de autobuses. Es tan poco lo que se sabe sobre él que en los primeros años se explicaba a las visitas como si fuera un establecimiento industrial (alfarería o similar). Más tarde se asentó la idea de que la pared semicircular se correspondía con el mirhab de una mezquita, y el muro con la qibla. Se conserva parte de la decoración interior de estuco blanco, y del revestimiento externo.

Los restos fueron integrados in situ y acompañados de un cartel informativo, para que todos los viajeros que pasaran por allí tuvieran ocasión de contemplarlos. ¿Y pasan muchos? Bueno, lo cierto es que por allí no van muchos turistas. La gente se asoma al balconcillo redondo desde el piso superior, y ve cuatro piedras que no se corresponden con la mezquita que conocen de oídas. Sólo si bajan y se dirigen a un extremo del aparcamiento subterráneo, paupérrimamente iluminado, veran un pequeño tragaluz que ilumina sin demasiado éxito un muro bajo. El cartel apenas se puede leer con la luz disponible. Ahí están los restos del modesto templo del arrabal de Cercadilla.

sábado, 9 de agosto de 2008

Puerta de Gallegos

El hecho de ser uno de los puntos de reunión más frecuentes de la ciudad, ha permitido a este topónimo perdurar en la memoria y el uso de los cordobeses. La Puerta de Gallegos o de los Gallegos se abría a occidente, hacia el ejido de la Victoria donde se encontraba el convento del mismo nombre.

Según las teorías más aceptadas, en tiempos de la Corduba romana ya existía aquí una puerta monumental, situada en un decumano secundario. Frente a ella se extendía la necrópolis más importante de la ciudad, a uno y otro lado de las vías que tenían su origen en ella, de la que son recordatorio los monumentos funerarios recientemente restaurados. La calzada que discurre entre ellos, como prolongación del supuesto decumano, parece afianzar esta hipótesis.

Se cuenta que en la reconstrucción que se llevó a cabo en la época emiral se utilizaron sillares almohadillados y dos enormes columnas a ambos lados, coronadas por capiteles romanos (de ahí la suposición de una puerta monumental anterior). En esta época era conocida con el nombre de Bab al-Amir. Tanto en la época de esplendor califal como durante la expansión urbana de la Colonia Patricia romana, las necrópolis que se situaban en esta zona en los momentos de contracción urbana fueron sustituidas por arrabales.

La conquista cristiana de Córdoba supuso el nuevo bautismo de la puerta, que pasó a llamarse de los Gallegos, según dice la versión más tradicional, porque por aquí entraron los soldados de este origen que acompañaban a Fernando III. Es la misma argumentación que se emplea con las puertas de Plasencia, Martos y Baeza. Sufrió entonces una modificación de la parte superior, para colocar en ella las armas de Castilla y Córdoba. Sin embargo, en 1755, debido al gran terremoto, la puerta quedó muy dañada y hubo que tirarla y reconstruirla tal y como se ve en las fotos del siglo XIX, conservando dicha forma hasta el año 1865 en que fue derribada.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Palmera y recuerdo

Cuentan que una vez, paseando por su palacio de la Arruzafa, el emir Abderramán I reparó en un pequeño brote que salía del suelo. Se agachó y lo estudió con detenimiento. Era una única hoja afilada que se elevaba hacia el cielo, como preparándose para abrirse en abanico pasados unos días. Abderramán sabía que en aquella tierra no nacían plantas así, salvo los pequeños palmitos aguas abajo del Guadalquivir.

Según pasaba el tiempo iba viendo crecer a la planta. La protegía, y avisó a sus sirvientes de que no debía ser dañada bajo ningún concepto. Poco a poco, fue tomando la forma que el emir esperaba: el pequeño plantón era una palmera. Dice la leyenda que no existía ninguna hasta ese momento en la península Ibérica, y que esta primera vino como semilla con algún cargamento procedente de África u Oriente.

El caso es que Abderramán I, que añoraba su tierra siria de origen, veía a la palmera como una compañera en el agridulce destino que le había llevado a refundar su dinastía lejos de su reino original. Es por ello que, al cabo de los años, le compuso un poema que más tarde traduciría Juan Valera:

Tú también eres, oh palma
en este suelo extranjera.
Llora, pues, mas siendo muda
¿cómo has de llorar mis penas?

Tú no sientes, cual yo siento
el martirio de la ausencia.
Si tu pudieras sentir
amargo llanto vertieras.

domingo, 3 de agosto de 2008

Voces de la noche

Cuando la ciudad se tranquiliza y se recoge a descansar, empieza la jornada para algunos cazadores nocturnos. Normalmente estos vecinos pasan desapercibidos, pero no es extraño cruzarse con alguno de ellos durante un paseo tranquilo por el centro de Córdoba.

De entre las rapaces nocturnas, las que con más facilidad se adaptan a la vida en la ciudad son las lechuzas y los cárabos, con la particularidad de que a una especie es más fácil verla, y a la otra resulta más normal escucharla.La lechuza se puede contemplar como una silueta blanca, con alas largas y de punta redondeada, planeando o batiendo con suavidad. Uno de los mejores lugares para verlas es la zona del río, donde con un poco de suerte se las puede avistar volando cerca de la Mezquita.

En general, están presentes en prácticamente todos los parques de mediano tamaño de nuestra ciudad: Colón, la Victoria, Vallellano, Chinales y el Parque Cruz Conde. Puede ser más complejo dar con ellas en estas zonas, ya que los árboles contribuyen a su discreción.


Lo mismo puede decirse de la distribución del cárabo, que resulta algo más huidizo a la vista. Se descubre de vez en cuando su
reclamo cuando los coches dejan de aturdir los oídos. Incluso desde dentro de las viviendas se pueden oír.

En ocasiones se pueden encontrar en los parques sus egagrópilas, los restos regurgitados de la digestión de sus presas, convertidos en bolitas de pelo y huesos. Ambas rapaces se alimentan principalmente de pequeños mamíferos, como ratones o topillos, rara vez de pájaros o lombrices. Son, por tanto, inofensivos y beneficiosos en el ambiente urbano.

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Las imágenes y el sonido están tomadas de brinzal.org