viernes, 26 de diciembre de 2008

San Zoilo y Sonsoles

Desde Castilla y a cero grados, dejaré una pequeña historia y alguna foto sobre un tema que ya se trató anteriormente de pasada, como es la relación del Santuario de Sonsoles, a las afueras de la ciudad de Ávila, con San Zoilo, mártir cordobés cuyas reliquias fueron trasladas a Carrión en el año 1070, ó 1080 según otras fuentes.

Una de las tres teorías etimológicas más conocidas sobre el origen de la palabra "Sonsoles" sería la ascendencia latina del término, a partir de una supuesta Fons Solis, o fuente del Sol, que se correspondería con la que actualmente existe en el recinto del Santuario.

La segunda establece que se produjo una corrupción del nombre de San Zoilo a San Zoles, como ocurrió también en el pueblo de Zamora que recibe ese nombre, Sanzoles, y que tiene al cordobés como patrón. San Zoilo daba nombre, igualmente, a una iglesia de Toledo antes de que se llamara San Bartolomé. Esta teoría gana puntos si observamos una antigua inscripción en el interior del templo abulense, un edificio del siglo XV, en la que se menciona una donación a la iglesia de Nuestra Señora de Sansoles (la imagen está algo movida, a ver si me acerco por allí y la repito).


Además, un primer vistazo a la planta del edificio da a entender que existió un pequeño santuario anterior al actual, ya de por sí antiguo. La impresión procede de varios contrafuertes que penetran tanto en el crucero como en un puñado de pequeñas edificaciones que rodean al ábside, y que indicarían el mantenimiento de algún tipo de culto en el lugar pocos años después del paso de San Zoilo.

La tercera teoría, la que enseñan a todos los niños abulenses, es que un pastor vio dos luces en el cielo y exclamó, por su brillo: "¡Son soles!" Por supuesto, los soles eran la Virgen y el Niño, según la tradición popular (que dedico a Manuel Harazem y a Iker Jiménez). Como anécdota, cuelgo las fotos de una vidriera y un detalle de la fachada sur.


Y, por último, otra conexión cordobesa de Sonsoles: el lagarto, una versión castellana del conocido caimán de la Fuensanta, del que ya hablamos en su día. Como en Córdoba, se trata de un exvoto, pero al menos en este caso se reconoce que su origen es americano.


Bueno, hasta aquí llego hoy. Reconozco que la entrada me ha quedado más abulense que cordobesa, pero como dije cuando Calatañazor, Córdoba está por todas partes. Felices Fiestas a todos.

lunes, 22 de diciembre de 2008

La basílica de Santa Eulalia

El otro día sugirió Jerónimo Sánchez, hablando de la instalación de las órdenes militares en Córdoba, tratar el tema de la recuperación de la memoria por parte de los mozárabes huidos a tierras castellanas, que regresaron a Córdoba de la mano de Fernando III en 1236.

Estos hombres y mujeres darían razón de las antiguas basílicas de los tiempos visigodos (metiendo en ese término todo el lapso de tiempo entre la caída del poder romano jerarquizado y la invasión musulmana, período del que no tenemos en realidad muchas noticias), particularmente de las que se encontraban en el extrarradio cercano y en la Axerquía, ya que la Villa sufrió una islamización más acusada, y los inmensos arrabales califales yacían olvidados y convertidos en escombros.

Un ejemplo de lo que contamos se dio al repartirse las tierras que habían de corresponder a la orden de la Merced, encargada de la liberación de los cautivos en tierras musulmanas. Consciente de la importancia que para esta orden tenía Santa Eulalia de Barcelona, el Rey, informado de la existencia en el pasado de una basílica dedicada a Santa Eulalia (de Mérida, en este caso), les cedió el terreno de dicha iglesia y el espacio circundante. De la tradición conservada podría inferirse que la ermita se encontraba en un estado bastante aceptable, e incluso se conoció una imagen mariana (Nuestra Señora de la Piedad) procedente de Santa Eulalia y que se perdió con la invasión francesa, lo que indicaría quizás una continuidad del uso durante toda la dominación musulmana.

Los restos de la basílica fueron al parecer encontrados en una excavación en el siglo XVIII, en"la escalera del segundo patio", según describe Ramírez de Arellano, que incluye el siguiente croquis:

San Eulogio, por su parte, explica cómo los restos de Columba y Pomposa, cristianas mozárabes ejecutadas a mediados del siglo IX, fueron enterrados en la basilica de Santa Eulalia, añadiendo un dato fundamental: que se encontraba en el barrio de Fragellas, del que no tenemos ninguna otra referencia, y que podemos situar en la zona de los Tejares y Pretorio gracias a la donación de Santa Eulalia (Santa Olalla, como al parecer se la conocía entre el pueblo) a los mercedarios.

Santa Eulalia es una más de las numerosas iglesias cuyos nombres nos han sido transmitidos a lo largo de la historia, perdiéndose en muchos casos la información sobre la ubicación original de los templos. San Ginés, San Acisclo, San Zoilo, Santa Catalina, San Vicente, San Félix, los Tres Coronas y otras de las que no haya quedado ni el recuerdo. Son un mundo perdido que muchos cordobeses desconocen.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Los faroles tienen dueño

Aprovecharé un día en que no está el ingenio para mucho esfuerzo (escribo la entrada con una sola mano y calmante en el cuerpo), y le haré un pequeño pero merecido homenaje a esa raza de acompañantes de paseos nocturnos por el centro de Córdoba.

El tiempo que lleves sin ver esta silueta recortada en los faroles del casco histórico es un buen indicador de cuánto estás desaprovechando la tranquilidad y la sencillez de las callejuelas de nuestra ciudad.

Las salamanquesas se adueñan de sus territorios de caza en cuanto lo permite la temperatura, y nos observan desde sus atalayas en los paseos de primavera y verano. Con un poco de suerte, incluso en estos días fríos se las puede llegar a ver acechar a los pocos insectos que sobreviven a las primeras madrugadas heladoras.

Con bufanda y guantes, sal a pasear: igual eres el último en ver una este año.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Las Tendillas de Calatrava


De entre las órdenes militares (ver entradas con esa etiqueta) que se asentaron en Córdoba con posterioridad a la Conquista, es posible que la de Calatrava fuera la que con más intensidad quedó enraizada en la ciudad, interviniendo algunos de sus miembros en numerosos episodios de su historia.

Sin ir más lejos, la plaza que hoy marca el centro comercial de Córdoba, las Tendillas, recibía la denominación antigua de "Tendillas de Calatrava" porque en la pequeña plazuela original había un mercado desde los primeros años de la Edad Moderna, y por encontrarse junto al convento de dicha orden.

Los caballeros de Calatrava ocupaban, a consecuencia de los repartimentos de Fernando III, la mayor parte de la manzana que se ha marcado en rojo en la imagen, desde la plazuela del Mármol de Bañuelos, al norte, hasta la esquina de Juan de Mena con Jesús María, al sur, definiéndose por las calles de Diego León, el tramo más antiguo de la calle del Paraíso, Juan de Mena, Jesús María, la antigua línea de fachada de las Tendillas y la calle de la Plata.

La céntrica posición del solar, y su gran extensión, provocaron el interés del Concejo por abrir una nueva calle que comunicara la llamada de los Sanjuanes (la actual Duque de Hornachuelos hasta la esquina con Diego León) con la plazuela de las Tendillas. Así surgió este tramo de la calle del Paraíso, que sería la acera que actualmente está entre las heladerías de David Rico y La Flor de Levante, marca en amarillo en la imagen. La orden para la apertura de la calle se dio el 16 de junio de 1564, siendo comendador de Calatrava don Pedro Fernández de Córdoba, que se encontraba en el castillo de Montemayor.

Las casas de la Encomienda de Calatrava siguieron recibiendo este nombre hasta su derribo en el año 1860, previo a la construcción del moderno Hotel Suizo de los hermanos Puzzini. El plano anterior a este derribo es el que se muestra en la segunda imagen, de nuevo con la antigua manzana marcada en rojo. Cuesta trabajo imaginar la actual plaza de las Tendillas sobre este plano de 1851, si no es por el tramo de la calle del Paraíso abierto en el siglo XVI.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Milenario (3): la gran estupidez de Sanyul

(ver anterior / ver siguiente)

Hace mil años (y unos días que me he tomado libres), en noviembre de 1008, el primer ministro
Abd al-Rahman Sanyul estaba inmerso de lleno en una fulgurante carrera de ascensos: de hermano del hayib, a hayib, y de hayib al Paraíso con las huríes en cuestión de medio año. No estuvo mal.

De entre todas las tonterías que cometió el valido amirí, la más tremenda, la más determinante para darle el empujón definitivo a su frenético avance hacia los cielos, fue la decisión de convencer a su amiguete y Califa, Príncipe de los Creyentes, luz que ilumina Al Andalus, etc., de que, ya que eran tan colegas, y teniendo en cuenta que Sanyul se pasaba más noches de juerga en az-Zahra' que ejerciendo de hayib en az-Zahira, el gran palacio amirí de su padre Almanzor, podía saltarse una tradición de doscientos cincuenta años de dinastía Omeya y nombrarle a él sucesor a título de Califa.

Lo increíble es que Hisham II aceptó. Le nombró heredero y retiró ese derecho a todos sus hermanos, primos, sobrinos y demás familiares omeyas, que debían contarse por cientos a esas alturas de la dinastía. Como es natural, la noticia de la publicación del decreto fue recibida con jolgorio por estos omeyas, que vieron la excusa perfecta para cortarle el pescuezo de una vez a Sanyul, y de paso al inútil de Hisham II, proclamando Califa a cualquier otro pretendiente de la familia legítima, que al fin y al cabo es lo que llevaban intentando desde que Almanzor, origen de la lacra de la bicefalia en el Imperio, asumió el poder casi absoluto.

Así que, a medida que caía el invierno sobre Qurtuba, se hacía más común que los líderes beréberes, eslavos y árabes se reunieran por bandos, tratando de acordar cuál sería la mejor estrategia de cada uno de ellos el día en que, por cualquier brillante idea del amigo Sanchuelo, el chiringuito del Califato se viniera por fin abajo y la sangre corriera como arroyos por las calles de su capital. Que iba ser cualquier día de aquellos.

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Línea temporal de la dominación musulmana (I y II)

martes, 2 de diciembre de 2008

Los inicios de Edisol


Las fotos del vuelo americano de 1957 nos muestran cómo lo que hoy es el barrio comprendido entre la calle Sagunto y la avenida Agrupación Córdoba, era en su mayor parte una zona de huertas del ruedo oriental de Córdoba, habiéndose construido sólo una pequeña cantidad de casas en las proximidades del cuartel de Lepanto, y una calle en mitad de la nada.


Curiosamente, dicha calle fue rodeada en las décadas posteriores por las nuevas construcciones del barrio de Levante, siendo integrada y conservando su aspecto de callejuela de pueblo aún en la actualidad, lo que la diferencia del resto de la zona y evidencia su antigüedad. Se trata de la calle López de Alba, como se puede observar en la comparativa entre las dos fotos aéreas separadas por medio siglo.

En la imagen se han señalado algunos puntos relevantes para orientarse mejor. Aparte de la mencionada calle (3), se ha marcado la parroquia de San Antonio (1), el cruce de la Fuensantilla o del Hospital Militar (2), el antiguo camino que pasaba por la cruz de los Cinco Caballeros, recorrido que aún hoy sigue el Camino de Santiago (4) y el solar donde se está llevando a cabo una interesante intervención arqueológica, y que coincide aproximadamente en el plano de 1884 con la huerta de Murillo, topónimo del que Ángel Ventura saca petróleo (con una teoría interesante) en uno de sus trabajos (5).

viernes, 28 de noviembre de 2008

La caída de la Medina


En enero de 1236, en cuanto el rey de Castilla, que se encontraba en Benavente, recibió la noticia de la caída de la Axerquía cordobesa en manos de sus soldados, ordenó la partida inmediata hacia Andalucía de todos los caballeros que estuvieran disponibles para la batalla. Fue reclutando, a su paso por las fortalezas de la Meseta, las fuerzas necesarias para establecer el asedio sobre la parte aún musulmana de la ciudad, la Medina. Pasó incluso, para acelerar su llegada, por tierras en poder andalusí, como el castillo del Vacar.

Por otra parte, el rey, al menos nominal, de Al Andalus, Ibn Hud, se dejaba carcomer por la duda entre el envío de tropas hacia Córdoba o la defensa urgente de Valencia, ciudad que se encontraba amenazada por un oportuno ataque del rey Jaime de Aragón. Cuentan que fue un consejero cristiano desterrado por Fernando III quien, deseoso de recuperar el favor de su monarca, aconsejó a Ibn Hud la marcha a Levante para vencer a los aragoneses, y volver así con ejército más fuerte contra Castilla.

El engaño dio resultado, incluso más allá de las expectativas cristianas, ya que nadie podía prever que Ibn Hud fuera a ser asesinado en Almería en el transcurso de su expedición, dejando descabezado al ejército musulmán y haciendo perder toda esperanza de liberación a los defensores de la Medina.

En Córdoba, los castellanos habían completado el cerco alrededor de la ciudad con la única excepción de la entrada por el Puente Romano, que requirió de un nuevo ataque para tomar la Calahorra y cerrar el último acceso a la Medina.

Sin posibilidad de victoria ya, los cordobeses negociaron la entrega de la ciudad, y únicamente su vida fue respetada. Se les obligó a salir de Córdoba, perdiéndose con estos miles de familias un auténtico tesoro cultural y gran parte de la memoria de los oscuros años posteriores al Califato.

El día de los santos Pedro y Pablo, 29 de junio de 1236, Fernando III entraba por la puerta del Puente y ponía fin a 525 años de dominio musulmán.

sábado, 8 de noviembre de 2008

¿Lo ves? Pues ya no lo ves

Me ha parecido que debía cortar el tema de la Conquista para hablar un poco de un tema actual. Resulta que he descubierto que hay esperanza para el patrimonio arqueológico de Córdoba. La ya tradicional dejadez, la eternización de los plazos y los daños derivados de actuaciones erróneas de las cuadrillas de las obras empiezan a ser historia.

El motivo para el optimismo lo encontramos en la calle Cronista Salcedo Hierro, lo que toda la vida de Dios ha venido siendo la calle Haza, que empieza en la esquina de "La Tercia" en el Pretorio. Allí hay un gran solar en el que va a construirse la nueva sede de la Cámara de Comercio de Córdoba. Evidentemente, el terreno llevaba años abandonado sin que nadie pusiera un pico en él, y habían crecido los tarajes y pequeños álamos y ailantos.

Hace pocos días, creo que no me equivoco si digo que fue el lunes (3 de noviembre) comenzaron los trabajos de excavación de los futuros cimientos del edificio. Poco a poco las máquinas fueron horadando la tierra hasta que el miércoles (5 de noviembre), observé que en un punto del solar se había tocado piedra y habían aflorado sillares que en mi ignorancia atribuí a alguna estructura romana. Tomé la foto que se ve a continuación, donde se observan unos cuantos bloques en hilera, y se intuyen algunos otros, más desordenados, asomando en la tierra algo más arriba. Ya me imaginaba algún pequeño puentecillo o una calzada desconocida...


A la mañana siguiente, jueves, 6 de noviembre, una trabajadora limpiaba los restos cepillo en mano, mientras tomaba notas. Iba aflorando un murete parcialmente superpuesto a varios sillares que creaban una superficie plana. Cuando volví a pasar por la noche, decidí tomar alguna foto más para ir ilustrando el desarrollo de las excavaciones. La cosa tampoco prometía demasiado, porque en el resto del solar ya se profundizaba bastante sin que apareciera nada.


Así llegó el viernes, 7 de noviembre, o sea, ayer. Por la mañana estaban haciendo trabajos de topografía y un currante seguia limpiando restos. Y a mediodía, yo calculo que 48 horas después de descubrir los sillares, toda la zona era un enorme cráter de cuatro metros de profundidad: la tierra había sido cargada en camiones, supongo que llevando consigo las piedras, y si te he visto no me acuerdo.

Los restos, por limitados que fueran, habían sido documentados, estudiados y evaluados en dos días, tras lo cual se había decidido su destrucción. En dos días. Y claro, me hice ilusiones. Calculé que a ese ritmo, sólo hacían falta un par de semanas para limpiar, musealizar y abrir al público alguno de los parques arqueológicos que nos prometían hace años. El del arrabal emiral de Miraflores, por poner, que está criando hierba desde que se proyectó el Palacio del Sur. O el del Fontanar, que a este paso cuando vuelvan no van a saber dónde está la mezquita que descubrieron. Es más, con tal agilidad pensé que en un añito podríamos tener un anexo al Museo Arqueológico en la periferia de la ciudad, donde pudiéramos ver las miles de piezas que las distintas Administraciones nos esconden al público en general.

Bien, bien, esto empieza a funcionar. Vamos, digo yo. Porque si la actuación del solar de la Cámara de Comercio simplemente hubiera sido un ultimátum o un "trágala" de Urbanismo, o de quien sea, a los interesados en el estudio arqueológico ("dos días para estudiar lo que podáis y empezamos a picar", por ejemplo), habría estado muy feo.

martes, 4 de noviembre de 2008

La Conquista de Córdoba


La derrota almohade de las Navas de Tolosa, en 1212, abrió a Castilla las puertas del valle del Guadalquivir, sucediéndose desde entonces las ocupaciones de ciudades importantes al sur de Despeñaperros. En 1228, ante la pérdida de poder del imperio africano en la Península, el líder local murciano Ibn Hud (en la historiografía clásica, Aben Huc) se erigió en nuevo gobernante de un Al Andalus reunificado, si bien este poder era únicamente nominal, ya que muchas ciudades nunca se plegaron totalmente a él.

Tal y como se ha descrito, la Conquista de Córdoba comenzó un 24 de enero de 1236, cuando los fronteros cristianos almogávares asaltaron el adarve de la muralla oriental, la de la Axerquía, por el punto hoy conocido como Puerta del Colodro, puerta que según la mayoría de las crónicas no existía en ese momento.

Los cristianos, como se ve en la primera imagen, volvieron hacia el sur para abrir la Puerta del Sol o de Martos, así como otras puertas como la de Andújar, la de Baeza y la de Plasencia, las cuales recibieron sus nombres, probablemente, como recuerdo del origen de los soldados que entraron por ellas.

La batalla fue dura, y los castellanos finalmente obligaron a los musulmanes a replegarse hacia la Medina o ciudad alta (más tarde llamada Villa). Se habla de otro foco de resistencia en las llamadas "casas fuertes de los árabes", que podrían ser identificadas como el Alcázar andalusí del suroeste, algún palacio de época almohade como se cree que es el Castillo de la Judería o, según una hipótesis de Sánchez Velasco, en el arrabal de al-Bury, situado al sur de la actual calle San Pablo y no lejos de la zona de las ruinas del templo de Claudio Marcelo.

Muchos nombres fueron largamente recordados después de aquel día: Pedro Ruiz Tafur, Martín de Argote, que consiguió conquistar una fortificación que existía junto a la Ribera (la Torrecilla de los Argotes), Domingo Muñoz y multitud de caballeros que labraron su honor y alcanzaron sus privilegios a golpe de espada.

Sin embargo, al amanecer del día 25, cuando las armas callaron momentáneamente, la situación estaba muy lejos de resolverse. Media Córdoba era castellana y estaba defendida por un ejército reducido y aislado. La otra media era musulmana. Y el gobernante Ibn Hud se disponía a acudir en ayuda de los soldados de la Medina para lograr que Fernando III apartara sus manos de la antigua capital del Califato.


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El curso de los arroyos a Occidente de Córdoba es objeto de algunas discusiones. Por eso los cauces señalados son únicamente orientativos, y se dibujan también posibles alternativas o combinaciones de las hipótesis que se manejan sobre su ubicación original.

jueves, 30 de octubre de 2008

Almogávares

- Aquí tampoco llega.

Efectivamente, la rústica escala de madera posaba su último peldaño a unos dos metros del final del muro. Varios hombres se volvieron hacia los fugados.

- ¿No decíais que había veinte pies?
- Veinte pies aproximadamente. Hace años que nadie repara estas murallas, la altura es distinta según la zona.
- ¡Aproximadamente! Pues nos van a descuartizar aproximadamente en un par de horas como no consigamos subir ahí de una maldita vez.

En absoluto silencio, a paso lento y forzando el oído, el grupo se volvió a separar de la muralla y caminó otro puñado de metros. El intenso frío empezaba a hacer mella en los soldados, y todos deseaban que aquella locura terminara cuanto antes, a hierro matando o a hierro muriendo. Llevaban alrededor de una hora probando la altura de las escalas en distintos puntos de la muralla, sin que en ningún caso fuera posible alcanzar el adarve. Las medidas que les habían dado los habitantes de la ciudad que colaboraban con ellos en la operación parecían estar equivocadas.

Eran las cuatro de la madrugada del día 24 de enero. De 1236. Y un grupo reducido de soldados de Castilla estaba tratando de encontrar el punto débil de las murallas de la Axerquía de Córdoba. Pero la tensión era demasiada y decidieron tomarse un descanso. A escasos doscientos metros de los muros, los hombres relajaron sus espaldas sobre unos pequeños muretes de piedra. Eran ruinas de una casa, y al parecer los alrededores de la ciudad estaban plagados de ellas, como si Córdoba alguna vez hubiera sido mucho mayor, hasta que una catástrofe la hubiera barrido sin piedad.

El reducido destacamento estaba formado en su mayor parte por los "comandos" de la época, los soldados para misiones peligrosas en territorio enemigo, guerreros endurecidos por el clima y la situación fronteriza de las montañas del Sistema Ibérico y sus alrededores: eran los llamados almogávares, que a las órdenes de la Corona de Aragón se convertirían en una fuerza decisiva en muchas batallas posteriores.


Después del respiro, continuaron la marcha. Los cordobeses que les acompañaban para facilitarles la tarea les iban describiendo las puertas de la muralla oriental de la ciudad. Una lástima que nadie se entretuviera en apuntar todos aquellos topónimos perdidos para la Historia.

El grupo bordeó la muralla norte, cada vez más inquietos ante la posibilidad de ser descubiertos. Llegados a un punto, los cordobeses detuvieron su avance.

- No podemos seguir. Detrás de esa esquina estaríamos expuestos a la torre noroeste. Puede que todos los centinelas desde el río hasta aquí estén dormidos, pero los de la gran torre siempre velan.

Benito Baños echó un vistazo al muro.

- Podemos intentarlo aquí.

Vestidos al estilo musulmán, varios de los mejores soldados se prepararon para ascender. La escala quedaba a un metro escaso de las casi desaparecidas almenas. Las instrucciones eran claras: había que pasar desapercibidos el mayor tiempo posible, hasta que hubiera tal cantidad de cristianos en el adarve que ya no fuera posible detener su avance a lo largo de la muralla.

Álvar Colodro fue el primero en subir, el primero en poner el pie en lo que podríamos considerar el interior de Córdoba. Protegidos por las tinieblas, pequeñas patrullas de almogávares fueron pasando por las torres, eliminando a los centinelas musulmanes, y desandando hacia el sur el camino realizado desde que intentaran por primera vez asaltar el muro.

Para cuando uno de los vigías tuvo ocasión de dar la alarma antes de sentir la espada del castellano, las primeras avanzadas habían llegado a las cercanías del extremo suroriental de la muralla, junto al principal molino de la margen derecha del Guadalquivir. Estaban a escasos metros de su objetivo.


La ciudad por fin se agitaba, las primeras luces se encendían dentro de las casas y los gritos de los soldados cordobeses marcaban el inicio de la verdadera batalla. Uno de los almogávares se asomó entre dos almenas y comprobó cómo, entre las sombras, fuera de la ciudad, se aproximaba una masa indefinida de hombres. Había llegado Pedro Ruiz Tafur con sus soldados de Martos, y enseguida se escuchó el sonido de las hachas contra la dura madera de las puertas. Los fronteros cristianos descendieron del adarve para abrirlas desde dentro, y en ese momento una riada de peones entró en la Axerquía. La Conquista de Córdoba había comenzado.

(Sigue...)

domingo, 26 de octubre de 2008

A la sombra de la Luna

Hoy que llego cansado, voy a recordar una historia ligerita, simplemente un bonito día diferente a los demás. Aunque a mí me hubiera gustado estar en Madrid el 3 de octubre de 2005, Córdoba tampoco fue un mal sitio para contemplar el eclipse solar que allí fue total y aquí sólo parcial, aunque generoso.


Como Tintín, sabíamos el día y la hora del suceso, y paseando por Rabanales me fijé en que habían instalado un telescopio para proyectar sobre un cartón la silueta del Sol. Así que nos fuimos congregando a medida que se acercaba el momento en que Córdoba debía empezar a ponerse a la sombra de la Luna.


Los rayos de sol que se colaban entre las hojas de los árboles plasmaban en el suelo cientos de pequeños "eclipses", aunque desde luego el fenómeno se veía mucho más nítido en la pantalla sobre la que el telescopio proyectaba la imagen. Se llegó a cubrir más del 80% de la superficie del disco solar y, como muestra la última foto, en Rabanales se observaba una curiosa penumbra a eso de las diez y pico de la mañana.


martes, 21 de octubre de 2008

Hundamos las murallas (V): el derribo de la Puerta del Rincón

Excluyendo las Puertas de la Pescadería y de Martos, que por su situación en la Ribera tuvieron una vida más ajetreada y un final más prematuro, el primer paso de la destrucción decimonónica de las puertas de la ciudad fue el hundimiento de la conocida como Puerta del Rincón, que se encontraba situada en la esquina de la plaza de Colón que aún hoy se conoce con dicho nombre, donde funcionaba hasta hace poco el cine Isabel la Católica.

El caso es que en esta ocasión el derribo estuvo exento de la mala uva que se hace patente en otras actuaciones, pero el resultado acabó siendo el mismo. La diferencia es que se pretendía destruir la puerta original de la muralla de la Axerquía (en cuyo arranque desde la esquina de la villa se situaba), que se encontraba en el fondo de la cuesta que aún hoy forma la calle, para sacarla a lo alto, donde luciría bastante más y tendría menos problemas en caso de lluvias, etc.

De modo que en 1852, tras informar de los daños que la puerta había sufrido a raíz de un terremoto que vino a justificar felizmente las intenciones del Ayuntamiento, se ordenó el derribo, que se inició el 8 de noviembre de ese año. Inmediatamente, comenzaron las obras de reconstrucción en la parte alta de la cuesta.

De manera provisional, se levantaron un par de columnas y una cancela entre ellas, para mantener la apariencia de que aquello no era un paso libre, sino una puerta en construcción. Como se puede ver en el primero de los recortes de periódico de la imagen, la idea "provisional" se prolongó durante años, hasta provocar el hartazgo de la población.

Ramírez de las Casas-Deza bramaba contra la incompetencia municipal que había destruido un monumento para colocar una entrada de cortijo, y así pasaron los años hasta que en 1865 (!) se decidió derribar los restos que quedaban y pavimentar una nueva calle sin puerta alguna.

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Los datos han sido tomados en su mayor parte del libro "Córdoba en el siglo XIX: modernización de una trama histórica", de Cristina Martín López

viernes, 17 de octubre de 2008

La tormenta de 1589



Gracias a los muchos cronistas que ha tenido la ciudad de Córdoba a lo largo de su Historia, nos encontramos con relatos minuciosos de algunos acontecimientos que perfectamente podrían haberse perdido en el olvido, por no pertenecer al tipo de sucesos que quedan escritos en la literatura "oficial".

Algo así ocurre con la terrible tormenta que asoló la ciudad el día 21 de septiembre de 1589, según cuentan los escritos de fray Juan Chirinos, en su Sumario de las persecuciones de la Iglesia. Según relata este religioso, aquél día se habían ido formando en el cielo algunos nubarrones que en ningún momento preocuparon a la gente que paseaba por la calle. Sin embargo, al caer la noche, se desató toda la fuerza de la naturaleza.

El viento y el pedrisco castigaron, a partir de las once de la noche y de una manera nunca vista, todos los edificios de la ciudad, incluso los que parecían más sólidos. Las torres de las iglesias fueron algunos de los que más sufrieron, por encontrarse más expuestas. La de la iglesia de la Compañía, recién construida por aquellos tiempos, se derrumbó sobre la cúpula del templo, y las campanas cayeron a su interior. Una de ellas, incluso, reventó uno de los enterramientos del suelo de la iglesia.

Muchas casas de la ciudad se vinieron abajo, y algunas, como una casucha de madera que había en la Alameda del Corregidor (cerca de la puerta de Sevilla), volaron literalmente con sus ocupantes en su interior. La torre del convento de los Mártires (hoy desaparecido, junto al molino de Martos) se hundió sobre algunas celdas de frailes, que salieron sanos de entre los restos de la catástrofe.

Nunca volvió a verse un desastre semejante. Y hoy en día, sin perder el respeto a las grandes tormentas ocasionales, hasta sacamos provecho artístico de los rayos, como es el caso del vídeo que ilustra la historia.

lunes, 13 de octubre de 2008

El puente de Cantarranas


Son muchos los puentes que en el término municipal de Córdoba nos recuerdan la antigua extensión de la ciudad, así como los caminos por los que transitaban sus habitantes. En ocasiones, el tiempo ha apartado a estos puentes de las vías principales de comunicación, contribuyendo a su olvido y degradación.

Algo así ha ocurrido con el puente califal sobre el arroyo de Cantarranas, conocido también como puente del Cañito de María Ruiz. Esta construcción es la obra más importante que nos ha quedado como recuerdo del llamado Camino de las Almunias, la vía protocolaria que comunicaba el Alcázar emiral con la nueva ciudad de Medina Azahara, durante el siglo X.

Como bien describe Bermúdez Cano en su trabajo (1), el puente presenta un único arco de medio punto de unos cinco metros de luz y algo menos de altura, formado por treinta y siete dovelas. El ancho no puede ser determinado con exactitud, porque se han derrumbado algunas zonas, pero se estima en unos seis metros.

Cuando decimos que "se han derrumbado", desde luego, no tiene nada que ver con riadas, ni con la erosión de la roca. Bueno, algo sí. Pero es vox populi que han desaparecido un puñado de sillares por aquí, otro por allá, para contener la tierra de jardín en los arriates de las parcelaciones piratas que rodean el monumento, hoy incluido en la zona de protección de Medina Azahara y a la espera de una inminente restauración.


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(1) Bermúdez Cano, J. M. "La trama viaria propia de Madinat al-Zahra y su integración con la de Córdoba", Anales de Arqueología Cordobesa 4, 1993.

jueves, 9 de octubre de 2008

Milenario (2): el otoño del Imperio

(ver anterior / ver siguiente)

Mil años atrás, un mes de octubre de 1008, la ciudad de los califas bullía entre rumores y tensiones. No muy lejos de ella, se concentraban los hombres más poderosos de Al Andalus en torno al lecho de muerte de Abd al Malik ibn Abi Amir, el llamado
al-Muzaffar, a quien Almanzor había dejado en 1002 al frente del gobierno efectivo del Califato. Hisham II estaba encerrado en su cárcel dorada de Medina Azahara (en el viejo Alcázar emiral, según otros), alejado de los asuntos políticos.

Al-Muzaffar había sido un primer ministro que había tratado de continuar los pasos de su padre, llevando a cabo exitosas campañas militares contra los reinos cristianos un año tras otro. Sin embargo, su repentina enfermedad y agonía ponía contra las cuerdas los engranajes internos del Estado. Su medio hermano, Abd al-Rahman Sanyul o Sanchuelo, nieto de un rey de Navarra, era considerado por todos un incapaz, pero le correspondía el título de hayib si se quería continuar con la línea dinástica amirí. Enfrente, se situaban los legitimistas omeyas, las familias de la vieja aristocracia que veían como la reducción del papel del Califa, que ya constituía un mero símbolo, podía acabar con sus privilegios sociales.

Además, la llegada al poder de Sanyul estuvo rodeada de rumores acerca de su responsabilidad en la muerte de al-Muzaffar, al que podría haber envenenado. El nuevo hayib, en una actitud imprudente, se aficionó rápidamente a la vida de placeres de Hisham II, del que se hizo amigo íntimo. Enseguida cometió el primero de sus muchos errores: adoptó el título casi califal de al-Mamun, "el que inspira confianza".

Si Sanyul quería mantener el delicado equilibrio entre las facciones árabes, los beréberes y el resto de los grupos étnicos cordobeses, debía obrar con tacto y no traspasar una serie de líneas rojas. Al imbuirse de una dignidad reservada a la familia omeya, había cruzado la primera. No sería la última.

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Línea temporal de la dominación musulmana (I y II)

domingo, 5 de octubre de 2008

Un paseo por el Guadiatillo


Ahora que las mañanas se van refrescando y que el campo, una semana sí y otra no, se humedece con las lluvias de otoño (toquemos madera), es el mejor momento para salir al campo. Sobre todo si eres alérgico.

Así que aquí dejo una pequeña recomendación, por si alguien quiere pasear por una de las pocas zonas de nuestra sierra en la que las vallas no agobian al caminante. Siguiendo la carretera de Trassierra, tras pasar el pueblo, podemos continuar hasta cruzar el río Guadiato, transitando después entre pinares y sufriendo durante algunos metros un firme muy mejorable hasta llegar al segundo río, el Guadiatillo (km 26, aproximadamente), junto al cual hay espacio de sobra para dejar el coche.

Un paseo por esta zona, haciendo el menor caso posible de los carteles diseñados para espantar al caminante, puede darnos energía para enfrentar una semana entera en la ciudad. Podemos tomar hacia la izquierda, justo antes del puente, siguiendo río abajo un camino que se va elevando suavemente abriendo una vista del valle poblado de pinos. Los ciervos de la finca se dejarán ver sobre todo si llegamos temprano, las rapaces como las águilas reales (con mucha suerte) o las aguilillas calzadas se elevarán a media mañana aprovechando las térmicas, y después de caer cuatro gotas podremos ver a los trepadores y agateadores picoteando las cortezas ablandadas por el agua en busca de su alimento.

Si tenemos un día especialmente afortunado, que los hay, podremos ver, incluso a mediodía, cuando menos común resulta, a uno de los más escurridizos y tímidos habitantes de nuestros ríos. Allí estará alguna nutria, moviéndose a escondidas por la orilla y dejando ver las ondas en las charcas a su paso.

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La suerte de toparse con una nutria no es nada en comparación con la que supone cruzarse en el camino con este personaje. Suele pasar el primer domingo de cada mes cerca de la Malmuerta, a eso de las 10 de la mañana.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La Cruz y la Espada (II)


En 1236, cuando Córdoba estaba a punto de caer ante las tropas de Fernando III de Castilla, se congraron en Alcolea los maestres de las órdenes monásticas militares, procedentes de todo el reino. Allí estaba don Gonzal Yáñez, maestre de Calatrava, don Pedro González Mengo, de Santiago y, junto a ellos, don Pedro Yáñez, maestre de la orden de Alcántara, al frente un ejército de dos mil hombres a pie y seiscientos caballeros, reunidos a toda prisa en menos de una semana.

Junto a ellos se encontraban los monjes-soldado de las grandes órdenes orientales: el poderoso Temple, los caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén (orden de Malta) y los caballeros Teutónicos que más tarde aterrorizarían Prusia y la Pomerania.

El éxito de la campaña hizo que el Rey repartiera entre estas órdenes numerosas posesiones cuyos dueños musulmanes habían sido expulsados de la ciudad. Así, a los Teutónicos les correspondieron varias casas principales en la calle de la Madera, la que sube paralela a la Victoria desde la puerta de Almodóvar hasta la calle Concepción. Allí permanecieron hasta principios del siglo XIV.

Los Templarios recibieron los edificios de la manzana de Santiago, al sudeste, junto a la parroquia, así como el que todavía se conoce como cortijo del Temple, al sur del Guadalquivir y cerca de Almodóvar. También ostentaron la propiedad de Palma del Río y sus alrededores, hasta que la disolución de la orden en los primeros años del XIV hizo que sus posesiones cambiaran de manos. Ramírez de Arellano nos transmite sospechas acerca de la pertenencia al Temple de la parroquia (antiguamente, ermita) de Santa María de Trassierra.

Los caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén, alguno de los cuales es ya conocido, recibieron la renovada iglesia de San Juan Bautista, construida sobre la mezquita original. Al parecer la convirtieron en fortaleza durante el tiempo en el que les perteneció.

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La Cruz y la Espada (I)

sábado, 27 de septiembre de 2008

La Cruz y la Espada (I)


El nacimiento del siglo XII vino marcado por la conquista de Jerusalén a los musulmanes en 1099, durante la Primera Cruzada. La escasez de efectivos capaces de defender un reino tan alejado de la Europa cristiana (Bizancio tenía suficiente con tratar de defenderse a sí misma) se vio aliviada por la creación de unas órdenes religiosas que tenían como principal objetivo la protección, con las armas si fuera preciso, de los Santos Lugares. Así nacieron en los primeros años del Reino de Jerusalén las órdenes del Temple y del Hospital de San Juan de Jerusalén, luego llamada de Malta.

Al Andalus, mientras tanto, sufría los cada vez más audaces ataques de los reinos del norte (Toledo había caído en 1085) y el imperio almorávide no parecía capaz de frenarlos. A mediados del XII, en el período conocido como Segundas Taifas, las órdenes militares de Oriente llegaron a Castilla para colaborar en la reconquista, haciéndose cargo los caballeros templarios de la villa de Calatrava, clave en la protección de Toledo, y los de San Juan del enclave de Uclés, en Cuenca.

La huida de la orden del Temple ante el empuje musulmán propició la creación de la primera orden militar castellana en 1158, cuando el abad Raimundo de Fitero formó un ejército de 20.000 hombres que defendió con éxito Calatrava. A continuación, en 1170, la orden de Santiago tomó el mando en Uclés ante la desidia de los hospitalarios. La orden de Alcántara apareció en la Extremadura dominada por el reino de León, con el nombre original de San Julián de Pereiro.

Las órdenes regían sus propios territorios, reclutaban monjes-soldado y administraban y repoblaban las localidades que se iban incorporando a Castilla. Y cuando era necesario, enviaban sus tropas, caballeros con capas blancas y cruces coloreadas, a ponerse al lado de los enormes ejércitos reales que trataban de forzar la entrada al valle del Guadalquivir.

El creciente poder de las órdenes militares entre los siglos XII y XV llevó a los Reyes Católicos a tomar la decisión de asumir su mando, convirtiéndolas así en meros instrumentos al servicio de la Corona y, con el tiempo, en órdenes honoríficas que aglutinaban a nobles de las mejores familias.
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La Cruz y la Espada (II)
Imágenes: caballeros templarios y cruces de las órdenes de Calatrava, Santiago y Alcántara

martes, 23 de septiembre de 2008

Córdoba frente al misterio (10): la ternera descabezada

Si el tatarabuelo de Iker Jiménez hubiera visitado Córdoba, probablemente habría sabido de un pequeño cuento chino que se contaba por estas calles en los primeros años del siglo XIX, y vete tú a saber desde cuándo.

La leyenda se situaba en la calle Caño, la que hoy va de la esquina de Fuentes Guerra hasta cerca de la plazuela de Chirinos, y que antiguamente, por no existir comunicación con Ronda de los Tejares, giraba para desembocar en Osario. Contaban las madres para acongojar a los niños revoltosos, y educar a las niñas desmadradas, que vivían una vez una señora con su hija en la mencionada calle. Al parecer la chavala la humillaba constantemente y llevaba una vida, digamos, adelantada a su tiempo. Era tal la desesperación de la madre que un buen día, harta ya de maltratos y deshonras, le soltó una maldición no exenta de originalidad, pues le dijo que más le valdría haber parido cualquier tipo de bestia, desahogándose a continuación hasta que tembló el cielo y la tierra.

Cuál no sería la sorpresa la mañana (supongamos) que apareció la niña convertida en ternera, para desesperación de la madre, que pensaría que no se refería exactamente a eso cuando hablaba de bestias y castigos divinos. Vamos a pensar que la señora trató de enmendar el tema con el párroco de San Miguel o con unos pocos rosarios, antes de pasar al siguiente capítulo de la historia, que consistió en coger un hacha y cortarle el pescuezo a la ternera/hija, tirando ambas partes al caño subterráneo que daba y da nombre a la calle.

Y desde entonces, por las noches, los vecinos se recogían temprano en sus casas para evitar el encuentro con la ternera descabezada, que salía dando bramidos y espantando al vecindario del barrio del Trascastillo.

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Se puede leer un poco más de la historia en la edición digital de "Paseos por Córdoba".

viernes, 19 de septiembre de 2008

Aquí yace Almanzor


Al menos, así lo dice la tradición y la mayor parte de las fuentes. Difunto o agonizante, Almanzor entró en Medinaceli (Soria) en agosto de 1002, y recibió sepultura en el interior de la ciudad, honor reservado únicamente a altas dignidades (en Córdoba, únicamente a emires y califas). Había mantenido durante años la tradición de sacudirse el polvo de sus vestimentas cada vez que llegaba al campamento tras una batalla, guardándolo para ser enterrado bajo él. La inscripción junto a la tumba decía así:

Sus hazañas te hablarán sobre él,
como si con tus ojos lo estuvieras viendo
¡Por Alá! Nunca volverá a dar el mundo nadie como él,
ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar

El paso del tiempo y de las guerras llevaron al olvido general el lugar del reposo de Almanzor, pero siempre hubo alguien que pudo asegurar que allí donde se alzó en primer lugar la iglesia románica de Santa María y, ya en el siglo XVI, la nueva Colegiata, la tierra guardaba al guerrero andalusí.

Después de largos debates sobre lo que el destino ha podido deparar a las tumbas de los emires y califas cordobeses, emociona seguir una pista que nos puede llevar hasta este punto donde la Historia se detuvo hace más de mil años.

Os dejo las fotos del lugar donde empezamos la rutas soriana este verano.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Calatañazor: todo imperio tiene un ocaso


A veces da la impresión de que Córdoba está por todas partes. Hace unas semanas, en nuestro camino de Burgo de Osma a Soria capital, tomamos un desvío para visitar el lugar donde dice la leyenda que se fraguó el declive del imperio omeya.


En el año 1002, siendo Califa el abúlico Hisham II, el hayib o todopoderoso primer ministro Muhammad ibn Abu Amir preparaba una de sus habituales expediciones hacia tierras cristianas, para pasar a sangre y fuego la región del Alto Duero, en la frontera entre los reinos del norte y el Califato.


Cuentan las crónicas que Almanzor, el Victorioso, que es como se hacía llamar el caudillo musulmán, regresaba de arrasar San Millán de la Cogolla cuando se encontró por sorpresa, en un lugar llamado Calatañazor, con un ejército coaligado de castellanos, leoneses y navarros. Se entabló una feroz batalla que dio como resultado la derrota de las tropas califales, quedando Almanzor herido de muerte.

Aprovechando la noche, huyó hacia la inexpugnable Medinaceli con los restos de su ejército, pero se cree que nunca llegó a la ciudad, muriendo en el valle de Bordecorex.

Sin embargo, esta leyenda que aún pervive en el imaginario colectivo castellano ("en Calatañazor, Almanzor perdió el tambor") podría no corresponderse con la realidad. Las fuentes cristianas de la época ignoran el acontecimiento y se limitan a señalar la fecha y lugar (Medinaceli, en este caso) de la muerte del líder amirí. Las fuentes musulmanas, por su parte, nos presentan a un Almanzor enfermo ya en la salida de Córdoba, y por lo tanto fallecido no a causa de heridas de guerra, sino de muerte natural.

¿Hubo realmente una batalla en los llanos de Calatañazor? ¿O fue sólo una pequeña escaramuza que, unida a la noticia de la desaparición del temido hayib, prendió la mecha de la leyenda en el mundo cristiano?

Según el interesantísimo artículo de Juan Castellanos, los castigados pobladores del norte necesitaban creer en un ejercicio de justicia divina para sanar las heridas que la destrucción de Santiago de Compostela en 998 produjo en sus almas.

Lo único seguro es que la sucesión de Almanzor en la figura de sus hijos, instaurando una dinastía amirí paralela a la de los califas omeyas, marcó un punto de no retorno en el declive del Califato. Cuentan que, en su lecho de muerte, al ver llorar a su hijo Abd al-Malik, el hayib afirmó: "Esta me parece la primera señal de la decadencia que aguarda al imperio".

Ver línea temporal.

martes, 19 de agosto de 2008

La calle Cairuán

Aunque no recibe todas las visitas que cabría esperar, por estar expuesta al insufrible sol de mediodía y encontrarse a la espalda del recorrido turístico estándar de la Judería, la calle Cairuán es un espacio histórico de gran relevancia. A lo largo de ella transcurre la antigua muralla occidental de la ciudad, construida en la ampliación augustea de la urbe romana, cerca del inicio de nuestra era, y reedificada por musulmanes y cristianos en diversas ocasiones.

La calle Cairuán fue abierta a principios de los años 60, con la eliminación de varias viviendas que cerraban el acceso desde el lateral de la puerta de Almodóvar (ver la foto inferior). Recibió su nombre en 1968 a raíz del hermanamiento de Córdoba con esa ciudad norteafricana. La muralla fue restaurada de una forma que ha sido a veces ensalzada, y más a menudo criticada, por la artificialidad del resultado en zonas donde había quedado bastante arrasada.

Algunos investigadores han situado en esta zona el punto por el que accedieron los invasores beréberes a la ciudad en el año 711, al haber crónicas que hablan del lamentable estado del lienzo occidental del muro protector. Otras fuentes se llevan este punto a las proximidades del puente romano.

Aparte de la piedra, el elemento más relevante de esta calle es el agua. Lo que a primera vista parece un conjunto de estanques ornamentales es en realidad un trozo de memoria que recuerda los sistemas de abastecimiento de agua de la Córdoba antigua. Estos estanques son herederos directos del pequeño arroyo que corría por esta zona siglos atrás, tomando parte de su caudal del agua sobraba de la alcubilla anexa a la puerta de Almodóvar. Aquí confluían las aguas de la Fábrica de la Catedral, las del venero del Alcázar y las de Esquinas Paradas o agua de la Huerta del Rey (nombre que recibía la actual zona de Doctor Fleming), procedentes todas ellas de las faldas de la sierra. Parte de estas aguas, redirigidas hoy desde los estanques del Alcázar por modernos conductos y sistemas de bombeo, siguen circulando por el reconstruido foso de la muralla.

martes, 12 de agosto de 2008

La mezquita de la estación de autobuses

Son varias las mezquitas, en uso aún en el periodo almohade, que quedaron convertidas en iglesias después de la conquista cristiana. Sin embargo, aquellas que se encontraban en los arrabales califales del siglo X, destruidos por las sucesivas guerras civiles, no han salido a la luz hasta que no se ha comenzado a excavar de forma sistemática el territorio a poniente de la ciudad.

Uno de los edificios religiosos que se han conservado se encuentra, de manera muy parcial, en el sótano de la estación de autobuses. Es tan poco lo que se sabe sobre él que en los primeros años se explicaba a las visitas como si fuera un establecimiento industrial (alfarería o similar). Más tarde se asentó la idea de que la pared semicircular se correspondía con el mirhab de una mezquita, y el muro con la qibla. Se conserva parte de la decoración interior de estuco blanco, y del revestimiento externo.

Los restos fueron integrados in situ y acompañados de un cartel informativo, para que todos los viajeros que pasaran por allí tuvieran ocasión de contemplarlos. ¿Y pasan muchos? Bueno, lo cierto es que por allí no van muchos turistas. La gente se asoma al balconcillo redondo desde el piso superior, y ve cuatro piedras que no se corresponden con la mezquita que conocen de oídas. Sólo si bajan y se dirigen a un extremo del aparcamiento subterráneo, paupérrimamente iluminado, veran un pequeño tragaluz que ilumina sin demasiado éxito un muro bajo. El cartel apenas se puede leer con la luz disponible. Ahí están los restos del modesto templo del arrabal de Cercadilla.

sábado, 9 de agosto de 2008

Puerta de Gallegos

El hecho de ser uno de los puntos de reunión más frecuentes de la ciudad, ha permitido a este topónimo perdurar en la memoria y el uso de los cordobeses. La Puerta de Gallegos o de los Gallegos se abría a occidente, hacia el ejido de la Victoria donde se encontraba el convento del mismo nombre.

Según las teorías más aceptadas, en tiempos de la Corduba romana ya existía aquí una puerta monumental, situada en un decumano secundario. Frente a ella se extendía la necrópolis más importante de la ciudad, a uno y otro lado de las vías que tenían su origen en ella, de la que son recordatorio los monumentos funerarios recientemente restaurados. La calzada que discurre entre ellos, como prolongación del supuesto decumano, parece afianzar esta hipótesis.

Se cuenta que en la reconstrucción que se llevó a cabo en la época emiral se utilizaron sillares almohadillados y dos enormes columnas a ambos lados, coronadas por capiteles romanos (de ahí la suposición de una puerta monumental anterior). En esta época era conocida con el nombre de Bab al-Amir. Tanto en la época de esplendor califal como durante la expansión urbana de la Colonia Patricia romana, las necrópolis que se situaban en esta zona en los momentos de contracción urbana fueron sustituidas por arrabales.

La conquista cristiana de Córdoba supuso el nuevo bautismo de la puerta, que pasó a llamarse de los Gallegos, según dice la versión más tradicional, porque por aquí entraron los soldados de este origen que acompañaban a Fernando III. Es la misma argumentación que se emplea con las puertas de Plasencia, Martos y Baeza. Sufrió entonces una modificación de la parte superior, para colocar en ella las armas de Castilla y Córdoba. Sin embargo, en 1755, debido al gran terremoto, la puerta quedó muy dañada y hubo que tirarla y reconstruirla tal y como se ve en las fotos del siglo XIX, conservando dicha forma hasta el año 1865 en que fue derribada.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Palmera y recuerdo

Cuentan que una vez, paseando por su palacio de la Arruzafa, el emir Abderramán I reparó en un pequeño brote que salía del suelo. Se agachó y lo estudió con detenimiento. Era una única hoja afilada que se elevaba hacia el cielo, como preparándose para abrirse en abanico pasados unos días. Abderramán sabía que en aquella tierra no nacían plantas así, salvo los pequeños palmitos aguas abajo del Guadalquivir.

Según pasaba el tiempo iba viendo crecer a la planta. La protegía, y avisó a sus sirvientes de que no debía ser dañada bajo ningún concepto. Poco a poco, fue tomando la forma que el emir esperaba: el pequeño plantón era una palmera. Dice la leyenda que no existía ninguna hasta ese momento en la península Ibérica, y que esta primera vino como semilla con algún cargamento procedente de África u Oriente.

El caso es que Abderramán I, que añoraba su tierra siria de origen, veía a la palmera como una compañera en el agridulce destino que le había llevado a refundar su dinastía lejos de su reino original. Es por ello que, al cabo de los años, le compuso un poema que más tarde traduciría Juan Valera:

Tú también eres, oh palma
en este suelo extranjera.
Llora, pues, mas siendo muda
¿cómo has de llorar mis penas?

Tú no sientes, cual yo siento
el martirio de la ausencia.
Si tu pudieras sentir
amargo llanto vertieras.

domingo, 3 de agosto de 2008

Voces de la noche

Cuando la ciudad se tranquiliza y se recoge a descansar, empieza la jornada para algunos cazadores nocturnos. Normalmente estos vecinos pasan desapercibidos, pero no es extraño cruzarse con alguno de ellos durante un paseo tranquilo por el centro de Córdoba.

De entre las rapaces nocturnas, las que con más facilidad se adaptan a la vida en la ciudad son las lechuzas y los cárabos, con la particularidad de que a una especie es más fácil verla, y a la otra resulta más normal escucharla.La lechuza se puede contemplar como una silueta blanca, con alas largas y de punta redondeada, planeando o batiendo con suavidad. Uno de los mejores lugares para verlas es la zona del río, donde con un poco de suerte se las puede avistar volando cerca de la Mezquita.

En general, están presentes en prácticamente todos los parques de mediano tamaño de nuestra ciudad: Colón, la Victoria, Vallellano, Chinales y el Parque Cruz Conde. Puede ser más complejo dar con ellas en estas zonas, ya que los árboles contribuyen a su discreción.


Lo mismo puede decirse de la distribución del cárabo, que resulta algo más huidizo a la vista. Se descubre de vez en cuando su
reclamo cuando los coches dejan de aturdir los oídos. Incluso desde dentro de las viviendas se pueden oír.

En ocasiones se pueden encontrar en los parques sus egagrópilas, los restos regurgitados de la digestión de sus presas, convertidos en bolitas de pelo y huesos. Ambas rapaces se alimentan principalmente de pequeños mamíferos, como ratones o topillos, rara vez de pájaros o lombrices. Son, por tanto, inofensivos y beneficiosos en el ambiente urbano.

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Las imágenes y el sonido están tomadas de brinzal.org

jueves, 31 de julio de 2008

El dibujante de mapas


Hombro con hombro, figuras altivas, en sus treinta el más joven, peinando canas el otro. Los rostros curtidos por el sol, la batalla y la aventura; los brazos gesticulan intensamente mientras se describen el uno al otro las situaciones vividas. Calle abajo por las Tiendas, desde la parroquia de Santo Domingo, los vecinos se les quedan mirando, porque las ropas y los andares denotan la alta clase de la que proceden. "Son forasteros", comenta alguien. Rápidamente un paisano le corrije:

- No, ese no. Ese es don Gonzalo.

Y el grupo de mirones cambia su expresión de recelo por otra de profundo respeto hacia el joven Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien ya se llama Gran Capitán, el ganador de Íllora para la Cristiandad. Habrá venido a la ciudad de visita.

Caminan bajo el Arquillo junto a la iglesia y giran a la derecha hacia la puerta de Hierro. Por la cuesta va su acompañante charlando animadamente mientras mueve su mano en el aire, simulando el oleaje del mar embravecido. Don Gonzalo niega con la cabeza y dice que ya podéis vos decir misa, que yo no me creo una palabra. El otro le golpea en el hombro con camaradería y ambos ríen, Escribanías alante. Menudo rodeo hemos dado, parésceme. En efecto, no sería mala empresa abrir otra calle más centrada, si no fuera por la gran pendiente que formaría. Y hablando, entran en la pequeña tienda abarrotada de pinturas, tinta y papeles raídos.

El Gran Capitán estrecha la mano del comerciante y presenta a su compañero, quien expone sin dilación lo que necesita. Un mapa de las Jónicas, para uso personal. Nada recargado, sin adornos, algo sobrio para manejo cotidiano. Extrañado, el hombre pasa al interior y ambos se acodan en la mesa, bicheando la tienda.

De vuelta con un boceto del mapa, el tendero le dice el autor y el año, y le comunica que en un par de semanas podría tenerlo listo. Semblante serio, se habla de maravedíes y de plazos, y queda la fecha recortada en dos días. Un hombre se levanta de un pequeño taburete desde el que contemplaba un viejo mapa del norte de África con grandes manchas, y sale sin mirarles. Don Gonzalo se tienta el cinto, por si acaso.

Apretón de manos, no esperaba menos de vuestra merced. Un honor tenerle por aquí, Capitán General. También un honor volver a verle, don Gonzalo. Salen girando a mano izquierda, hacia la calle de la Feria. De pronto, a pocos metros, les sorprende un paisano que asoma de una casa muy baja y casi derruida con una gran losa de mármol en sus brazos. Le siguen, a la carrera, otros dos, con la misma carga, que sonríen a los militares con la boca desdentada y la cara tiznada. En la pared, apoyado junto a una ventana hundida, hay un hombre. El que estaba en la tienda. Ropa oscura, rostro afilado.

- Os jugáis los barcos usando esas cartas - le dice al forastero.

- Os jugáis vos la vida hablando así tan cerca de la escribanía - contesta él. Pero ve que ha dejado un flanco expuesto y trata de corregirlo - ¿Y quién os ha hablado de que yo pueda tener varios barcos?

El desconocido le ha ganado la primera mano.

- Sé que barcos tiene vuestra merced, y que barcos manda. Y sé, también, que los perderá en Cefalonia o donde quiera que se meta si usa ese mapa que le ofrecen.

- ¿Y cómo sabéis vos que el mapa está equivocado?

- Porque hace diez años que tuve que corregirlo con mis manos. Salvé una carraca a menos de veinte pies de unas rocas que no estaban señaladas.

- ¿Sugerís, quizás, que debo navegar sin mapas?

- Sugiero que vengáis a mi taller dentro de diez días y recojáis mi mapa por el primer precio que os ofreció ese iletrado.

De modo que aquel sujeto dibujaba mapas, había navegado por todo el Mediterráneo y no regateaba. Parecía extranjero, estiraba las palabras y se atascaba en ocasiones. Pero estaba muy seguro de sí mismo.

- ¿Cuál es vuestro nombre, si no es molestia?

- Mi nombre me lo labraré si quiere Dios y sus Católicas Majestades.

Entonces fue don Gonzalo quien sintió curiosidad.

- ¿Hace su merced negocios con sus Majestades?

Una sonrisa triste invadió su rostro.

- A eso vine a Castilla. Pero volveréme pronto si el asunto no mejora. Quizás Enrique el inglés sea más razonable.

Caminaron juntos los tres hacia el río. Para negocios están los Reinos. Primero, la guerra. Cuando haya caído Granada, habrá tiempo y dinero para otra empresa. Ya lo entiendo, señores, pero lo que yo prometo es gloria, y no se me entiende. Gloria e inmensas riquezas, y tierras si se tercia. ¿Dónde están esas tierras, y cómo llegar a ellas?

- Esas tierras están a Poniente. Y yo mismo llegaré con un puñado de barcos, si aceptan Sus Majestades dotarme de ellos.

En ese momento, Galcerán de Requesens reconoce el rostro del extraño. Se le quedan los ojos como platos al contemplar al lunático al que vio un día, de lejos, en una Audiencia Real en la que se preparaban los planes para el bloqueo naval de Málaga por la flota de Aragón, que él comandaba y sigue comandando. Don Gonzalo también repara en ello. Él estuvo presente en esa misma reunión. Es el hombre que pretende que le nombren Almirante de una flota, y partir hacia el fin del mundo, adonde nadie ha ido, a buscar la ruta de las Indias por Occidente.

Llegan al río, y don Gonzalo le cuenta al extranjero la historia de la Cruz del Rastro. Galcerán, que también la conocía de oídas, se estremece con ella y niega suavemente con la cabeza.

Gonzalo Fernández de Córdoba, Galcerán de Requesens y Cristóbal Colón dejan pasar un rato en silencio, de pie, sobre el barro, mirando a un río que viene crecido y se va comiendo la tierra de la orilla. Otean el horizonte, contemplando el grandioso puente y la inexpugnable torre que lo protege. Colón se rasca la nuca y se siente observado. Al girarse, ve cómo, tras una cortina, les contempla la Historia. Se escapan del cielo encapotado unas gotitas, envejece el año de Nuestro Señor de 1487.

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La iglesia junto al Arquillo es la del Salvador.
Puedes leer la historia de la Cruz del Rastro aquí: I y II.

Algo más sobre el Gran Capitán y Galcerán de Requesens.

Esta escena, probablemente, nunca tuvo lugar. Pero las frecuentes visitas a la Corte, establecida gran parte del tiempo en Córdoba, de estos tres personajes entre 1486 y 1492 hacen más que posible que se conocieran entre sí, y quién sabe, que hubiera una conversación parecida a ésta.