lunes, 31 de marzo de 2008

Puerta Nueva

En el año 1518, cuando empezaba a fraguarse la construcción de la gran catedral cristiana sobre las naves centrales de la Mezquita, otra obra menor pasaba desapercibida para la población. Una pequeña casa de la Axerquía, colindante con la muralla, era echada abajo, abriéndose un pequeño postigo para que los vecinos del barrio de la Magdalena tuvieran otra salida al campo.

Este postigo, ampliado unos años más tarde durante los preparativos de la visita del rey Felipe II, en 1570, fue tomando el nombre por el que aún hoy se conoce a esa parte de la ciudad: la Puerta Nueva.

Muy pocas puertas cordobesas, probablemente sólo la olvidada puerta de Plasencia, a la que robó el puesto de privilegio, han visto pasar a tal cantidad de personajes históricos. Felipe IV, medio siglo después, Carlos II, Fernando VII e Isabel II, así como José I, hermano de Napoleón, y los generales Dupont y Godinot durante la guerra de la Independencia.

Fue en el siglo XVIII cuando se acometieron las mayores reformas de la puerta, primero en 1723 y posteriormente con motivo de la construcción de la carretera de Madrid a Cádiz, que entraba en Córdoba por este punto. El arco original, que estaba coronado por una pequeña capilla, fue sustituido por la portada que quedó inmortalizada gracias a los primeros fotógrafos cordobeses y a varios grabados como el de la imagen.

En el año 1895, habiendo sobrevivido a la peor época de destrucción monumental, la Puerta Nueva fue sacrificada por la piqueta municipal, perdurando sólo en el recuerdo y la toponimia del ciudad de Córdoba.

viernes, 28 de marzo de 2008

Viñetas para una ciudad

La más inesperada y didáctica manera de conocer y asimilar la historia de nuestra tierra tomó forma en 1989, gracias a los dibujos de Alberto Solé y a los textos escritos por Jorge Alonso. La Diputación editó un cómic, con tapa dura, papel de alta calidad y a todo color, en el que a lo largo de 68 páginas y bajo el título "Historia de Córdoba", vamos poniendo rostro a todos los personajes cuyos nombres nos suenan desde niños.

Desde los primeros asentamientos prerromanos hasta la llegada de la democracia, los acontecimientos históricos quedan quizás excesivamente condensados, dado que se ha tenido el acertado propósito de no dejar nada atrás. Los diferentes imperios musulmanes, las guerras civiles romanas, los enfrentamientos dinásticos por la corona de Castilla y los personajes del arte y la filosofía tienen su rincón en el cómic.

Son muy pocos los detalles que la arqueología y la investigación histórica han ido dejando obsoletos, y se aprecia un gran esfuerzo por hacer comprensibles episodios tan complejos como las revueltas muladíes del siglo IX o las personalidades de los grandes emires y califas.

Merece la pena el esfuerzo de hacerse con un ejemplar, de los pocos que circularán ya por Córdoba, y disfrutarlo de vez en cuando, dejándonos trasladar por la fantasía que siempre acompaña a una viñeta.

martes, 25 de marzo de 2008

Colores

La suerte existe: es, por ejemplo, encontrarse en el momento justo y en el lugar adecuado. El lugar era el Mirador de las Niñas. El momento era la tarde de un Jueves Santo.

Si alguien te pregunta cómo es Córdoba, aquí tienes una buena respuesta.

sábado, 22 de marzo de 2008

El Hotel Suizo: arquitectura efímera en las Tendillas

En la década de los sesenta del siglo XIX, la ebullición del ferrocarril por toda la península Ibérica estaba acercando sensiblemente las ciudades entre sí. Era una buena ocasión para hacer negocio aprovechando el crecimiento de visitas que se esperaba en Córdoba, y así lo vieron los hermanos Puzzini, de origen suizo, que se hicieron con las casas comprendidas entre Diego León, calle que entonces se alargaba hasta la esquina de Duque de Hornachuelos, y la pequeña plazuela de las Tendillas.

Establecieron una fonda provisional en la calle de Diego León, donde en 1861 se hospedó durante su visita a Córdoba el embajador de Marruecos, hermano del
Emperador, mientras se construía un gran edificio en lo que hoy es el centro de la plaza de las Tendillas: el Hotel Suizo. El negocio era considerado de los mejores de España, con muchas, cómodas y elegantes habitaciones, amplias galerías, preciosas escaleras y, lo que se consideraba más importante, un aire de modernidad que complacía a todos los habitantes de la ciudad.

En su construcción se emplearon algunos restos del derribo de las casas anteriores, como por ejemplo algunos capiteles de origen califal, probablemente de Medina Azahara, ya que una inscripción rezaba: En el nombre de Alá, la bendición de parte de Alá sea sobre el príncipe de los creyentes, alargue Alá su permanencia en la tierra, Abd al-Rahman ibn Mohammad [Abderramán III].

Abierto desde el año 1870, el Hotel Suizo se vio constantemente amenazado por las intenciones del Ayuntamiento de ensanchar la plaza de las Tendillas aprovechando los terrenos del establecimiento. Las primeras obras empezaron en 1908, y en 1919 los dueños vendieron el edificio a la ciudad por medio milón de pesetas. El derribo de la Fonda en 1923 dejó un enorme espacio libre en pleno centro de Córdoba, alrededor del cual fueron construidos en los años veinte los edificios art-decó, regionalistas y modernistas que formarían la nueva plaza de las Tendillas.

martes, 18 de marzo de 2008

Campo del Marrubial

Muy tardíamente, bien entrado el siglo XX, comenzó Córdoba a extenderse por el nordeste, hacia el campo que secularmente había recibido el nombre del Marrubial. El marrubio, una labiada con propiedades medicinales que aún se encuentra con cierta facilidad en nuestra sierra, hace mucho que dejó de crecer sobre las huertas de Frías y Pavón, pero trataremos de imaginarnos aquellas tierras tal y como eran.

Dos arroyos discurrían antaño por ellas. El arroyo Hormiguita venía de la zona donde hoy se encuentra la fábrica de cemento, y vertía sus aguas al arroyo de las Piedras, que venía de Sansueña, nada más pasar la cruz del Padre Roelas, o de los Cinco Caballeros, como se puede ver en el plano de 1884. La pequeña laguna que formaban detrás del recién construido cuartel de Alfonso XII coincidía aproximadamente con la que hoy vemos en el parque cercano.

También fue el campo del Marrubial la entrada principal a Córdoba hasta la construcción por Carlos III de la carretera de Madrid, ya que por la puerta de Plasencia tenían su entrada a la Axerquía la antigua via Augusta (en la foto, camino viejo de Madrid) y la que fuera via Corduba-Emerita (hoy carretera de Badajoz), que subía paralela al arroyo Hormiguita. Esta privilegiada situación fue la causa de que hasta aquí se extendieran los arrabales y cementerios de la ciudad en la época califal.

Puede quedar para otro día la historia más negra de esta zona, aquella que habla de tribunales eclesiásticos, autos de fe y hogueras en las que se ahogaban los gritos de los supuestos herejes.

sábado, 15 de marzo de 2008

La Fuenseca

Mediada la calle Alfaros, baja la calle de Juan Rufo hasta llegar a una pequeña plazoleta en la que sólo encontramos una fuente, adosada al muro. Es la llamada Fuenseca, con su inagotable caudal que resuena en las calles cercanas noche tras noche, y que constituye uno de los símbolos de la Córdoba más profunda y auténtica.

¿Por qué se llama Fuenseca una fuente que siempre ha sido considerada de las más abudantes? La explicación hay que buscarla en su ubicación original, que era la plazoleta de Alfaros a escasos cincuenta metros de distancia pero en un terreno bastante más elevado. Esto provocaba que, desde su construcción en 1495, la fuente apenas tuviera agua, con excepción de los años más lluviosos, en los que venía un mayor caudal desde su nacimiento en la huerta del antiguo convento de las Dueñas, entre el Císter y el Bailío.

El nombre popular de Fuenseca quedó tan arraigado que no se perdió tras su traslado al centro de la plaza que hoy ocupa, que se llevó a cabo en el año 1760. Para asegurar el caudal, el Ayuntamiento la situó además en una hondonada a la que se bajaba por dos o tres escalones. En 1808, durante la dominación francesa, fue modificada hasta tomar la forma que hoy vemos, colocándose sobre ella el San Rafael que había en la plaza, según Ramírez de Arellano, en un pedestal de mampostería muy ridículo.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Los altares callejeros de Córdoba

Durante siglos, cada atardecer, las tinieblas iban envolviendo la ciudad, las gentes se recogían a sus casas y las calles se volvían oscuras y peligrosas. Los recovecos de Córdoba intramuros se llenaban de fantasmas y de sombras que se movían con cada vibración de las débiles lámparas que dejaban escapar su luz desde el interior de las viviendas. Afortunadamente, poco a poco, las callejuelas se habían ido llenando de pequeños rincones iluminados, puntos donde algunas velas o una lámpara de aceite proporcionaban un cierto respiro al intranquilo caminante.

En la primera mitad del siglo XIX, Córdoba estaba llena de altares callejeros, improvisados unos, de cierto valor artístico los menos; con origen en la devoción popular, aunque carentes ya del aura de respeto y veneración que llegaron a tener. Algunos artistas locales habían cedido sus obras, que se podían apreciar en plena calle, como ocurría con Antonio del Castillo.

Sin embargo, durante la regencia de Espartero, en 1841, el jefe político liberal Ángel Iznardi dio la orden de que se retiraran estas imágenes que no sólo representaban una fuente de suciedad, sino que, sobre todo, eran un recordatorio de tiempos antiguos de superstición mezclada con religiosidad, tiempos que se querían dejar atrás en aquel embrión de país moderno que se abría camino, entre luchas internas, lamiéndose las heridas que habían dejado las caenas.

Aquella decisión, de todos modos, no habría podido tomarse si los altares hubieran conservado su utilidad, que habían perdido a principios de los años treinta con la implantación, según las directrices establecidas en 1831, del alumbrado público en la ciudad de Córdoba, que lucía ya centenares de faroles.

Sólo aquellas imágenes que fueron defendidas por familias cuyas influencias llegaban hasta Madrid se salvaron de la quema, quedando prácticamente en solitario el retablo de la calle Candelaria, esquina Lineros. Después, la tradición popular fue recuperando algunos otros lugares, como ocurrió en la calle Adarve, que muestra la foto.

domingo, 9 de marzo de 2008

Restaurar los primilla

Muchos cordobeses se sorprenderían si descubrieran algunos de los vecinos con los que conviven en su barrio. Por regla general son criaturas discretas, pero no resulta difícil observarlos tanto casual como intencionadamente.


Los cernícalos primilla (Falco naumanni) son pequeñas rapaces, principalmente insectívoras, que se establecen por regla general en pueblos y ciudades del centro y sur de la península, allá donde haya edificios antiguos en estado de ruina, o con huecos donde poder anidar. En Córdoba han existido tradicionalmente colonias de primilla en la Mezquita, en las cercanías del Palacio de Orive, en la Compañía o en la iglesia de Madre de Dios (Lonjas), por poner algunos ejemplos.


Sin embargo, las restauraciones que se llevan a cabo en estos edificios, que eliminan los huecos formados con el paso de los años, limitan los lugares de anidamiento, lo que se une a la competencia de las grajillas. Así, está teniendo lugar un marcado declive de la población en la capital, que podemos cifrar en unas veinte parejas, como la de la foto (tomada de SEO Córdoba, a la izquierda la hembra).


La Consejería de Cultura de la Junta, preguntada en el diario Córdoba por su posición, ha señalado que la presencia de cernícalos “no es un elemento favorable, al ser fuente de posibles patologías, suciedad, humedades, peso añadido, etc.”. Llega a asegurar que su nidificación en la ciudad responde “a una situación anómala,[…] a una falta de conservación de los edificios”.


Sin entrar a discutir el impacto sobre la Mezquita del peso de un pollo de cernícalo, sí que cabe preguntarse si tan difícil resulta tener en cuenta la fauna salvaje de la ciudad a la hora de restaurar iglesias y monumentos, en lugar de tomar, dentro de unos años, medidas más caras para recuperar su presencia y compañía.


Cernícalo primilla cerca de Ávila. Foto: Juan Pablo Fuentes Serrano

jueves, 6 de marzo de 2008

Hundamos las murallas (IV): abriendo paso al Rey

En la década de 1870, el Ayuntamiento empezaba a estar cansado de que todas las ideas que tenía para mejorar el erial que el pueblo llamaba Campo de la Merced se fueran frustrando por falta de fondos, tiempo o voluntad de hacerlas realidad.

Uno de los proyectos largamente acariciados era, cómo no, hundir un trozo de la muralla de la Villa para dar salida a dicho campo por la calle del Silencio, hoy llamada de Torres Cabrera, y que en aquella época terminaba en la plaza de las Doblas. Pero era necesario comprar previamente las casas afectadas por el derribo, y no había dinero en las arcas municipales para hacerlo.


La excusa perfecta vino dada por la visita real de Alfonso XII a Córdoba en abril de 1877. Estaba previsto que el Rey se alojara en el palacio de los Condes de Torres Cabrera, que aún hoy podemos ver en la calle que lleva su nombre, y desde el Ayuntamiento no se consideraba de recibo que el monarca no tuviera una salida directa de la ciudad a la estación de ferrocarril, motivo un poco discutible dado que se encontraba a escasos cien metros de la puerta de Osario.


El caso es que de los grandiosos planes de urbanización y ajardinamiento del Campo de la Merced, que se suponía que iban a reportar considerables beneficios económicos a la ciudad, sólo se pudo realizar, y con trabajo, la destrucción de un trozo más de muro medieval, quedando un nuevo montón de escombros en el secarral y una nueva entrada que dejaba ver la pobreza y la suciedad de la Córdoba del XIX.


Imagen: palacio de los Condes de Torres Cabrera

lunes, 3 de marzo de 2008

El turbante blanco

Escucha aquí la historia de Abderramán I en la voz de Juan Antonio Cebrián

La agitación recorre Al Andalus. La guerra ha vuelto a prender por todo el sur del territorio
conquistado cuarenta años atrás, amenazando directamente la capital, Qurtuba, sede de los emires que desde 711 han regido, conforme a los designios del Califa de Damasco, los destinos de la península Ibérica. Emires que se sucedían con rapidez, siendo depuestos por intrigas de palacio y luchas tribales entre facciones árabes y beréberes.

Corre el rumor de que el último hombre con sangre de los Omeya se ha proclamado emir en Archidona, y se dirige a Córdoba con un enorme ejército, heterogéneo pero muy motivado. Abderramán, a quien llaman "el Inmigrado", nieto del gran Califa Hisham, escapó de la masacre de su familia a manos de los abbasíes en Damasco y está decidido a devolver el honor a su linaje.

Cuentan que antes de la gran batalla de Al Musara, en 756, a las puertas de Córdoba, Abderramán percibió el descontrol que regía su tropa, reparando en que ni siquiera había un estandarte que aglutinara a todos los aliados que había conseguido desde su desembarco en Almuñécar, el año anterior.

El líder sevillano Abu Zablah se le acercó a caballo, deshizo su turbante blanco y lo ató a una pica. El emblema blanco de los Omeya volvía a ondear, años después de la masacre de Damasco, frente al negro de las banderas abbasíes.

Aquel turbante que llevó a Abderramán I a la conquista de Córdoba ondeó también durante el reinado de los siguientes emires, omeyas ya independientes del Califato sirio. Hisham I, Alhakén I y Abderramán II lo conservaron como una reliquia, hasta que dos capitanes del ejército emiral enviado contra la sublevación de Mérida en 835 lo sustituyeron por uno nuevo, creyendo que aquel trapo viejo no representaba la dignidad del emir. La desolación de Abderramán II y sus vanos esfuerzos por recuperar el emblema original fueron el triste epílogo de la historia del turbante blanco del primer Omeya andalusí.