jueves, 31 de julio de 2008

El dibujante de mapas


Hombro con hombro, figuras altivas, en sus treinta el más joven, peinando canas el otro. Los rostros curtidos por el sol, la batalla y la aventura; los brazos gesticulan intensamente mientras se describen el uno al otro las situaciones vividas. Calle abajo por las Tiendas, desde la parroquia de Santo Domingo, los vecinos se les quedan mirando, porque las ropas y los andares denotan la alta clase de la que proceden. "Son forasteros", comenta alguien. Rápidamente un paisano le corrije:

- No, ese no. Ese es don Gonzalo.

Y el grupo de mirones cambia su expresión de recelo por otra de profundo respeto hacia el joven Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien ya se llama Gran Capitán, el ganador de Íllora para la Cristiandad. Habrá venido a la ciudad de visita.

Caminan bajo el Arquillo junto a la iglesia y giran a la derecha hacia la puerta de Hierro. Por la cuesta va su acompañante charlando animadamente mientras mueve su mano en el aire, simulando el oleaje del mar embravecido. Don Gonzalo niega con la cabeza y dice que ya podéis vos decir misa, que yo no me creo una palabra. El otro le golpea en el hombro con camaradería y ambos ríen, Escribanías alante. Menudo rodeo hemos dado, parésceme. En efecto, no sería mala empresa abrir otra calle más centrada, si no fuera por la gran pendiente que formaría. Y hablando, entran en la pequeña tienda abarrotada de pinturas, tinta y papeles raídos.

El Gran Capitán estrecha la mano del comerciante y presenta a su compañero, quien expone sin dilación lo que necesita. Un mapa de las Jónicas, para uso personal. Nada recargado, sin adornos, algo sobrio para manejo cotidiano. Extrañado, el hombre pasa al interior y ambos se acodan en la mesa, bicheando la tienda.

De vuelta con un boceto del mapa, el tendero le dice el autor y el año, y le comunica que en un par de semanas podría tenerlo listo. Semblante serio, se habla de maravedíes y de plazos, y queda la fecha recortada en dos días. Un hombre se levanta de un pequeño taburete desde el que contemplaba un viejo mapa del norte de África con grandes manchas, y sale sin mirarles. Don Gonzalo se tienta el cinto, por si acaso.

Apretón de manos, no esperaba menos de vuestra merced. Un honor tenerle por aquí, Capitán General. También un honor volver a verle, don Gonzalo. Salen girando a mano izquierda, hacia la calle de la Feria. De pronto, a pocos metros, les sorprende un paisano que asoma de una casa muy baja y casi derruida con una gran losa de mármol en sus brazos. Le siguen, a la carrera, otros dos, con la misma carga, que sonríen a los militares con la boca desdentada y la cara tiznada. En la pared, apoyado junto a una ventana hundida, hay un hombre. El que estaba en la tienda. Ropa oscura, rostro afilado.

- Os jugáis los barcos usando esas cartas - le dice al forastero.

- Os jugáis vos la vida hablando así tan cerca de la escribanía - contesta él. Pero ve que ha dejado un flanco expuesto y trata de corregirlo - ¿Y quién os ha hablado de que yo pueda tener varios barcos?

El desconocido le ha ganado la primera mano.

- Sé que barcos tiene vuestra merced, y que barcos manda. Y sé, también, que los perderá en Cefalonia o donde quiera que se meta si usa ese mapa que le ofrecen.

- ¿Y cómo sabéis vos que el mapa está equivocado?

- Porque hace diez años que tuve que corregirlo con mis manos. Salvé una carraca a menos de veinte pies de unas rocas que no estaban señaladas.

- ¿Sugerís, quizás, que debo navegar sin mapas?

- Sugiero que vengáis a mi taller dentro de diez días y recojáis mi mapa por el primer precio que os ofreció ese iletrado.

De modo que aquel sujeto dibujaba mapas, había navegado por todo el Mediterráneo y no regateaba. Parecía extranjero, estiraba las palabras y se atascaba en ocasiones. Pero estaba muy seguro de sí mismo.

- ¿Cuál es vuestro nombre, si no es molestia?

- Mi nombre me lo labraré si quiere Dios y sus Católicas Majestades.

Entonces fue don Gonzalo quien sintió curiosidad.

- ¿Hace su merced negocios con sus Majestades?

Una sonrisa triste invadió su rostro.

- A eso vine a Castilla. Pero volveréme pronto si el asunto no mejora. Quizás Enrique el inglés sea más razonable.

Caminaron juntos los tres hacia el río. Para negocios están los Reinos. Primero, la guerra. Cuando haya caído Granada, habrá tiempo y dinero para otra empresa. Ya lo entiendo, señores, pero lo que yo prometo es gloria, y no se me entiende. Gloria e inmensas riquezas, y tierras si se tercia. ¿Dónde están esas tierras, y cómo llegar a ellas?

- Esas tierras están a Poniente. Y yo mismo llegaré con un puñado de barcos, si aceptan Sus Majestades dotarme de ellos.

En ese momento, Galcerán de Requesens reconoce el rostro del extraño. Se le quedan los ojos como platos al contemplar al lunático al que vio un día, de lejos, en una Audiencia Real en la que se preparaban los planes para el bloqueo naval de Málaga por la flota de Aragón, que él comandaba y sigue comandando. Don Gonzalo también repara en ello. Él estuvo presente en esa misma reunión. Es el hombre que pretende que le nombren Almirante de una flota, y partir hacia el fin del mundo, adonde nadie ha ido, a buscar la ruta de las Indias por Occidente.

Llegan al río, y don Gonzalo le cuenta al extranjero la historia de la Cruz del Rastro. Galcerán, que también la conocía de oídas, se estremece con ella y niega suavemente con la cabeza.

Gonzalo Fernández de Córdoba, Galcerán de Requesens y Cristóbal Colón dejan pasar un rato en silencio, de pie, sobre el barro, mirando a un río que viene crecido y se va comiendo la tierra de la orilla. Otean el horizonte, contemplando el grandioso puente y la inexpugnable torre que lo protege. Colón se rasca la nuca y se siente observado. Al girarse, ve cómo, tras una cortina, les contempla la Historia. Se escapan del cielo encapotado unas gotitas, envejece el año de Nuestro Señor de 1487.

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La iglesia junto al Arquillo es la del Salvador.
Puedes leer la historia de la Cruz del Rastro aquí: I y II.

Algo más sobre el Gran Capitán y Galcerán de Requesens.

Esta escena, probablemente, nunca tuvo lugar. Pero las frecuentes visitas a la Corte, establecida gran parte del tiempo en Córdoba, de estos tres personajes entre 1486 y 1492 hacen más que posible que se conocieran entre sí, y quién sabe, que hubiera una conversación parecida a ésta.

1 comentario:

casandra dijo...

Conyo! Puerta, me sorprendes por días. Tu bitácora es cada día más personal e interesante, va cogiendo cuerpo e interés. Confieso que cuando empece a leerte, me pareció un remix del trillado Paseos por Córdoba" pero tengo que reconocer que de un tiempo a esta parte tus contenidos son más y más interesantes.
Gracias.