jueves, 5 de junio de 2008

Córdoba frente al misterio (8): los milagros de Magdalena de la Cruz

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Lo primero que hay que tener claro al hablar de Magdalena de la Cruz, es que muchas cosas jamás se explicarán completamente. Hay fechas que bailan, versiones que se solapan y fuentes que se equivocan. Voy a poner al final de la entrada los libros que se pueden consultar, muchos de ellos disponibles en Google Books, por orden cronológico, aunque los más antiguos no tienen por qué ser los más fiables.


Magdalena comenzó a tener apariciones a los cinco años, revelándosele que sería una famosísima santa. El mismo Jesús, según contó, le estigmatizó dos dedos de una mano diciéndole que no le crecerían más. Empezó a fugarse de casa y a intentar crucificarse en su habitación, hasta que fue enviada a las monjas franciscas (clarisas) de Córdoba, en 1504, a los diecisiete años. Allí gritaba y entraba en éxtasis cada vez que recibía la comunión, y se cuenta que levitaba en ese momento. Además, aseguraba que no comía ni bebía otra cosa.

Comenzó a predecir sucesos futuros, como la batalla de Pavía, la captura del rey de Francia o el nombramiento de su superior general, fray Francisco Quiñones, como cardenal. Afirmaba escuchar misa en Roma, o visitar conventos de otras órdenes mientras sus compañeras la veían en el suyo.

Con el tiempo, Magdalena se vino arriba y los milagros fueron subiendo de tono. Se dijo de ella que, estando incapacitada para moverse por una enfermedad, se abrieron las paredes del convento para que pudiera ver una procesión que pasaba frente a Santa Marina. Y luego vino lo del niño.

La monja afirmó haber quedado encinta por obra del Espiritu Santo, y haber dado a luz a un niño en Nochebuena. El recién nacido, según ella Jesucristo, habría desaparecido dejando como prueba de su paso los cabellos morenos de Magdalena de la Cruz convertidos en rubios. La gente se agolpó a las puertas de Santa Isabel para pedirlos como reliquias.

De vez en cuando hablaba en voz alta con un alma del Purgatorio que se le aparecía para pedirle intercesión, o se le acercaba al oído una paloma que presentaba a su comunidad como la tercera persona de la Trinidad (hablando de todo un poco).

Y claro, el resto de las monjitas estaban absolutamente asombradas, como toda la ciudad, consiguiendo Magdalena llegar a abadesa en el año 1533 y siendo reelegida en 1536 y 1539. Las más altas personalidades del Estado y la Iglesia pasaban por allí, el cardenal Manrique la llamaba muy preciada hija mía y la Emperatriz se dirigía a ella como mi mucho estimada madre y la más bienaventurada que había en la tierra. Ojo, que estamos hablando de la reina de media Europa. O más de media.

Hasta que, en 1542, un sector de la comunidad, que empezaba a desconfiar de tanto milagro y tanta abstinencia, consiguió nombrar a otra abadesa. Los maravedíes de las limosnas a Magdalena, que hasta entonces se gestionaban en común, pasaron a ser administrados por ella y las envidias y recelos se agudizaron. En el año 1543, enfermó de gravedad. Llamaron a un médico, y éste le dijo que moriría en breve con toda seguridad. Le ofrecieron confesarse y ella aceptó.

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Algunas fuentes:
Siglo XVI: "Los dos tratados del Papa i de la misa", Cipriano de Valera, 1588, pp. 484-487 y 586-591.
Siglo XVII: "Casos Notables de la Ciudad de Córdoba", anónimo, relato 17.
Siglo XIX: "Historia Crítica de la Inquisición en España", Juan Antonio Llorente, 1822.
"Paseos por Córdoba", Teodomiro Ramírez de Arellano, barrio de Santa Marina. "Historia de los heterodoxos españoles", Menéndez Pelayo, 1880.
Siglo XX: . "Duendes", Carlos Canales, p. 193.

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