Una parte importante de la vida cordobesa hasta el siglo XIX giraba en torno a los abundantes conventos de la ciudad. De este modo, frailes y monjas se cuelan desde muy antiguo en leyendas, chascarrillos y anécdotas, de las que no siempre salen bien parados.
Sin darle mayor credibilidad que a un cuento, narra Ramírez de Arellano una historia que comienza con una relación entre el segundo fraile en la jerarquía del convento de la Trinidad y alguna mujer que habitara una casa cercana.
Una noche, como de costumbre, el fraile se descolgaba desde su ventana recayente a la plaza, con la mala suerte de que fue visto por la ronda de vigilancia, que le tomó por un ladrón, y le gritó el consabido: "¿Quién vive?".
El hombre, poniendo la voz más seria que pudo, contestó tan lleno de ironía como de verdad: "Soy la segunda persona de la Trinidad, que he bajado a tomar carne humana". Al escuchar semenjante afirmación, la guardia no sólo no le detuvo, sino que no se marchó hasta no haberle mostrado su respeto y rendido honores.
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