Escondidos entre las páginas de "El Collar de la Paloma" (Ibn Hazm, siglo XI), aguardan al curioso unos cuantos detalles de la vida cotidiana de la Córdoba califal en la que su autor vivió. Los cuenta como cualquiera de nosotros contaríamos que vamos al fútbol un domingo, pero con una perspectiva de mil años se pueden convertir en grandes sorpresas.
El imaginario colectivo dibuja a los califas de Córdoba con tez bronceada, cabellos morenos y ojos negros, pero a muchos les sorprendería la realidad. En el capítulo 7 del "Collar", se afirma con toda naturalidad que los gobernantes andalusíes preferían las amantes rubias, y que además todos ellos compartían esta característica genética, al menos desde al-Nasir (Abderramán III, primer califa).
Él, Alhakén II, Hisham II (Hixem II, tradicionalmente), el fugaz rey Muhammad al Mahdi, en los tiempos convulsos de la fitna, y el malogrado pretendiente omeya al trono Abderramán al-Murtada eran rubios y de ojos azules, como también sus hermanos y otros familiares, diciéndonos Ibn Hazm que no sería extraño que la costumbre de tener compañeras rubias y de piel clara hubiera sido heredada de sus antecesores en la época emiral. Así, los genes de las esclavas francas que los ejércitos traían a los mercados de Córdoba eran transmitidos a través de la línea hereditaria de una gran dinastía.
1 comentario:
Ibn Idhari hace constar que también entre sus antecesores los hubo así: "Abd al-Rahman I era alto, rubio...", "Hixam I. Este príncipe tenía la tez muy blanca, el pelo rojizo..."
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