domingo, 14 de septiembre de 2008

Calatañazor: todo imperio tiene un ocaso


A veces da la impresión de que Córdoba está por todas partes. Hace unas semanas, en nuestro camino de Burgo de Osma a Soria capital, tomamos un desvío para visitar el lugar donde dice la leyenda que se fraguó el declive del imperio omeya.


En el año 1002, siendo Califa el abúlico Hisham II, el hayib o todopoderoso primer ministro Muhammad ibn Abu Amir preparaba una de sus habituales expediciones hacia tierras cristianas, para pasar a sangre y fuego la región del Alto Duero, en la frontera entre los reinos del norte y el Califato.


Cuentan las crónicas que Almanzor, el Victorioso, que es como se hacía llamar el caudillo musulmán, regresaba de arrasar San Millán de la Cogolla cuando se encontró por sorpresa, en un lugar llamado Calatañazor, con un ejército coaligado de castellanos, leoneses y navarros. Se entabló una feroz batalla que dio como resultado la derrota de las tropas califales, quedando Almanzor herido de muerte.

Aprovechando la noche, huyó hacia la inexpugnable Medinaceli con los restos de su ejército, pero se cree que nunca llegó a la ciudad, muriendo en el valle de Bordecorex.

Sin embargo, esta leyenda que aún pervive en el imaginario colectivo castellano ("en Calatañazor, Almanzor perdió el tambor") podría no corresponderse con la realidad. Las fuentes cristianas de la época ignoran el acontecimiento y se limitan a señalar la fecha y lugar (Medinaceli, en este caso) de la muerte del líder amirí. Las fuentes musulmanas, por su parte, nos presentan a un Almanzor enfermo ya en la salida de Córdoba, y por lo tanto fallecido no a causa de heridas de guerra, sino de muerte natural.

¿Hubo realmente una batalla en los llanos de Calatañazor? ¿O fue sólo una pequeña escaramuza que, unida a la noticia de la desaparición del temido hayib, prendió la mecha de la leyenda en el mundo cristiano?

Según el interesantísimo artículo de Juan Castellanos, los castigados pobladores del norte necesitaban creer en un ejercicio de justicia divina para sanar las heridas que la destrucción de Santiago de Compostela en 998 produjo en sus almas.

Lo único seguro es que la sucesión de Almanzor en la figura de sus hijos, instaurando una dinastía amirí paralela a la de los califas omeyas, marcó un punto de no retorno en el declive del Califato. Cuentan que, en su lecho de muerte, al ver llorar a su hijo Abd al-Malik, el hayib afirmó: "Esta me parece la primera señal de la decadencia que aguarda al imperio".

Ver línea temporal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El anonimo de siempre:
Almanzor tenia mas de sesenta años, sentia pesar sobre el cada vez mas la carga de la edad. Minado por una dolencia, cuya naturaleza no nos han revelado sus biografos, el ´Amiri sabia que su fin estaba proximo y multiplicaba su piedad.
Quiere incluso una leyenda que, a peticion suya y en su obsequio, sus hijas cortaran en una pieza de tela, comprada con el producto licito de sus fincas personales, la mortaja que habia de envolver sus restos mortales antes de la inhumacion. Se sabia que guardaba celosamente, para que le cubriera en la tumba, el polvo de los vestidos que usaba cuando hacia la guerra santa. Al regresar a Medinaceli con su ejercito, su estado empeoro hasta el punto que tuvo que hacerse llevar en litera, a lo largo de un penoso viaje de dos semanas. Llegado por fin a la plaza fronteriza, expiro al cabo de algunos dias, la noche del 10 al 11 de agosto de 1002 (27 ramadan 392). Por recomendacion suya quedo enterrado en el patio del Alcazar de Medinaceli. Una estela anonima, en la cual se grabo una sencilla inscripcion de dos versos, recordaba en unas cuantas palabras su gloria imperecedera de guerrero por la fe y de defensor de las fronteras del Islam.
Ibn al-Jatib, A´mal, pag. 93, cuenta que en la epoca en que era primer ministro del reino nazari de Granada, encargo a un negociador, al que enviaba a Castilla, que se informase, al pasar por Medinaceli, si aun existia la tumba de Almanzor. Enseñaron esta tumba al granadino; pero la piedra sepulcral no llevaba ninguna inscripcion, ni historica, ni poetica.

Anónimo dijo...

El anonimo de siempre:
Almanzor, a quien la divina venganza dio tanta licencia que, agrediendo por 12 años consecutivos los confines de los cristianos, tomo Leon y las demas ciudades, destruyo la iglesia de Santiago y las de los santos martires Facundo y Primitivo, con otras muchas que es largo contar, mancho todas las cosas sagradas con osadia temeraria y, al final, hizo a todo el reino tributario suyo. Pues en aquellos tiempos en España, perecio todo el culto divino, cayo toda la gloria de los cristianos y los tesoros amontonados en las iglesias fueron todos arrebatados. Cuando por fin la piedad divina compadeciose de tanta ruina, se digno quitar esta calamidad de las cervices de los cristianos. El dia 13 del reinado, despues de muchos espantosos estragos de cristianos. Almanzor, fue interceptado en Medinaceli, gran ciudad, por el demonio que lo habia poseido, y esta sepultado en el infierno "Historia Silence, pp. 175-6. cap. 71".
Fue sin duda aquel que por derecho propio, merecio el epitafio que sus adeptos escribieron sobre su tumba:
Sus azañas te informaran sobre el/
como si tus propios ojos lo estuvieran viendo/
¡Por Dios!, nunca volvera a dar el Mundo nadie como el/
ni defendera las fronteras otro que se le pueda comparar/
Existen muchas anecdotas, una de ellas es la siguiente:
El año 993 Almanzor caso con Teresa, hija o hermana de Vermudo II. la leonesa, al contrario que la hija de Sancho II Abarca, no le dio hijos y, muerto el amirita, volvio a Leon, ingreso en un convento de Oviedo y murio el 25 de Abril del año 1039. A ella se atribuye una frase lapidaria inserta en una cronica musulmana tardia:
Una nacion debe confiar la guarda de su honor en las lanzas de sus guerreros y no en los encantos -atributos sexuales- de sus mujeres.
Daba a entender claramente, que los reinos para evitar ser tomados, preferian entregar a sus mujeres antes que defenderlos co sus vidas.