Incultos ciudadanos, senequillas de medio pelo. Habladores de pegos, gentuza varia. ¿Cómo satrevei ustede a hundir con rumores y faltas de respeto el honor de una milenaria familia?
Allá por el año 1146, en plena primavera, Córdoba vivía el feliz idilio de las tres culturas. Alfonso VII se paseaba alegremente al sur del Tajo, dándoles intensa zapatilla a los andalusíes que se habían rebelado contra el poder central del imperio almorávide, dueño de la España (?) musulmana desde finales del siglo XI. Era la época de las segundas taifas, y los castellanos se forraban a base de imponer tributos a los reinos más débiles surgidos de la desmembración del imperio. Por decirlo brevemente. Así pues, en mayo de ese año, el rey Alfonso llegó a Córdoba con un poderoso ejército, dispuesto a conquistar la antigua capital.
Lo que nadie sabe es que Ahmed ibn Ybenian, que tenía una huerta de azofaifos en el camino de la al-Rusafa, volvía andando, el día de la batalla, camino de la ciudad. Venía tan contento porque había firmado un acuerdo con Noriega para hacer pisos en sus tierras, y así su familia tendría prosperidad y futuro. Pero a un kilómetro escaso de la muralla de la Medina, todo se torció. De las lomas del norte bajaba un grupo de más de cien castellanos a caballo, a toda velocidad, con los estandartes al viento. Ahmed, que estaba un poco teniente de oído, no se percató hasta que fue demasiado tarde. Los soldados le pasaron por encima, arrollándole, con la mala suerte de que iban en fila india. Se sospecha que hubo también algo de mala uva en la acción.
Fue tan sonado el hecho, que el lugar donde arrollaron a Ahmed fue bautizado por los conquistadores como el sitio del arrollo del moro. Su familia recordó para siempre el lugar y la fecha de su muerte, y transmitió su desgracia de generación en generación. Hasta el siglo XXI, en que Rafael Jibenín, a quien su bisabuelo le contó cuando era chico el origen de su apellido, fue contratado con una porquería de sueldo por el Ayuntamiento de Córdoba, para que echara tres mañanas haciendo plantillas con los nombres de todas las calles de la ciudad, para la nueva señalización.
A Rafael se le empañaron los ojos cuando llegó a la calle Arroyo del Moro. Cuánta injusticia, por culpa del riachuelo aquel, que había engullido la memoria de su tatara[...]abuelo. Era el momento soñado por sus antepasados. Todo el mundo sabría ahora del martirio de Ahmed frente a los cristianos. Y escribió aquella elle con la cabeza bien alta.
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¿Cómo ha podido llegar a ocurrir? ¿Es que nadie se dio cuenta? Esas placas tuvieron que verlas bastantes personas, ¿nadie dijo "esto no se puede colocar así"? ¿A nadie le importó? A lo mejor es que el idioma hoygan ha avanzado en pocos años más de lo que nos imaginamos, y ahora busca la cooficialidad colándose en algunos documentos oficiales y rótulos callejeros.
No hay otra explicación. Bueno, sí. La de Ahmed, el agricultor de azofaifos.
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Córdoba forever ya zurró convenientemente sobre el asunto.
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El próximo día, volvemos al río, pero era necesario un descanso. Que lo poco gusta y lo mucho cansa.
6 comentarios:
Buenísma entrada amigo, me he reído un montón con la historia del pobre moro arrollado jejeje...
está bien poner un toque de humor ante una metedura de pata tan flagrante y que deja tan a las claras el nivel que hay en gran parte de nuestro ayto. Puedo comprender que el que hizo las placas cometiera ese error ortográfico... pero ¿nadie se dio cuenta en el ayto.? jeje... de reir por no llorar. Un saludo.
Talbanés
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El idioma HOYGAN será el español del futuro, no te quepa duda. De aquí a 30 o 40 años, cuando la generación "un ordenador por cada alumno" tome el poder, todo el mundo escribirá así. Y el autor de las plaquitas será considerado un adelantado a su tiempo.
HOYGAN, NU SE DE KE INDIANTRES AVLAN, LLO LO BEO VIEN ESKRITO, ARROLLO, GRASIAS DE ANTEBRAZO
xDDD
muy bueno, pobre moro arrollado por las hordas castellanas con lo ufano q venía tras haber firmao con Noriega.
su gozo en un pozo.
PRIMERO APRENDAMOS A VER LAS FALTAS DE ORTOGRAFIA,SENEQUILLAS.
Y a entender la hironía, también.
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