Mostrando entradas con la etiqueta Córdoba frente al misterio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Córdoba frente al misterio. Mostrar todas las entradas

sábado, 19 de febrero de 2011

Córdoba frente al misterio (17): el zombi de los Tejares

Cuando Fernando de Cárcamo se asomó a la puertecilla trasera de la casa, la mujer se sobresaltó primero, pero luego debió ver el cielo abierto. El joven noble estaba disfrutando de una de sus correrías nocturnas por la ciudad, las cuales le habían hecho famoso y poco popular entre los vecinos, cuando los gritos desgarrados de aquella señora le habían obligado a acercarse a ver qué pasaba.

Oyendo las voces, había dado un par de vueltas por las cercanías del convento de la Merced, adonde había llegado saltando la muralla junto a la puerta de Osario (ele), y al final se había encontrado la escenita de una mujer amortajando a su marido muerto, mientras dormía, en mitad de la noche veraniega.

El juerguista hizo de la necesidad virtud y le dijo a la buena señora que se fuera a buscar al cura del barrio de San Juan, mientras él se quedaría con el muerto en un patio. El Cárcamo se debió sentar delante de aquel hombre, rezaría alguna oración y luego se quedaría tamborileando con los dedos en alguna mesita, pensando quién carajo le mandaría meterse donde no le llamaban.

Pasaron unos minutos, don Fernando casi daba cabezadas, cuando oyó algo, se volvió hacia el difunto, y lo descubrió sentado en la cama, mirándole fijamente. En el siglo XXI, pasado el susto inicial, habría buscado una cámara oculta, pero en el siglo XVI no había de eso. Tampoco se le pasó el susto inicial, porque el muerto se levantó y caminó hacia él con las manos extendidas.

El caballero se defendía, según cuentan las crónicas, "pareciéndole cobardía arremeterle con las armas que el otro no tenía", así que se zurraron a manotazos, con el amortajado intentando ahogar al Cárcamo. A eso de las tres de la madrugada, cuando apenas le quedaban fuerzas para defenderse, el joven vio cómo el difunto le soltaba, se retiraba a su lecho y se volvía a tumbar inerte. Dio unos pasos atrás, se sentó también, blanco como la cera, y en ese momento abrió la puerta la señora, que ya venía acompañada.

Después de recibir los agradecimientos, don Fernando de Cárcamo, en vez de volver a entrar a la ciudad, caminó hacia el norte, cuando el cielo ya empezaba a clarear. Se presentó en el convento de San Francisco de la Arruzafa, del que hablamos hace poco, y tomó el hábito esa misma mañana, arrojándose entre lágrimas al guardián del convento. Allí vivió el resto de su vida, y allí murió entre la admiración de toda Córdoba por su conversión.

---
"Casos notables de la ciudad de Córdoba", anónimo. Edición de Francisco Baena Altolaguirre, 2003.

martes, 18 de mayo de 2010

Córdoba frente al misterio (16): la trola del fantasma de Santa Marina

Hace poco me preguntaba, cabizbajo, un desconsolado seguidor del Fulham, mientras le enseñaba el patio de Marroquíes, si había leyendas de fantasmas y esas cosillas en el Casco Histórico de Córdoba. Él no sabía nada del blog ni de la ciudad, así que le podía haber hablado del duende de la calle Almonas o de casas embrujadas, o de muchas cosas que te van contando pero no puedes publicar por aquí, pero me dio por comentarle un fantasma de mentira, y luego escribir esta entrada.

No sé exactamente qué andaba buscando por periódicos de 1859, cuando me encontré una de las tres
gacetillas que aparecen aquí, y luego me puse a rastrear los periódicos de esos días hasta reconstruir, más o menos, la historia.

La cosa debió empezar a primeros de
septiembre, cuando en el barrio de Santa Marina se corrió la voz de que un fantasma salía a recorrer las calles todas las noches, asustando a la gente y tocando una bocina. Se decía incluso que si el ruido se escuchaba frente a alguna casa en concreto, al día siguiente habría alguna desgracia en ella.

Todo olía un poco a chamusquina, y se pedía, desde luego, que interviniera la polícía, lo que también hacía un periódico de Málaga, en referencia a los casos repetidos de "fantasmas" en las calles de las dos ciudades andaluzas y también de Madrid.

Y fue a raíz de las patrullas de la policía cuando, unos dí
as después, el propio "Diario de Córdoba" dio por terminado el asunto con una gacetilla titulada "Ya no sale" que terminaba con una frase categórica: "no estamos ya en tiempo de duendes". Fue una frase valiente pero que los años desmentirían, porque siempre es tiempo de duendes y fantasmas, aunque vayan evolucionando de la mano de nuestra sociedad.

Y como el año pasado, habrá otra historia de misterio por la noche mágica de San Juan.

martes, 12 de enero de 2010

Córdoba frente al misterio (15): el bien contra el mal en la plaza de las Dueñas

Hace unos días salió la plaza de las Dueñas en el pequeño juego de lugares cordobeses que tenemos en el blog, y pensé que podría ser un buen momento para contar una de las muchas leyendas milagrosas que adornan la vida de San Álvaro de Córdoba, ojo, el del siglo XV, no el mozárabe.

El
convento de las Dueñas se encontraba más o menos entre el Císter y el Hospital de San Jacinto (Los Dolores). Para no iniciados: subiendo desde el Ayuntamiento por Alfonso XIII, coges la calle del Maimónides a la derecha y llegas a un jardincito. Pues la plaza y la manzana que está sola formaban el desamortizado (1868) convento de las Dueñas.

Cuentan los relatos, más o menos coincidentes, que una noche indeterminada, probablemente a finales del siglo XIV, estaba San Álvaro en su cueva junto al convento de Santo Domingo, que él había fundado, cuando oyó pasar por el cielo una legión de demonios. Algunas fuentes pintan un cielo enrojecido mientras los espíritus malignos explicaban al fraile que se dirigían a Córdoba, al convento de las Dueñas, a recoger el alma de la monja Juana Díaz, que estaba a punto de morir en pecado, según Ramírez de Arellano (1875). Las versiones anteriores dicen simplemente que bajaban a tentarla, con permiso de Dios, en la última hora de su vida.

San Álvaro, haciendo un poco de Herodes con los Reyes Magos, les pidió a los demonios que a su regreso le contaran qué tal les había ido. Nada más verlos bajar hacia Córdoba, se puso en oración para pedir por el alma de la monja.


Es muy interesante la crónica de Luis Sotillo de Mesa en 1628, que menciona a Teresa Muñiz de Godoy y a Andrea de Cárdenas, monjas de las Dueñas, como ancianas (durante el proceso de beatificación, se entiende) que habrían escuchado en su juventud el testimonio de los testigos directos de lo que pasó aquella noche.


Cuentan que gracias a las o
raciones de San Álvaro y a la vigilia permanente de las monjas junto a la moribunda...

El brocal saltó en pedazos, y los demonios huyeron por donde habían venido, no sin antes echarle en cara a Álvaro que les había fastidiado la misión.

Fray Hipólito García, prior de Santo Domingo en 1785, contará así el suceso:


Sánchez Feria (Palestra Sagrada, tomo I, pág. 40) también tratará el tema sin añadir grandes novedades al relato.

Queda por saber si el pozo al que se hace referencia se encontraba en los terrenos del convento. Si era así, y con todas las precauciones que evidentemente hay que tomar con este tema, cabría pensar que según se describe su situación estaría al norte, en la parte del convento que daba a la actual calle Ramírez de las Casas-Deza, o incluso en sus terrenos junto a la cuesta del Bailío, junto a la casa hoy en ruinas.

Esta entrada tiene tantísimas ramificaciones que no voy a tomar ninguna... el manantial de las Dueñas, la curiosísima historia del convento de Santo Domingo y otras entregas de misterios cordobeses que algún día verán la luz. Poco a poco.

Para los más curiosos, aquí dejo la crónica completa de 1628 sobre el tema.













































---
Foto en color: Cordobapedia

viernes, 30 de octubre de 2009

Córdoba frente al misterio (14): la iglesia voladora de 1861

Bienvenidos a uno de los episodios más absurdos de la historia de la prensa local cordobesa. Un monumento al sinsentido, inquietante a la vez que surrealista.

Podemos centrar un poco el tema situándonos en el invierno de 1860 a 1861. Como ya vimos al hablar de la destrucción por el Guadalquivir de las huertas del Campo de la Verdad, desde noviembre venía haciendo un tiempo de perros, con varias riadas consecutivas y enormes vendavales, según se describe en el artículo de hoy.

En este plan, el día de Reyes de 1861, domingo, a la hora tonta de la siesta, ocurrió lo imposible. Un enorme objeto (globo de dimensiones colosales y color oscuro) apareció por encima de Sierra Morena, suspendido en el aire y avanzando hacia el sur, hacia la ciudad. La atravesó, pasando, según dice el recorte, casi rozando el San Rafael de la torre de la mezquita, y continuó sin variar su dirección.

Un astrónomo aficionado pudo ver el objeto con su telescopio y dio su diagnóstico: se trataba de la cúpula de la iglesia mayor de Grum, que había cruzado volando toda España.

Para terminar de arreglar el asunto, se identifica el objeto con un amasijo de ladrillos que cayó en el patio de un sultán en Mequinez (Marruecos), provocando el desmayo de la favorita del emperador.

Vayamos por partes.

Por intenso que sea el vendaval, el huracán, o el mismísmo apocalipsis, una cúpula de ladrillo no vuela: se derrumba, se deshace, se cae, pero no sale volando desde algún punto de Europa central hasta Marruecos. Y además, ¿qué ciudad es esa de Grum? ¿Por qué no aparece en ninguna búsqueda en internet (ni Grumm, ni Grom, ni nada parecido), y en el Córdoba se la menciona como si fuera conocida por todos? Me da que ni los ladrillos del patio del sultán, ni la descripción del astrónomo, son pistas fiables para aclarar el entuerto.

¿Qué fue entonces lo que cruzó el cielo de Córdoba? Pues a mí me resulta más razonable pensar en lo que afirma el propio periodista: un globo. Una especie de dirigible, quizás, con un diseño extraño, poco reconocible. A lo mejor algún pionero de la aviación estaba haciendo sus primeras pruebas.

Los cerros de Sierra Morena cercanos a Córdoba alcanzan en ocasiones más de 500 metros sobre el nivel del mar, frente a los 170, más o menos, del San Rafael de la torre. Esto nos indicaría, si la descripción del hecho fuera ajustada, algún tipo de capacidad de control de la altitud, como en los globos aerostáticos.


Por otro lado, el hecho de que el ingenio (si lo fuera) pasara justo sobre el centro de Córdoba, con lo amplia que es la vega del Guadalquivir, podría hacernos sospechar de capacidad de dirección del vuelo.


Lo curioso es que el primer dirigible totalmente gobernable fue construido en 1863 en Estados Unidos, después de varias décadas de avances tecnológicos, desde el primer vuelo rudimentariamente propulsado (manualmente) en 1784, hasta el primero que incorporaba una máquina de vapor en Francia, en 1852.


¿Estamos ante la versión cordobesa de las fascinantes
mistery airships norteamericanas? No cabe duda de que el siglo XIX estuvo lleno de sesudos inventores adelantados a su tiempo, que de vez en cuando daban algún susto a los inadvertidos ciudadanos. Y tenían a un tal Julio Verne para irlo contando.

domingo, 28 de junio de 2009

Córdoba frente al misterio (13): la casa del duende

La búsqueda del lugar exacto donde ocurrió este suceso legendario allá por el siglo XVI parece, en principio, una labor complicada. Y así sería, dado que en los Casos Notables no se explica la ubiación de la casa, si no contáramos con la detallada descripción que hace Ramírez de Arellano en los "Paseos".

Comienza a hablarnos de los edificios más singulares de la calle Almonas desde su entrada por el Realejo, para ir descendiendo hacia la Almagra en sentido decreciente de la numeración. Al poco de empezar, nos describe la calleja de la Mancera, que es una que hay a mano izquierda según se baja, casi enfrente de la actual calle Torre de San Andrés, cuya salida a Almonas no existía hasta tiempos recientes.

Pues bien, la "casa del Duende", a la que se refiere el cronista como si aún se la conociera así a finales del siglo XIX, se sitúa casi enfrente de la calleja Mancera, formando rincón, y por encima (aunque no necesariamente pared con pared) de la fábrica de jabón o almona que, como ocurre aún hoy entre el Chaparro y la Lagunilla, tenía obligación de permitir el paso de transeúntes a su través. De ahí viene el nombre de la calle Almona de Paso, actual Pintor Bermejo.

¿Es posible que la casa del siglo XVI permaneciera aún en pie trescientos años después? No se puede descartar, aunque lo más probable es que sufriera reformas. La mayor de ellas tendría lugar, no obstante, a finales del siglo XX, con la construcción en 1987 de las nuevas viviendas que hoy ocupan su espacio. Esta foto es todo lo que he podido conseguir sobre la evolución de la zona, con imágenes tomadas en 1957, 1980 y 2007.

Y hasta aquí podemos profundizar de momento. Si en futuro encuentro algún dato o documento nuevo sobre la casa, lo colgaré por aquí.

Lo que sí puedo dejar caer es que resulta curiosa la existencia de testimonios que hoy, en pleno siglo XXI, ubican en este mismo punto de la ciudad una nueva "casa del miedo", otra futura leyenda. Parece que duendes y fantasmas no pasan nunca de moda, y además cogen cariño a los lugares.

miércoles, 24 de junio de 2009

Córdoba frente al misterio (12): el duende de la calle Almonas

Érase una vez.

Nadie sabe en qué recóndito rincón, un día de la primera mitad del siglo XVII, comenzaron a escribirse los Casos Notables de la Ciudad de Córdoba. Tampoco tenemos gran idea de quién empuñó la pluma la noche en que se escribió el caso número 23: la historia de la casa del Duende. Había en Córdoba una señora rica...

Y había una intriga, una lucha por los bienes que habían sido legados a dos hermanos, parientes del caballero, y luego fraile, Fernando de Cárcamo. Los padres, deseosos de igualar la suerte de ambos, habían adjudicado a la mujer una parte mayor que al varón, que ya poseía notables rentas. Él, no conforme con la decisión, trató de variar el reparto, pero su hermana no aceptó ningún cambio. Fue en ese momento cuando resolvió acabar con su vida.

La señora eligió para residir la casa que había heredado, situada en la calle Almonas del barrio de San Andrés. Allí se instaló, y allí se presentó su nueva compañía.

Cuenta Ramírez de Arellano, en su variante de la leyenda, que hubo en cierta ocasión un hombre que cometió el cruel pecado de abofetear a su padre anciano, acto por el que fue condenado a vagar como alma en pena. Este dato no está presente en el relato del siglo XVII, así que parece que fue después cuando se produjo la confusión entre la idea de duende y la de fantasma. Su nombre, Martín, coincide con el de varios duendes conocidos en zonas como Castilla-La Mancha o Granada.

El caso es que este Martín coincidió en la casa con la mujer, y aficionóse el duende de la güéspeda [sic] y aparecíasele en formas exteriores, hablándole y diciéndole mil requiebros. Ella le rechazaba una y otra vez, entre otras cosas por su apariencia de ser feo y diminuto (no levantaba más de media vara), pero el amor del duende era incondicional.

Tanto es así que, durante seis años, se encargó de que cada vez que llegaba el hermano con intención de cometer el asesinato, hubiera tal escándalo en la casa que éste decidiera dejar pasar la ocasión, por exceso de testigos. La comidilla de que en la casa de la calle Almonas había un duende se fue extendiendo por el vecindario, y la señora tenía frecuentes charlas con su confesor, que le rogaba que no mantuviera trato con aquél elemental, fantasma o lo que fuera. El duende, a su vez, daba extensas clases de teología a la mujer, como prueba de su buena intención y de su conocimiento de los asuntos del cielo.

Sin embargo, llegó el día en que ella no pudo soportar más tan atenta compañía, y decidió mudarse. Se trasladó a las cercanías del colegio de San Roque, próximo a la Catedral. De nada sirvieron los ruegos del duende, que le advirtió de que estaba ligado a aquella casa, y de que no podría protegerla fuera de ella. Efectivamente, en Nochebuena, en la esquina de la calle Judería que da a la Mezquita, su hermano la apuñaló mortalmente, desapareciendo del lugar sin ser visto. Sí que se dejó ver en los días siguientes, en los que fingió su pesar por la muerte de la mujer.

La casa quedó vacía por miedo al duende, y solamente el hermano, harto de no poder obtener rentas de ella, se decidió a ocuparla, considerando simples habladurías los relatos sobre el ser que convivía con la señora.

Dos o tres años después, el Corregidor, avisado por los vecinos del barrio, hizo hundir la puerta que, desde hacía varios días, permanecía cerrada a cal y canto. De una desdichada muerte, se limita a decir el autor de los Casos Raros que falleció el asesino. Ramírez de Arellano hace aparecer, junto al cadáver que se balanceaba de la soga, la horrible figura del duende, autorizando a que fuera enterrado en suelo sagrado. No había sido un suicidio, sino la divina Providencia, a través de él, quien había ajusticiado al hombre que segó la vida de su hermana.

El duende desapareció en el preciso instante en que nació su leyenda.

(Más sobre la Casa del Duende)

---
Visto también en Duendes, de Jesús Callejo y Carlos Canales.

lunes, 22 de junio de 2009

¿Existen los duendes?

De brujas, duendes, fantasmas y poltergeists cordobeses hemos hablado ya. Lo que resulta sorprendente es que, aún hoy en día, existan personas que no creen en la presencia real de los duendes. :-)

Las casas enduendadas o encantadas, las casas del miedo, como también se las conocía, eran una realidad palpable hace décadas, quizás siglos. Nuestros antepasados (¿crédulos ellos?) eran mucho más proclives a aceptar que los elementales habitaban nuestro mundo, al menos a ratos. Ellos dieron nombre a la calle Horno del Duende, a la casa del duende, a la huerta del Duende.

Muchos de ellos creían en la acción de una potencia invisible, inteligente, maliciosa y muy astuta, respondiendo a veces, como para divertirse, a los deseos de los testigos, [...] poseyendo facultades acrecentadas por su invisibilidad y otras que escapan aún a nuestras concepciones, como escribió el comandante de la gendarmería francesa Tizané.

Al llegar la noche mágica de San Juan, cuando se abren las puertas de lo fantástico y lo imposible se puede tocar con los dedos, volvemos a leer y contar historias de duendes. Y de Córdoba.

lunes, 12 de enero de 2009

Córdoba frente al misterio (11): el fantasma del conde Don Julián

Esta es una ciudad rica en historia, y aquí no se puede manifestar el primer fantasma que pase por una dimensión paralela. Si hace ya tiempo reflejamos un testimonio que situaba al espíritu de Don Severo Ochoa en el edificio homónimo del Campus de Rabanales, hoy veremos que ha habido más espectros ilustres en nuestra tierra, en concreto uno que el imaginario tradicional español fue convirtiendo, a lo largo de los años, en una verdadera encarnación del mal: el conde Don Julián.

Recordando un poco lo que se lee en los libros de historia (y sobre todo, lo que se leía), este hombre era gobernador de la plaza de Ceuta a principios del siglo VIII, defendiéndola de los primeros ataques musulmanes previos a la invasión de la Península Ibérica. Por intrigas palaciegas, tan típicas del periodo de ocupación germánica, el conde traicionó al rey don Rodrigo y permitió la entrada en Andalucía de los primeros contingentes beréberes. Evidentemente, Don Julián fue al infierno por entregar a los infieles tan significativo pedazo de tierra cristiana. Simplificando mucho, versión España es así.

Pues bien, cuentan las crónicas, concretamente los Casos Raros, que un día de finales del siglo XVI, un lagarero salía de Córdoba en dirección a la sierra, por la Puerta del Rincón. Era media mañana y viajaba a caballo, avanzando por el Campo de la Merced en dirección al Pretorio.

A la altura del convento, otro caballero se dirigió a él y le pidió compartir unos minutos de charla, considerando que era aún temprano. Así, el lagarero tuvo que ir saciando la curiosidad del caballero anónimo acerca del estado de la ciudad de Córdoba, de sus jardines y de su sierra, contando con tristeza cómo corrían años de decadencia.

El desconocido, a continuación, explicó cómo en su época, Córdoba era una ciudad con tanta grandeza que, se encendía lumbre desde el Potro hasta las puentes de Alcolea, y se comunicaba toda la gente, y se iban paseando de una parte a otra. Extrañado el lagarero, afirmó que debía ser una persona de edad muy avanzada.

Sí soy, dijo el caballero, porque soy aquel desventurado don Julián, por quien se perdió España, y estoy padeciendo tormentos increíbles en el infierno. En ese momento, sonó un gran estampido y el hombre desapareció, dejando un desagradable olor en el ambiente.

El lagarero quedó tan conmocionado que perdió la vida al cabo de unos días, habiendo contado a mucha gente su aventura. Entre estas personas se encontraba su sobrino, Baltasar de Ahumada, que será quien informe al anónimo autor de los Casos Raros, siempre según la versión de este último.

martes, 23 de septiembre de 2008

Córdoba frente al misterio (10): la ternera descabezada

Si el tatarabuelo de Iker Jiménez hubiera visitado Córdoba, probablemente habría sabido de un pequeño cuento chino que se contaba por estas calles en los primeros años del siglo XIX, y vete tú a saber desde cuándo.

La leyenda se situaba en la calle Caño, la que hoy va de la esquina de Fuentes Guerra hasta cerca de la plazuela de Chirinos, y que antiguamente, por no existir comunicación con Ronda de los Tejares, giraba para desembocar en Osario. Contaban las madres para acongojar a los niños revoltosos, y educar a las niñas desmadradas, que vivían una vez una señora con su hija en la mencionada calle. Al parecer la chavala la humillaba constantemente y llevaba una vida, digamos, adelantada a su tiempo. Era tal la desesperación de la madre que un buen día, harta ya de maltratos y deshonras, le soltó una maldición no exenta de originalidad, pues le dijo que más le valdría haber parido cualquier tipo de bestia, desahogándose a continuación hasta que tembló el cielo y la tierra.

Cuál no sería la sorpresa la mañana (supongamos) que apareció la niña convertida en ternera, para desesperación de la madre, que pensaría que no se refería exactamente a eso cuando hablaba de bestias y castigos divinos. Vamos a pensar que la señora trató de enmendar el tema con el párroco de San Miguel o con unos pocos rosarios, antes de pasar al siguiente capítulo de la historia, que consistió en coger un hacha y cortarle el pescuezo a la ternera/hija, tirando ambas partes al caño subterráneo que daba y da nombre a la calle.

Y desde entonces, por las noches, los vecinos se recogían temprano en sus casas para evitar el encuentro con la ternera descabezada, que salía dando bramidos y espantando al vecindario del barrio del Trascastillo.

---
Se puede leer un poco más de la historia en la edición digital de "Paseos por Córdoba".

lunes, 9 de junio de 2008

Córdoba frente al misterio (9): Balbán y Pitonio

(Ver anterior)

La confesión tuvo lugar en 1543, probablemente en otoño. Cuando el sacerdote se sentó al lado de la enferma, ésta comenzó a convulsionar, a gritar y a comportarse como una demente. Todas las monjas del convento se sobrecogieron, y el confesor llevó a cabo un exorcismo durante el cual, según relatan las crónicas, se escuchó al Maligno hablar por boca de Magdalena de la Cruz, afirmando tenerla en su poder desde la infancia. En presencia de la comunidad al completo, Magdalena relató cómo a partir de la adolescencia, un demonio llamado Balbán se le había aparecido en forma de bello muchacho, revelándole que todos los milagros y visiones eran obra suya, y que estaba dispuesto a concederle fama de santidad si accedía a un pacto de por vida con él y con su compañero Pitonio.


Magdalena relató cómo había mantenido durante décadas una relación con estos demonios, que los estudiosos de leyendas y folklore engloban en la categoría de duendes íncubos. Contó que, durante los episodios de bilocación, era el íncubo Pitonio quien adoptaba la forma de la monja para que nadie notara su ausencia, al tiempo que explicó con pelos y señales las visitas nocturnas que bajo diversas formas, a cual más exótica, le regalaban estos seres.

Curiosamente, Magdalena se recuperó de su enfermedad, en medio de un escándalo mayúsculo y de una enorme conmoción por toda Córdoba. El día 1 de enero de 1544 fue conducida presa a las cárceles de la Inquisición en Córdoba, en el Alcázar de los Reyes Cristianos, donde se preparó todo el proceso que juzgaría su trayectoria vital. Testigos, acusadores y religiosas fueron pasando por las dependencias del Santo Oficio, que durante dos largos años preparó la sentencia definitiva. Ésta fue leída en público auto de fe el día 3 de mayo de 1546, en que Magdalena de la Cruz salió del Alcázar vestida de monja sin velo, con una soga a la garganta, con mordaza y sujentando un cirio encendido en una mano, siendo conducida hasta la Catedral, donde se había dispuesto un tablado.

Cuentan que nunca fue tan larga una lectura de méritos como aquel día, ya que se prolongó durante toda la mañana y hasta bien entrada la tarde. La religiosa fue condenada a ser recluida a perpetuidad en un convento de su orden fuera de la ciudad (Andújar fue su destino), sin velo, comiendo los viernes al modo de las monjas penitentes, sin hablar con persona ajena a su comunidad a menos que tuviera el permiso expreso de la Inquisición y sin comulgar por espacio de tres años, salvo en peligro de muerte.

Queda para muchos la duda de cuál fue la verdadera naturaleza del caso Magdalena de la Cruz. Posesión demoníaca, duendes (en un sentido amplio y moderno) o, según dejan entrever algunos historiadores, simples tretas para disimular una vida basada en la soberbia y la lujuria, sin decidirse sobre qué deseaba más la religiosa, si pasar a la historia como santa o recibir la visita nocturna de su Balbán convertido en fraile Jerónimo, en hombre negro, en toro o en camello (sic, Menéndez Pelayo).

Sin embargo, hay un detalle que nadie se explica, y es la laxitud que muestra la Inquisición en su condena. Obligar a una monja a terminar sus días en un convento no parece adecuarse a la fama de un Tribunal que mandaba quemar a pobres incultos que cometían supuestos pecados guiados sólo por su desconocimiento o confusión. ¿Cuál fue la causa de este comportamiento? ¿Podía contar Magdalena encuentros nocturnos con alguien más que con Balbán y Pitonio? ¿Se tuvo en cuenta, como se dice, su avanzada edad y su arrepentimiento?

Algunas de las biografías más críticas, que se inclinan por la tesis de la farsa de la monja, omiten los supuestos milagros más espectaculares, o pasan de puntillas sobre ellos. Precisamente, sobre aquellos que dejaron más huella en el vecindario. Podría ser que, más allá de los aspectos religiosos, los inquisidores percibieran que juzgaban algo que no entendían del todo, con peligrosos flecos sueltos. A lo mejor no fueron benévolos, sino prudentes.

---
Imagen: un íncubo dibujado por Ricardo Sánchez para "Duendes", de Carlos Canales y Jesús Callejo

jueves, 5 de junio de 2008

Córdoba frente al misterio (8): los milagros de Magdalena de la Cruz

(Ver anterior / Ver siguiente)

Lo primero que hay que tener claro al hablar de Magdalena de la Cruz, es que muchas cosas jamás se explicarán completamente. Hay fechas que bailan, versiones que se solapan y fuentes que se equivocan. Voy a poner al final de la entrada los libros que se pueden consultar, muchos de ellos disponibles en Google Books, por orden cronológico, aunque los más antiguos no tienen por qué ser los más fiables.


Magdalena comenzó a tener apariciones a los cinco años, revelándosele que sería una famosísima santa. El mismo Jesús, según contó, le estigmatizó dos dedos de una mano diciéndole que no le crecerían más. Empezó a fugarse de casa y a intentar crucificarse en su habitación, hasta que fue enviada a las monjas franciscas (clarisas) de Córdoba, en 1504, a los diecisiete años. Allí gritaba y entraba en éxtasis cada vez que recibía la comunión, y se cuenta que levitaba en ese momento. Además, aseguraba que no comía ni bebía otra cosa.

Comenzó a predecir sucesos futuros, como la batalla de Pavía, la captura del rey de Francia o el nombramiento de su superior general, fray Francisco Quiñones, como cardenal. Afirmaba escuchar misa en Roma, o visitar conventos de otras órdenes mientras sus compañeras la veían en el suyo.

Con el tiempo, Magdalena se vino arriba y los milagros fueron subiendo de tono. Se dijo de ella que, estando incapacitada para moverse por una enfermedad, se abrieron las paredes del convento para que pudiera ver una procesión que pasaba frente a Santa Marina. Y luego vino lo del niño.

La monja afirmó haber quedado encinta por obra del Espiritu Santo, y haber dado a luz a un niño en Nochebuena. El recién nacido, según ella Jesucristo, habría desaparecido dejando como prueba de su paso los cabellos morenos de Magdalena de la Cruz convertidos en rubios. La gente se agolpó a las puertas de Santa Isabel para pedirlos como reliquias.

De vez en cuando hablaba en voz alta con un alma del Purgatorio que se le aparecía para pedirle intercesión, o se le acercaba al oído una paloma que presentaba a su comunidad como la tercera persona de la Trinidad (hablando de todo un poco).

Y claro, el resto de las monjitas estaban absolutamente asombradas, como toda la ciudad, consiguiendo Magdalena llegar a abadesa en el año 1533 y siendo reelegida en 1536 y 1539. Las más altas personalidades del Estado y la Iglesia pasaban por allí, el cardenal Manrique la llamaba muy preciada hija mía y la Emperatriz se dirigía a ella como mi mucho estimada madre y la más bienaventurada que había en la tierra. Ojo, que estamos hablando de la reina de media Europa. O más de media.

Hasta que, en 1542, un sector de la comunidad, que empezaba a desconfiar de tanto milagro y tanta abstinencia, consiguió nombrar a otra abadesa. Los maravedíes de las limosnas a Magdalena, que hasta entonces se gestionaban en común, pasaron a ser administrados por ella y las envidias y recelos se agudizaron. En el año 1543, enfermó de gravedad. Llamaron a un médico, y éste le dijo que moriría en breve con toda seguridad. Le ofrecieron confesarse y ella aceptó.

---
Algunas fuentes:
Siglo XVI: "Los dos tratados del Papa i de la misa", Cipriano de Valera, 1588, pp. 484-487 y 586-591.
Siglo XVII: "Casos Notables de la Ciudad de Córdoba", anónimo, relato 17.
Siglo XIX: "Historia Crítica de la Inquisición en España", Juan Antonio Llorente, 1822.
"Paseos por Córdoba", Teodomiro Ramírez de Arellano, barrio de Santa Marina. "Historia de los heterodoxos españoles", Menéndez Pelayo, 1880.
Siglo XX: . "Duendes", Carlos Canales, p. 193.

lunes, 2 de junio de 2008

Córdoba frente al misterio (7): el mensajero en las Clarisas.

(Ver siguiente)

A media tarde. el aire le va enfriando la nariz al jinete. Se cubre un poco más el rostro y continúa su camino hacia el oeste, con el sol de cara, intuyendo a contraluz las primeras torres de la ciudad. Pasa un puentecillo sobre el arroyo que dicen del Pedroche y piensa que debería darle un poco de alegría al caballo, levantar polvo y esas cosas, que parezca que viene con mucha prisa cuando en realidad lleva dos días de retraso acumulado desde que pasó Toledo. Tres, si cuenta el que se le fue durmiendo cuando se puso tibio de Valdepeñas en la Venta del Alcalde, allende las umbrías del valle de Alcudia.


El jaco, apretando el trote, salva el arroyo de las Piedras. El camino se ensancha entre las huertas del campo del Marrubial y el jinete vuelve a mandar paso a la montura, entrando despacio y con la cabeza alta por la puerta de Plasencia. Se para. Mira a un lado y otro, y allí no hay nadie que controle el acceso. Confuso, avanza por calles que nunca ha visto. La plazuela de San Lorenzo, Santa María de Gracia. Buen hombre, ¿me puede indicar el nombre de esta iglesia? Zanandré, caballero. Tal y como le dijeron, gira a la derecha en Zanandré, y en un par de minutos está en Zantamarina. Allí, por fin, baja del caballo y pide permiso a un paisano para atarlo a su puerta. El paisano asiente mientras mira cómo abre las alforjas, saca un estuche de cuero y extrae de él un delicado envoltorio blanco de seda.

Ha viajado cien leguas hasta llegar aquí. Hasta el convento de clarisas de Santa Isabel de los Ángeles (el que cinco siglos después la ciudad conocería como San Pancracio), cuya puerta golpea un par de veces. Chirriando, se abre como por arte de magia. Luego comprueba que ha sido una monja minúscula que no levantará más de tres codos del suelo. Ave María Purísima. O buenas tardes.

- ¿Desea algo vuesa merced?
- He venido desde muy lejos para ver a la hermana Magdalena de la Cruz.
El tono solemne no impresiona a la monja. Parece como si todo el mundo fuera allí a lo mismo.
- Vengo desde Valladolid por orden de don Carlos, rey de España, y por la divina providencia, emperador semper augusto de los romanos. Su esposa, la emperatriz doña Isabel, desea que el contenido de este paquete sea bendecido por la hermana.

Estamos, poniendo imaginación, a mediados de marzo de 1527. Y el contenido de ese paquete, que la pobre monja recoge con manos más que nerviosas, son las ropas para el bautizo del hijo que esperan. El primogénito del Emperador, que si es niño recibirá el nombre de Felipe, y si llega a reinar, lo hará como Felipe II, rey de España, Nápoles, Sicilia y Portugal. Para empezar.

¿Qué hacían las ropas del bautizo de Felipe II visitando un convento que aún existe frente a Santa Marina? ¿Quién era esa monja, por cuya celda habrían de pasar cardenales, superiores generales de los franciscanos, nobles y hasta el mismo nuncio de Su Santidad, Juan Reggio? El nombre de Magdalena de la Cruz, que contaba entonces cuarenta años de edad, se había extendido como una mancha de aceite por toda la cristiandad. Eran tiempos convulsos, en que Roma necesitaba santos, místicos que mediante una relación directa con Dios desacreditaran a los reformadores luteranos. Diez años antes, Lutero había clavado sus tesis en la puerta de una iglesia en Wittemberg y su doctrina había arraigado con rapidez. Fray Luis de Granada tenía todavía veintitrés años. En Ávila, Santa Teresa de Jesús contaba doce años por aquel entonces. San Juan de la Cruz nacería en quince.

Y de pronto, de Córdoba, una oscura ciudad de la alta Andalucía, surgen testimonios de una monja que levita en mitad de la misa, y que hace que la hostia vuele hasta su boca. Que relata apariciones de santos, de almas del purgatorio y del mismo Jesús. Que es capaz de ver el futuro, y de estar en varios sitios al mismo tiempo. Que abre y cierra las paredes del convento a voluntad. Que afirma alimentarse únicamente con la comunión diaria.

Es la hermana Magdalena de la Cruz, nacida en Aguilar de la Frontera. En su historia personal no se sabe dónde empiezan los milagros y dónde terminan las trampas. Dónde termina el Diablo y dónde empieza la lujuria.

martes, 26 de febrero de 2008

Córdoba frente al misterio (6): “¿Quién quema mi casa?” (2ª de 2)

(Ver anterior)

Habló personalmente con el psiquiatra y famoso periodista Jiménez del Oso, quien había popularizado estos temas unos años atrás. Le contó todo con pelos y señales, que si la cama se levantaba una cuarta del suelo, que si había aparecido un niño Jesús con las uñas astilladas dentro de un armario, que si se escuchaban lamentos. Y, sobre todo, los incendios. 

Fernández Bueno, Jiménez de Oso y Juan Jesús Vallejo se presentaron en Córdoba para conocer a esta familia, cuyo miembro más peculiar era la abuela, Faustina, quien llegaba a casa de ordinario sobre las 22.00, momento en que solían empezar los fenómenos, hasta eso de las once. Como quiera la llegada de los investigadores se produjo más o menos a esa hora, éstos estaban algo nerviosos. Resulta que Faustina entraba periódicamente en un estado similar a un ataque epiléptico, o un trance, durante el cual convulsionaba y golpeaba a todo el mundo. Ese día no faltó a la cita. Los periodistas, asustados, ayudaron a calmarla, y al igual que ocurría siempre no recordaba nada al volver en sí.

Como consecuencia, Jiménez del Oso recomendó que la mujer se sometiera a un tratamiento mediante hipnosis, porque estimaba que era ella la causa de todos los sucesos de la casa, y así se podría averiguar su origen. Puesta en manos del hipnoterapeuta (?) Horacio Ruiz, al parecer, fue tranquilizándose poco a poco, remitiendo los episodios de pérdida de control. Y, aunque no se logró encontrar un motivo de índole psicológica para el conjunto de fenómenos, los fuegos que habían costado más de cien kilos de pintura fueron remitiendo y haciéndose cada vez más raros. No pasó lo mismo con los demás elementos, porque durante años se siguieron moviendo los objetos y escuchando los quejidos.

A lo largo del siglo XX se ha sabido en Córdoba de algunos otros edificios donde se cuentan historias similares a esta. Sin embargo, no reúnen como aquí todos los elementos que tradicionalmente los escritores aficionados al tema identifican con un poltergeist, que suelen considerar producto real, inexplicable e involuntario de un trauma psicológico.

sábado, 23 de febrero de 2008

Córdoba frente al misterio (5): "¿Quién quema mi casa?" (1ª de 2)


A veces las vemos como ingenuos relatos de tiempos pasados, pero las leyendas de una ciudad también llegan hasta nuestros días. Reflejan los miedos de cada época y, cuando están en su contexto, se revelan inquietantes.

De modo que será mejor desprenderse de todo temor, que tan bien saben aprovechar en ocasiones los “profesionales del misterio” como Lorenzo Fernández Bueno, de quien está tomada toda la información de esta historia, para ser capaces de observarla entre el respeto al testimonio y el espíritu crítico. Comienza la historia que, tras varias visitas a Córdoba, hizo pública el periodista.

Antonio Alameda Juárez, que ahora debe tener unos cincuenta años, era definido por el informador en el momento de los hechos como joven empresario, en una ocasión, y en otra como policía retirado en una familia de fruteros. Dado que su apellido es tan cordobés como inventado, supongamos que ambas cosas son compatibles o, de lo contrario, fruto del interés en el anonimato, que impide también saber la ubicación de su casa.

Vivía entonces con sus padres, Faustina y su marido, del que no da nombre, su esposa Fedra y su hijo Toñín, así como con su perro. El abuelo, tras un tiempo enfermo, murió el día 15 de enero de 1996, y su nieto no lo duda cuando afirma que “murió de miedo”. No cesaba de repetir que veía sombras entrando y saliendo del armario de su habitación, aunque todos lo tomaron por un producto de su dolencia.

No lo asociaron con el relato de una sobrina que ya había contado que, una vez, limpiando el cuarto de baño, le había volado de las manos la fregona, rompiéndose en el aire su palo de madera. Fue tras el fallecimiento cuando se dispararon los fenómenos. Los cuadros en el salón y el pasillo aparecían “en posiciones inverosímiles” (sic), los objetos se caían solos de las estanterías y el perro pasaba a toda velocidad por las zonas en que a veces parecía ser zarandeado y golpeado. Olores repugnantes invadían la casa antes de cada episodio, un fenómeno descrito repetidamente y conocido como osmogénesis.

A pesar de estos y otros sucesos, la familia tomó una determinación: convivir con ellos. Fuera por miedo, aplomo o por no tener otra alternativa, optaron por la naturalidad a la espera de que remitieran. Por lo visto, nada más lejos de lo que ocurrió: tal y como afirmaba el abuelo, se veían sombras por el pasillo, algunas altas y fuertes, otras más pequeñas, moviéndose ajenas a la vida familiar que se desarrollaba en el salón.

Hasta el día en que empezaron los fuegos. Las cortinas ardían desde el centro, según la mujer sin dar sensación de calor. Un día, al terminar de comer, empezó a llenarse el pasillo de humo negro, procedente del armario de la habitación del abuelo, que estaba en llamas. La casa de sesenta metros cuadrados se debió convertir en un infierno, y llegaron la policía y los bomberos. Ella, presa de los nervios, gritó: “¿Quién quema mi casa?”. Él, probablemente, bajó al quiosco, pidió una revista de esas de fantasmas e, histérico (según su interlocutor), llamó por teléfono a la redacción.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Córdoba frente al misterio (4): el Panderete de las Brujas


A la caída de la noche, cuando el titilante brillo de las velas de los altares callejeros perdía su batalla diaria con la oscuridad, volvían muchos cordobeses a sus casas entrando en la ciudad por la puerta de Baeza, junto a la actual comisaría de Lonjas. 

En la España imperial de Carlos I y Felipe II, cuando las guerras de religión estaban en su apogeo, quedaban escondidos rincones donde sobrevivían los cultos paganos y la hechicería, en un pacto tácito de miedo con la población. Es por ello que nadie tomaba, si se había hecho demasiado tarde, la segunda calle a la derecha, luego llamada calle de Ravé. Porque allí, en una minúscula plazoleta, y a atendiendo a calendarios desconocidos, podría estar comenzando un aquelarre.

Los míticos ritos que se celebrarían en el Panderete de las Brujas nunca fueron demostrados, y es posible que surgieran únicamente de la leyenda, pero han llegado hasta nosotros datos que hacen pensar que tenían un fundamento real. Aunque ninguna prueba hay que apoye los relatos de secuestros de niños, sí que tenemos testimonios de que allí vivieron una o más hechiceras, conocedoras de fórmulas ocultas que llevaban a sus víctimas o, mejor dicho, a sus clientes, a un estado alterado de conciencia.

El mismísimo médico de Felipe II, Andrés Laguna, llegó a trabar relación con una de ellas, y consiguió como fruto a sus esfuerzos una muestra de la sustancia que empleaban para provocar el trance. Usando como cobaya a una criada, y sabiendo ya que la composición era, básicamente, un conjunto de hierbas aromáticas, comprobó que el ungüento era la causa de sueños extraños, alucinaciones y viajes de la mente.

Perseguidas por los tribunales de la Inquisición, y vencidas por el paso de los siglos, las hechiceras del Panderete de las Brujas fueron perdiendo su aura de misterio, y al final su propia existencia se deshizo entre las brumas de la historia.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Córdoba frente al misterio (3): Don Severo Ochoa

Premio Nobel de Medicina y Fisiología, asturiano, fallecido en 1993. Uno de los españoles más importantes del siglo XX, investigador incansable en Biología Molecular y Bioquímica y Doctor “Honoris Causa” por la Universidad de Córdoba en el año 1989.

A finales de junio de 2007, una limpiadora, sordomuda, subió aterrorizada hasta la conserjería. En el semisótano había visto algo extraño. Acompañada por otra trabajadora, volvió a bajar, y señaló repetidamente al lugar en el que veía aquella figura, que nadie más conseguía distinguir.

Presa de la histeria, abandonó el escenario y prometió, aun costándole su puesto de trabajo, que nunca más volvería a aquel edificio. No fue hasta pasados unos días, en otras dependencias de la Universidad, cuando tuvo un segundo susto, en un pasillo, al observar colgada en la pared una foto que le resultó familiar. La mujer aseguraba que era el hombre que había visto en el pasillo del semisótano. Le informaron de que aquel hombre se llamaba Severo Ochoa.

Los trabajadores de servicios y muchos investigadores del módulo, que alberga los departamentos de Bioquímica, Biología Molecular y Biología Celular, manejan con abrumador desparpajo las palabras espíritu y fantasma, y coinciden en que nunca antes, ni después, ha habido un caso similar que haya turbado la calma del lugar. Del edificio C6, renombrado hace años, como reza el cartel de la entrada, como “Severo Ochoa”.

martes, 22 de mayo de 2007

Córdoba frente al misterio (2): el ser de otro mundo (2º parte)

Al amanecer del 15 de junio, muchos cordobeses visitaron nada más levantarse la habitación de los niños -seguían allí- y se asomaron a la ventana -nada había cambiado. La tranquilidad, para la mayoría, llegó con el diario Córdoba de esa mañana: "No hay nada que temer de otros planetas".

Algunos se habían precipitado ligeramente en su identificación del monstruo. Y así lo reconocía el periódico, con humildad y cierto sentido del humor. De la hemeroteca de Rabanales directamente al siglo XXI, aquí os dejo esta pequeña joya del periodismo local, para que os explique el misterio.

domingo, 20 de mayo de 2007

Córdoba frente al misterio (1): el ser de otro mundo (1ª parte)

Con el sol tostando el valle del Guadalquivir, avanzaba el día 13 de junio de 1952. En algún punto de la ciudad se firmaba en ese momento la compra de la finca llamada de "Rabanales", para construir en ella la futura Universidad Laboral.

Al mismo tiempo, en algún cortijo al sur de la capital, un muchacho se llevaba el susto de su vida. Encontraba en el campo, con aparentes signos de vida, un ser diferente a cualquier otro que hubiera conocido. Un animal (?) totalmente deforme, morfológicamente inclasificable, que parecía incapaz de desplazarse y agonizaba en el suelo. Juzgándolo inofensivo, el chaval lo introdujo en una caja y se dirigió a Córdoba a la carrera.

Es muy posible que todavía haya personas que recuerden la entrada del chico por el Campo de la Verdad. La curiosidad y el miedo ante lo desconocido llenaban el ambiente, y acompañaban al muchacho hasta la calle de Gondomar, donde al fin se reunió un nutrido grupo de personas para admirar el fenómeno.

En pleno boom de los avistamientos de los entonces llamados platillos volantes (sólo cinco años después de que Kenneth Arnold los describiera por primera vez), un ser con un sólo ojo ciclópeo, dos trompas y una masa informe como cuerpo iba a producir inevitablemente la temida conclusión.

Y así, el diario Córdoba tituló en su portada del 14 de junio de 1952: "Un extraño fenómeno en Córdoba: ¿un habitante de otro planeta?". La noticia corrió como la pólvora, y la ciudad durmió aquella noche intranquila temiendo que, en cualquier momento, como sucedería años después en la película ET, los seres de otro mundo vinieran a buscar a uno de los suyos.