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lunes, 28 de mayo de 2012

Mil años y siete millas: el poblado de Tábanos, posible origen de Los Villares

La Vega del Guadalquivir asomando desde Los Villares

Esta es una de esas historias que se pierde en el tiempo, en la incertidumbre y en páginas de crónicas confusas. De modo que vamos a llegar a un acuerdo: yo lo cuento un poco recortado con respecto a lo que me gustaría, y quien lo lea lo hace poniéndole un poco de imaginación. Que si no, esto no tiene gracia.

Hablan las crónicas del obispo Eulogio, de mediados del siglo IX, cuando explican los lugares de origen de los cristianos andalusíes que participaron en el movimiento martirial (que ya se mencionó anteriormente, del que nos saltaremos de momento la parte polémica), de un pequeño pueblecito (viculum) conocido como Tábanos. Nada se dice de su origen, de su etimología o de su población. Sólo se menciona que se encuentra a siete millas al norte de Córdoba, entre densos bosques y abruptos montes. Allí hubo, parece ser, un monasterio dúplice (de hombres y mujeres, algo relativamente común en la época), quizás también con una escuela de enseñanzas cristianas. Fundado por un grupo familiar en el propio siglo IX, habría uno de los focos de reacción ante la creciente islamización de la población hispanorromana. No he sido capaz de encontrar bibliografía capaz de aventurarse a hablar algo más sobre este pueblo de Tábanos, al que se tragó la historia, ni siquiera entre varios trabajos especializados en los monasterios mozárabes. Nadie, salvo Sánchez Feria, claro.

El autor de la Palestra Sagrada, cuando está explicando la vida de Isaac, uno de los primeros ejecutados por la autoridad emiral por delito de blasfemia, a mediados del siglo IX, se detiene a comentar la ubicación de Tábanos. Y siguiendo su lógica, desde luego, podemos seguir el camino que hacia el norte conduce en dirección a Santo Domingo, y desde allí sigue remontando la sierra salvando la cuesta del Cambrón (o del "catorce por ciento") o algún recorrido equivalente. Subamos por allí o por Los Morales, al cabo de siete millas casi exactas, contadas desde la puerta de Osario, estamos en Los Villares. En "la casería de los Villares", según aparece en un mapa de la sierra de finales del XIX, sin olvidar que ese mismo nombre nos indica una población humana estable.

A la parte aquilonar, o del norte, siete millas de Córdoba, estuvo hasta más de la mitad del siglo pasado el lugar que llaman el Villar, decía Sánchez Feria a finales del XVIII, y de él han quedado buenos y visibles rastros: las calles existen, y las paredes de su iglesia aún duran en pie.

Este documento sería suficientemente interesante como historia de Los Villares. Sin embargo, la posible identificación con el Tábanos que menciona Eulogio (a mi corto juicio nada disparatada, pese a lo poco científico del método) le da todavía mayor interés. La distancia y sitio es totalmente conforme, y no hay en sus cercanías ruinas con que pueda equivocarse.

Queda casi todo por hacer para determinar si estamos ante una posible identificación de un topónimo con más de mil años de antigüedad en la sierra de Córdoba, y queda todo por estudiar sobre un posible lugar arqueológico de gran interés. Algún día, quizás.

miércoles, 11 de enero de 2012

La visita del embajador Juan de Gorze: el fraile y el Califa (y II)


(Ir a la primera parte)

Pronto apareció un voluntario para hacer el viaje y calmar los ánimos del rey germano: un importante clérigo cristiano llamado Recemundo, que había pasado algún tiempo charlando con el monje Juan, informándose sobre la personalidad y actitud de Otón I. La idea, además, le sirvió para ser nombrado por Abderramán III como obispo de Granada.

Esta vez, se decidió que las cartas que llevaría la embajada cordobesa no mencionarían ni a Jesucristo, ni a Mahoma ni ningún tema divino, y se limitarían a constatar lo amigos que eran todos y cuánto se alegraba el Califa de que el rey Otón le hubiera dado un repaso a sus enemigos húngaros, aparte de una buena disposición diplomática acerca de los piratas musulmanes que, respaldados por el gobierno de Córdoba, hostigaban a los barcos de los aliados centroeuropeos en el Mediterráneo.

En su largo viaje, Recemundo tuvo la ocasión de visitar la abadía de Gorze antes de llegar a Frankfurt, donde Otón accedió a nombrar a un nuevo embajador, también con un mensaje conciliador. No fue hasta mayo de 959 cuando regresó a Córdoba con los enviados, y para entonces, Abderramán III estaba tan harto del asunto que ordenó que nadie relacionado con toda esta historia entrase en su palacio antes que el testarudo fraile Juan de Gorze, con o sin cartas, con o sin regalos.

Un día al inicio del verano, caminando durante dos millas entre una impresionante demostración de fuerza militar, y sobre un suelo cubierto de alfombras hasta Medina Azahara, Juan y los demás embajadores se prepararon para ver al Califa, que recibió al lorenés con enorme educación y hospitalidad. Cuenta el cronista que se miraron con curiosidad durante largo tiempo, en silencio. Abderramán se excusó por las molestias, y el fraile se mostró condescendiente y valoró el esfuerzo por resolver la situación sin que se cortara ninguna cabeza, especialmente la suya propia.

Charlaron durante largo tiempo en la primera de una serie de entrevistas, en unos días que fueron motivo de orgullo para las comunidades cristiana, musulmana y judía de Córdoba. Cuando los emisarios tuvieron que regresar a Alemania, llevaron consigo un pequeño tesoro en forma de valiosísimos libros para la abadía de Gorze. Eran los años del culmen del Califato, del gobierno culto de Abderramán III que continuaría y perfeccionaría Alhakén II.

Si es cierta la leyenda que dice que Abderramán III sólo fue feliz, como él mismo escribió, catorce días en su vida, no sería de extrañar que la entrevista con el embajador de Otón I fuera uno de ellos.

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La crónica de la visita se puede leer en el capítulo VIII del Catálogo de los Obispos de Córdoba, que se puede descargar en pdf.

martes, 10 de enero de 2012

La visita del embajador Juan de Gorze: el fraile y el Califa (I)

Europa alrededor del año 1000
En el siglo X, en pleno apogeo del Califato, con Abderramán III colocando a Córdoba entre las más importantes capitales del mundo, había que tener mucho cuidado con la imagen que se daba a los potenciales aliados, a los enemigos tradicionales y al resto de imperios vecinos. Un error diplomático podía modificar peligrosamente el mapa de amistades, y aislar a Al Andalus frente a otros estados rivales. El imperio con sede en Medina Azahara, por otro lado, no era tampoco un actor secundario, porque controlaba la Península hasta el desierto estratégico del Duero, presionando a los reinos del norte, y extendiendo su Marca Superior hasta las cercanías de los Pirineos.

En el año 950, el rey Otón I de Germania y Francia Oriental (posterior Emperador del Sacro Imperio) se subía por las paredes. El hombre que controlaba Europa Central acababa de recibir a unos emisarios supuestamente amistosos del Califa cordobés, que le habían transmitido un mensaje entre cuyos términos estaba una petición de conversión a la fe mahometana, al parecer demasiado brusca para el gusto de Otón el Grande. Todo parece derivar de un malentendido, al morir el principal embajador, un culto obispo, antes de poder entrevistarse con el rey para explicar los términos de la introducción protocolaria de aquella carta.

Otón I decidió devolver la jugada con un mensaje dirigido a Abderramán que incluía unas frases ofensivas dirigidas a Mahoma y al Islam en general, a sabiendas de que el mensajero encargado de transmitirlas iba a ser ejecutado en Córdoba, como castigo innegociable a su insulto. La búsqueda de un voluntario para semejante misión, prácticamente suicida, se topó con la evidencia de que nadie quería viajar de Alemania a Córdoba para ser ejecutado. Hasta que se ofreció el prior de un monasterio de Gorze, en la Lorena, hoy Francia: Juan de Gorze, el único dispuesto a viajar hasta la lejana capital andalusí aun a riesgo de su propia vida.

Salón Rico de Medina Azahara
Partió en 953, con un pequeño séquito, regalos y la carta de respuesta. A su llegada a Cataluña se le permitió el paso hasta Córdoba, donde Abderramán III le alojó en un lujoso palacio, probablemente una almunia entre la ciudad y Medina Azahara, y le comunicó que no sería recibido durante un prolongado tiempo, en respuesta a la espera que soportó la embajada cordobesa en Alemania. En realidad, Abderramán sabía cuál era el tono de la carta, y no quería tener que ajusticiar al fraile. Sólo podía evitarlo posponiendo indefinidamente la entrevista, y tratando de hacerle desistir a través de emisarios como el más importante judío de su corte, Hasdai ibn Shaprut, del que el propio Juan de Gorze dijo que nunca había visto "un hombre de intelecto tan sutil". Tampoco los cristianos mozárabes lograron convencerle, ni siquiera ante la amenaza (un evidente farol) de que el cristianismo sería erradicado de Al Andalus si no cedía.

El Califa y sus consejeros no entendían nada. Los meses pasaban y no se veía una solución. Definitivamente, alguien iba a tener que hacer el viaje de Córdoba a Frankfurt para resolver todo aquel follón.

(Ir a la segunda parte)
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Fuente del mapa. Fuente de la foto.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Una visita a las supuestas ruinas de Cuteclara



Pues me esperaba otra cosa, francamente. Entre esparraguera y esparraguera, pensábamos comprobar el tamaño de esas ruinas que se veían en las fotos de satélite de Google Earth, justo donde el PGOU indica que están los restos del monasterio de Santa María de Cuteclara, a 37º 54' 07'' N y 4º 50' 33'' O. Todos los que lo busquen verán que hay una desviación de unos 250 m en la foto de satélite, que se repite para todos los sitios arqueológicos de la zona, como por ejemplo el pozo de la nieve.

Básicamente, lo que hay en lo alto de un pequeño cerro son las ruinas de una estructura que parece un edificio con dos naves paralelas, de unos 11 metros de largo, y 4,5 metros de ancho cada una. Se conserva un alzado de poco más de medio metro, como máximo, y en algunas partes toda la estructura está cubierta por tierra y matorral. El material es piedra y ladrillo, y como no soy arqueólogo diré que he visto lo mismo en Cercadilla y en algunos muros de casas medio caídas de Santa Marina, con lo cual no me dice nada. Algunas de las paredes están encaladas. Hay restos de material por las laderas del cerro, incluyendo algunas tejas. Aquí van algunas fotos:











Para ver el tema con perspectiva, pongo también la comparación de la zona entre 1957 y 2007, donde se puede ver como a mediados del siglo pasado había dos caminos que subían a la pequeña edificación, aunque no se llega a ver si está en mejor estado que hoy.

Y por último, un pequeño mapa de cómo llegar al sitio en cuestión.

A mí me quedó una sensación un poco extraña. La verdad es que por un lado me hace ilusión pensar que efectivamente son las ruinas del monasterio, pero no acabo de verlo... Es demsiado pequeño, podría servir como la iglesia del monasterio, pero tiene que haber algo más. Con esto sólo no vamos a ningún lado, y veo más posible que sea cualquier tipo de construcción agrícola más moderna. Si alguien conoce algún dato más que refuerce lo que que dice el Ayuntamiento en su PGOU, estaría bien que lo compartiera. Mientras tanto, habrá que creerse que allí, conocida sólo por los esparragueros, se esconde la memoria de Cuteclara.

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Si bajáis a los comentarios, queda bastante claro que estos restos marcados por el Ayuntamiento no tienen, probablemente, nada que ver con el monasterio mozárabe en cuestión.

sábado, 10 de octubre de 2009

El legendario monasterio de Santa María de Cuteclara

En la época del emirato independiente de Córdoba, concretamente en la primera mitad del siglo IX, la sociedad local era enormemente compleja. La población iba convirtiéndose, poco a poco, a las costumbres y religión de los invasores musulmanes, pero aún quedaba un amplio estrato que conservaba el latín modificado como lengua habitual, seguían considerándose cristianos y mantenían sus iglesias de barrio en las afueras de la Medina.

Algunos grupos, liderados espiritual y terrenalmente por Eulogio de Córdoba, convirtieron los monasterios de la periferia de la ciudad en reductos del más puro cristinanismo anterior al 711, que en la década de 850 serían los focos principales del llamado movimiento martirial cordobés.


Uno de estos lugares era el monasterio de Santa María de Cuteclara, que tomaba su nombre del reducido asentamiento o aldea en el que se encontraba, hoy desaparecido por completo. Ambrosio de Morales supuso que el monasterio sobrevivió hasta convertirse en el convento de la Victoria, opinión que fue despreciada más tarde por Sánchez Feria (s. XVIII), que argumentó concienzudamente que Cuteclara eran esas grandes ruinas que había en la finca de Córdoba la Vieja, bajo San Jerónimo, para acabar diciendo que no le extrañaría, por otro lado, que el poblado hubiera estado en la Albaida.

Santa María de Cuteclara, al parecer, existía desde antiguo con esa advocación, probablemente desde antes de la invasión musulmana y era un monasterio de los llamados dúplices. Es decir, albergaba una comunidad masculina y otra femenina en el mismo cenobio, siendo la femenina, según algunos estudios, predominante en este caso. Existían, por tanto, un abad y una abadesa al mismo tiempo, y de varios de ellos conocemos sus nombres, como por ejemplo de Frugelo, Pedro de Écija y Artemia. Aurea, María, Columba fueron monjas de Cuteclara, y tanto ellas como los abades mencionados son considerados santos mártires por la Iglesia Católica, al ser ejecutados a mediados del siglo IX, por su pública y deliberada ofensa al Islam.

No se tiene claro cuándo desapareció el monasterio. Sánchez Feria rechaza los datos sobre la vida de Santa Laura, que habría sido abadesa hasta su ejecución en 864 (1), y supone, en su Yermo de Córdoba, que los monjes y monjas de Cuteclara, o sus vecinos de San Salvador de Peña Melaria, habrían refundado el monasterio de Samos, en Lugo, que fue entregado en 862 a un abad cordobés llamado Ofilón, acompañado por el presbítero Vicente y la monja María. De hecho, Samos también fue en aquella época un monasterio dúplice.

Curiosamente, el Plan General de Ordenación Urbana de Córdoba nos sorprende dándonos las coordenadas exactas de lo que se supone que son las ruinas de Santa María de Cuteclara, cerca del Castillo de la Albaida, y todavía no he averiguado en qué se basó quien hizo esa identificación. Posiblemente tenga algo que ver con las excavaciones de Rafael Castejón en 1949 (Boletín de la Real Academia de Córdoba nº 61), cuando se emprendió la búsqueda de estos monasterios mozárabes.

El próximo día sacaré las fotos de cuando hace un año y medio nos dimos una vuelta por esas supuestas ruinas...

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(1) De hecho, pone a caldo en su Palestra Sagrada (IV, 42) al cronista Luitprando, por decir entre otras cosas que Santa Aurea fue abadesa y predecesora en el cargo de Laura, lo que considera falso, atizándole de paso acerca de algunas ideas sobre la justica islámica de la época. "Toda esta narración es fabulosa, y digna del fuego", dice don Bartolomé.

La imagen es un mapa esquemático de los monasterios mozárabes de Córdoba, del siglo XVII. Se puede ver, por ejemplo, la basílica de Santa Eulalia, ya tratada en el blog. El mapa me lo pasó Jerónimo Sánchez.

jueves, 9 de abril de 2009

Milenario (6): la cita de Sanchuelo con su destino

(ver anterior / ver siguiente)

El mundo dejó de tener sentido para el visir Sanyul, probablemente, la tercera semana de febrero de 1009. Se encontraba en Toledo, adonde había tenido que regresar forzado por las condiciones climatológicas, dado que las lluvias habían embarrado los caminos y el avance de las tropas se hacía penoso por el desierto estratégico de la Meseta norte.

Fracasado su intento de gloria militar, recibía ahora la noticia de que en Córdoba había estallado una revuelta contra su gobierno, habiendo quedado Madinat al-Zahira totalmente arrasada. Abderramán sólo tenía una opción: acudir a la todavía capital del todavía Califato, y presentar batalla.

No está totalmente claro lo que ocurrió a partir de ese momento. Se sabe que el ejército beréber de Sanchuelo le fue abandonando progresivamente, dando por perdida cualquier batalla contra los rebeldes de ibn Abd al-Chabbar. Los aliados de la familia amirí desde los tiempos del hayib Almanzor habían dejado de serlo de la noche a la mañana, y únicamente un grupo de civiles inconscientes, junto con algún verdadero soldado cristiano, permanecían con él. Entre ellos, el fiel Gómez, que le acompañó, lleno de vergüenza al ver su comportamiento, hasta el destino final.

Éste pareció consistir en la humillación pública de Sanchuelo ante las primeras avanzadillas del ejército de al-Mahdi, llegando a besar los cascos del caballo del enemigo en un vano intento por evitar su ejecución. Según una de las teorías, fue incluso embalsamado para permanecer más tiempo expuesto al pueblo después de su muerte.

Sin embargo, no falta quien considera que, siguiendo las recomendaciones de algún lugarteniente, Sanchuelo buscó refugio en el monasterio mozárabe de San Zoilo Armilatense, cerca de Adamuz, donde finalmente encontraría la muerte. Ésta tuvo lugar, en cualquier caso, a principios de marzo, sin hallarse claras las circunstancias.

La rebelión había vencido y se había consumado, pero aún quedaba un fleco suelto a la hora de legitimar al nuevo gobernante. Tenía que llegar un fascinante y surrealista episodio histórico.

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Como en todos los artículos sobre el Milenario, la fuente principal es el libro de Muñoz Molina, "Córdoba de los Omeyas".
Línea temporal de la dominación musulmana (I y II)

lunes, 22 de diciembre de 2008

La basílica de Santa Eulalia

El otro día sugirió Jerónimo Sánchez, hablando de la instalación de las órdenes militares en Córdoba, tratar el tema de la recuperación de la memoria por parte de los mozárabes huidos a tierras castellanas, que regresaron a Córdoba de la mano de Fernando III en 1236.

Estos hombres y mujeres darían razón de las antiguas basílicas de los tiempos visigodos (metiendo en ese término todo el lapso de tiempo entre la caída del poder romano jerarquizado y la invasión musulmana, período del que no tenemos en realidad muchas noticias), particularmente de las que se encontraban en el extrarradio cercano y en la Axerquía, ya que la Villa sufrió una islamización más acusada, y los inmensos arrabales califales yacían olvidados y convertidos en escombros.

Un ejemplo de lo que contamos se dio al repartirse las tierras que habían de corresponder a la orden de la Merced, encargada de la liberación de los cautivos en tierras musulmanas. Consciente de la importancia que para esta orden tenía Santa Eulalia de Barcelona, el Rey, informado de la existencia en el pasado de una basílica dedicada a Santa Eulalia (de Mérida, en este caso), les cedió el terreno de dicha iglesia y el espacio circundante. De la tradición conservada podría inferirse que la ermita se encontraba en un estado bastante aceptable, e incluso se conoció una imagen mariana (Nuestra Señora de la Piedad) procedente de Santa Eulalia y que se perdió con la invasión francesa, lo que indicaría quizás una continuidad del uso durante toda la dominación musulmana.

Los restos de la basílica fueron al parecer encontrados en una excavación en el siglo XVIII, en"la escalera del segundo patio", según describe Ramírez de Arellano, que incluye el siguiente croquis:

San Eulogio, por su parte, explica cómo los restos de Columba y Pomposa, cristianas mozárabes ejecutadas a mediados del siglo IX, fueron enterrados en la basilica de Santa Eulalia, añadiendo un dato fundamental: que se encontraba en el barrio de Fragellas, del que no tenemos ninguna otra referencia, y que podemos situar en la zona de los Tejares y Pretorio gracias a la donación de Santa Eulalia (Santa Olalla, como al parecer se la conocía entre el pueblo) a los mercedarios.

Santa Eulalia es una más de las numerosas iglesias cuyos nombres nos han sido transmitidos a lo largo de la historia, perdiéndose en muchos casos la información sobre la ubicación original de los templos. San Ginés, San Acisclo, San Zoilo, Santa Catalina, San Vicente, San Félix, los Tres Coronas y otras de las que no haya quedado ni el recuerdo. Son un mundo perdido que muchos cordobeses desconocen.