A pocos metros de la iglesia de San Miguel, encontramos, en una calle a la que se encarga de dar nombre, la antigua ermita de San Zoilo. Sólo vemos en ella una fachada con motivos religiosos, incluyendo la efigie de un hombre siendo martirizado, y una minúscula espadaña para una campana.
San Zoilo, uno de los primeros mártires cordobeses, nació a finales del siglo tercero, bajo la dominación romana. Educado en el cristianismo, no dudó en desafiar de manera constante la represión religiosa de los tiempos de Diocleciano y Maximiano, a causa de la cual fue apresado por el sanguinario gobernador Daciano en junio de 303. Según la tradición, antes de ser decapitado fue despedazado con garfios de hierro, extrayéndole los riñones durante su martirio.
El descubrimiento de sus restos por el obispo Agapito tres siglos después llevó a la refundación en su honor de una basílica cristiana existente en lo que hoy es la iglesia de San Andrés. Allí fueron respetados durante los años del emirato y el Califato, y no fue hasta cerca de 1070 cuando, en el marco de inestabilidad causado por las grandes campañas castellanas contra los reinos de taifas musulmanes, se ordena el rescate de las reliquias de San Zoilo, que son llevadas en un largo viaje hasta la provincia de Palencia, donde se depositan en Carrión de los Condes.
A la ermita que hoy conocemos fueron traídas reliquias de San Zoilo el 18 de junio de 1714, desde Carrión, y se convirtió así en un centro de religiosidad local, sin saberse bien si esta casa fue la natal del santo o si, como se afirmaba, el pozo que en ella se encuentra fue adonde se arrojaron sus riñones. Ramírez de Arellano ironiza en los Paseos sobre “beatas de las antiguas que aseguran haberlos visto salir en el cubo al sacar agua, y que, al irlos a recoger, han saltado por sí solos a lo hondo, donde han de permanecer incorruptos”.
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