jueves, 3 de abril de 2008

El ángel y el emir

Larga es la noche en el palacio de la Arruzafa. El emir se retuerce en su lecho, sus sueños viajan por su vida, por su destino, por sus miedos. Por su gloria.

Sus ojos cerrados atisban una figura difusa, luminosa. Es un ser de espíritu, y al espíritu le habla. Le llama emir, gran rey, y él se complace. Como cada día, como corresponde al hombre más poderoso sobre la piel de toro que se extiende desde Algeciras a la tierra de los vascones. Abd al-Rahman, Abderramán I, a quien llaman el Inmigrado. Le reconoce como tocado por Alá. Alá te ha dado el triunfo, ha devuelto tu dinastía al trono de un gran país. Rey de Al Andalus independiente, nadie te hace sombra en la tierra gracias al poder de Alá.

Abderramán sospecha. Ha aprendido a desconfiar de los halagos excesivos, aun viniendo del mismo Dios. Hombre sabio, pues llega la pregunta:

¿Qué le has dado tú a cambio?

El emir ve pasar ante él las enseñanzas de su infancia, los consejos de los alfaquíes, decenas de suras se agolpan en su recuerdo. ¿Cómo ha podido olvidarse de dar gloria a aquél de quien le viene todo el poder, toda la riqueza, todo lo que es?

Baja la cabeza, desparece la imagen celestial, una vuelta en la cama. Ahora no sabe qué está viendo. No lo reconoce. Es un bosque de piedra, se asemeja a un palmeral interminable. Enormes lámparas cuelgan del artesonado, decenas de columnas forman pasillos que se entrecruzan ante sus ojos. Hay algo aún más impresionante: los colores. Blanco y rojo se alternan en una sucesión sin fin de piedras y ladrillos que soportan el peso de las techumbres.

Puede escuchar un moecín que llama a la oración, su letanía le reconforta. De pronto, la luz. Entra por todos los costados, luz de mediodia, por las puertas de levante, del oeste, por el patio del norte donde mueren las naves. La claridad le hace revolverse y despertarse.

De vuelta su mente a la Arruzafa, se levanta y se asoma a la ventana, contemplando Córdoba, la ciudad que él ha engrandecido. Abderramán se toca la barba, se apoya en el alféizar y le pide a Alá, quien tanto le ha dado, que le regale, solamente, unos años más. Aún le queda algo por hacer.

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