domingo, 17 de febrero de 2008

La Cruz del Rastro (2)

Un grito resonó en la iglesia de San Lorenzo en la mañana del día siguiente. El herrero había movido un brazo. Nunca se supo si había sido un movimiento provocado por su perro, que andaba por allí, o un signo divino, pero evidentemente se tomó como lo segundo. Y así, sintiendo justificado por los cielos el objetivo de su persecución, las masas retomaron su tarea de erradicación de las familias judías y conversas de la ciudad.

Don Alonso, algo harto ya de la ausencia de ley, reunió a sus hombres y salió al encuentro del grupo ahora comandado por el noble don Diego Aguayo, al que encontró en las cercanías de San Agustín. Pero esta vez no sólo no pudo convencerle u obligarle a que renunciara a seguir con su comportamiento, sino que se vio forzado a huir y a refugiarse en el Alcázar, desde cuyas torres pudo comprobar cómo segían ardiendo muchas casas de Córdoba. Acompañaban a don Alonso sus fieles, y también numerosos judíos que veían en su espada y en las piedras de la fortaleza su única posibilidad de salvar la vida en aquella ciudad enloquecida.

Sólo cuando la sed de venganza estaba saciada y el número de muertos era lo suficientemente alto, pudo salir del Alcázar el caballero con los suyos, ofreciendo el perdón a los sublevados, y conminando a los judíos a abandonar la ciudad, o bien a volver a ocupar su antiguo barrio propio, cerca de la puerta de Almodóvar.

Con gran arrepentimiento por considerarse el origen de tanto dolor, la hermandad de la Caridad decidió que nunca se olvidaran aquellos días. Para ello, colocó una lápida en el patio del convento de San Francisco, así como una cruz sobre un pedestal en el antiguo Rastro, en la Ribera.

Esta cruz fue barrida por el tiempo, recuperándose su memoria en 1814, cuando se colocó una nueva sobre dos arcos recién construidos al final de la calle de la Feria. Su derribo a causa de las obras del murallón, en 1852, hizo pensar que aquél había sido el último episodio de esta historia. Sin embargo, en 1927 se instaló la actual, que después de una reciente restauración continúa rememorando uno de los acontacimientos más tristes de los vividos por nuestra capital.

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