Todo el cuarto creciente planificando la foto, para esto. Tenía el ángulo, Marte está en oposición (rojo, muy brillante estos días), la Luna llena... y va, y se nubla.
Otra vez será. No he mandado a mi blog a luchar contra los elementos. EDITO
La foto no vale un duro, pero a mí me ha dejado feliz y contento.
Desde que decidí aparcar el coche en la medida de lo posible y volver a tirar de zapatilla y tren, aparte de disfrutar de un ratito de radio o de un libro con los pies en el asiento de enfrente (niños, no lo hagáis, que está prohibido), he vuelto a encontrarme con los curiosos inquilinos del parque del Plan Renfe.
Aparte de palomas (para los de la LOGSE, las blancas), mirlos (los negros que chillan) y gorriones (los chicos), hay otros muchos pájaros que se protegen entre las manchas verdes de la ciudad. Sobre todo en invierno, cuando resulta más fácil verlos y oírlos ya que parecen preferir el efecto isla de calor del interior de la ciudad y las suaves temperaturas de la vega del Guadalquivir frente a los fríos de la sierra. Por ejemplo, el pollo que me ha dado la idea de la entrada ha sido una curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala) como la de la foto, que se colaba esta tarde como un ratoncillo entre los setos junto al carril bici.
Algunos son más fáciles de reconocer por el canto, como por ejemplo el herrerillo (Parus caeruleus), arriba a la izquierda en el mosaico, o el carbonero (Parus major, con su chi-chi-pán o su ti-chá, ti-chá característico), que se luce algunas mañanas. Los petirrojos (Erithacus rubecula, último del mosaico) también son reconocibles de oído (tek-tek-tek), pero se acercan con más curiosidad a las personas. Lo mismo estás en un banco sentado y se te pone uno a dos metros mirándote como si fuera un gorrión.
Arriba a la derecha está el jilguero (Carduelis carduelis, conocido por el blog como malabaddon) de toda la vida. El año pasado me encontraba todos los días con uno que había descubierto su percha favorita en una jacaranda del cruce del Pretorio, y se pasaba los ratos muertos allí cantando.
Los otros tres son más discretos. El más estirado, en el centro a la izquierda, es el colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros), cuyo macho en primavera es bastante más oscuro que en la foto. Después de cada vuelo corto, se posa y se agacha varias veces mientras calcula si supones una amenaza. La lavandera blanca (Motacilla alba) es un delicado pajarillo que corretea por los caminos del parque del Vial. Y el mosquitero común (Phylloscopus collybita, chiffchaff en inglés, por su canto, abajo a la izquierda) es un poco más escurridizo, pero fácil de ver si se pasa a diario por allí.
Si se jura fidelidad, es para siempre. Hace mil años que cientos, miles de ellos murieron en los campos de batalla de la locura provocada por la guerra civil, y que fueron enterrados, en el mejor de los casos, en alguno de los inmensos cementerios de la agonizante capital del imperio califal. Sus espíritus han sido convocados y ahora se preparan para dar una última batalla, como si de los muertos de las Montañas Blancas de El Señor de los Anillos se tratara.
Se han levantado de los maqabir de la avenida del Aeropuerto, de la glorieta de Almogávares, de todas las necrópolis conocidas, y se dirigen al antiguo Cuartel de Artillería, en la avenida de Medina Azahara. Allí, dando la espalda al Rectorado, ante los atónitos conductores y paseantes, forman en medio centenar de filas, sobre la calzada, y preparan sus espadas. Piensan, mientras la caballería califal se posiciona en los flancos y los conductores huyen despavoridos, en qué horribles ingenios habrá desarrollado el arte militar de los infieles (iba a decir cristianos) a lo largo de este milenio.
Los mismos infieles que, con sus máquinas imparables, han desenterrado los restos de su cuartel general del noroeste, entre Turruñuelos y Miralbaida. Los mismos que quieren construir allí esas verdaderas colmenas que ellos llaman viviendas. Todos sus informes concluían que la operación se estaba gestando en el antiguo cuartel, hoy más conocido como Gerencia Municipal de Urbanismo. Al grito habitual de "Alá es grande", y esas cosas, saltan la verja de las dependencias municipales y, rompiendo puertas y ventanas, entran a saco en las oficinas.
Allí les reciben hordas de funcionarios del Ayuntamiento y de técnicos en nómina, empuñando licencias de obra enrolladas, contra las que las espadas califales, oxidadas de hace mil años, se quiebran y deshacen, dejando los papeles teñidos de un color anaranjado. Los aviones de papel hechos con las resoluciones que autorizaron la destrucción de los arrabales de Poniente, vergüenza de nuestra época, sobrevuelan a los asustados soldados de Alhakén II, cuya moral va quedando minada al contemplar las autorizaciones de eliminación de los restos encontrados en Fátima junto al arroyo Pedroches, o los de la avenida de Libia. Sus casas habían sido destruidas por la invencible mano de la Gerencia.
Ayer pasé por allí y, pese a la relativa normalidad que se veía desde fuera, la fiera batalla continuaba en su interior. El resultado es incierto, aunque se rumorea que habrá una tregua que respetará ambas cosas, viviendas y restos arqueológicos. No me lo acabo de creer. El tiempo dirá.--- El tiempo dirá, de paso, si realmente estos restos se corresponden con algún tipo de instalación militar de época califal. La cercanía a la casi inexplorada almunia o palacio de Turruñuelos abre un gran abanico de posibilidades.
Debo reconocer que escribo esta historia sobre los hombros de gigantes, pero no por ello me ilusiona menos, porque a mí me da que nos vamos a acercar mucho al origen de esta expresión genuinamente cordobesa. Falta la prueba definitiva, por lo que esto no deja de ser una teoría, pero se non é vero, é ben trovato. Si no es verdad, al menos tiene muy buena pinta.
Hace mucho tiempo ya colgué por aquí un enlace a la Cordobapedia, que explica el origen del pego como resultado del ascenso fallido de un globo, a finales del XIX, por parte de un francés, cuyo apellido sonaba más o menos "Pegó", empezándose a relacionar con este hombre cualquier tontería local. Yo no sé quién colgó esto en la Cordobapedia, y esta es la primera clave a tener en cuenta: ¿de dónde salió esta hipótesis? Evidentemente, alguien estudió el tema antes y llegó a la misma conclusión que luego contaré. Así que todo parece indicar que estamos asistiendo en directo al nacimiento de una leyenda, que conserva algunos datos y modifica otros. Una versión 2.0 de esta leyenda es la que refleja la Cordobapedia.
El caso es que existió un episodio histórico similar al mencionado. Hubo globo, hubo franceses (aunque no directamente ni en ese momento) y hubo fracaso... Y de paso, nos introduce en la vida de uno de los más apasionantes personajes que han pisado la Córdoba moderna: Domingo Badía y Leblich, catalán, que llegó a ser prefecto de la ciudad bajo la dominación napoleónica y que, camuflado como árabe musulmán, fue el segundo europeo y primer español en penetrar en los recintos prohibidos de La Meca, después de actuar durante años como espía en Marruecos.
Domingo Badía, caracterizado como el musulmán Alí Bey
Hay que atrasar el calendario hasta 1795, al final del siglo de las luces, cuando Domingo Badía fue nombrado administrador de las rentas del tabaco para el Estado en Córdoba, procedente de un cargo de Defensa en Granada. Entre 1792 y 1793, según las fuentes, había remitido al primer ministro Godoy un informe sobre globos aerostáticos, que al parecer pretendía emplear con fines militares, aun cuando las primeras ascensiones de los Montgolfiere se llevaron a cabo una década antes, y era una tecnología aún en pañales.
El Campo de la Merced en 1862, 70 años después
Badía recibió el visto bueno del Estado y construyó su globo en el Campo de la Merced (también bailan las fechas, 1793-1795, me gusta más esta última), fracasando en sus dos intentos de hacerlo volar, debido a las adversas condiciones meteorológicas. El revuelo y las espectativas en la ciudad habían sido enormes y la multitud quedó totalmente decepcionada.
La aventura le supuso su ruina económica, y su padre consiguió que el Consejo de Castilla le retirara la autorización para seguir experimentando, por su propia seguridad. Si queremos encuadrar correctamente la entrada de la Cordobapedia, parece que habría sido este acontecimiento el que habría grabado la palabra "pego" en la mente popular. Pero, ¿por qué, una vez descartado el tema del apellido francés?
Firma de José Mariano Moreno
Pues resulta que, por Ramírez de Arellano y sus Paseos, sabemos que el fracaso de Badía fue caricaturizado en unos versos satíricos por un poeta local cordobés. Ese poeta se llamaba José Mariano Moreno. Desde luego, esa coplilla debió tener relevancia, cuando los Paseos la mencionan 80 años después. ¿Usó Moreno la palabra "pego", en el sentido de "trampa" o "engaño", en esos versos? En una palabra, ¿fue Moreno el inventor del pego, y Badía el primer pegoso?
Todo esto se basa en unos versos que no he encontrado, y en una mención a un globo fallido que no sé de dónde salió. Pero me gusta, y me parece ben trovato. Ahora falta que algún sesudo investigador o académico con acceso a los manuscritos de Moreno se ponga a rebuscar en su obra. ¿Dónde pudo publicar sus versos satíricos para que fueran accesibles al público en general? ¿Había algo parecido a un periódico local en aquella época? Hasta aquí he podido llegar yo, y parece que ya hubo quien llegó antes. Ahora que sigan otros.
--- Los aficionados a La Rosa de los Vientos conocemos los llamados Versus de Juan Antonio Cebrián, pequeños relatos sobre una pareja de personajes históricos cuyas vidas se entrecruzan, normalmente por motivos poco amistosos. Algo parecido ocurre entre José Mariano Moreno y Domingo Badía. Después de haberle dedicado sus versos satíricos en 1795, Badía fue prefecto casi el mismo tiempo que estuvo Moreno de secretario de la Academia, una importante institución de la época.
Os presento a un hombre que, poco a poco, va perdiéndose en la memoria de los cordobeses que aún pudieran, dos siglos después, haber oído algo sobre él. Se ha refugiado en las bibliotecas, como muchos grandes personajes, y aún así resulta complicado dar con él. Así que siento mucho que este retrato que cuelgo aquí sea totalmente fragmentario, formado por algunos trocitos de su persona procedentes sólo de un par de fuentes.
José Mariano Moreno Bejarano nació en Córdoba, de familia humilde, un 4 de julio de 1764. Fue un estudioso y especialista en la lengua latina, ya que no tuvo recursos para dedicarse a la judicatura. De carácter retraído, fue discreto y salía poco de la casa donde vivía con su mujer, Francisca Uriarte. Dedicado casi toda su vida a la enseñanza, fue también bibliotecario durante algún tiempo.
En la mañana del domingo 11 de noviembre de 1810, se celebró la primera reunión de la que, empezando como Academia literaria de Córdoba, se convertiría en Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de esta ciudad. En las elecciones que ese día tuvieron lugar, José Mariano Moreno fue nombrado secretario, y por tanto es su firma la que aparece estampada, junto a otras, en las actas de cada reunión de la Academia hasta, al menos, mayo de 1811.
Presentó en este foro diversas obras, como su Crítica imparcial de Lucano, una Memoria sobre la naturaleza de la oruga y modo de extinguirla, otra Memoria sobre el modo de escribir la historia de Córdoba y su Provincia, o el Elogio del literato cordobés Pedro de Valencia. Hay, de paso, alguna fábula y un estudio sobre el tizón del trigo.
Murió el 20 de octubre de 1833, en la ciudad que le vio nacer. Francisco de Borja Pavón y Luis María Ramírez de las Casas-Deza fueron algunos de sus discípulos más destacados, y perpetuaron en la medida de lo posible su memoria.
Hace unos días salió la plaza de las Dueñas en el pequeño juego de lugares cordobeses que tenemos en el blog, y pensé que podría ser un buen momento para contar una de las muchas leyendas milagrosas que adornan la vida de San Álvaro de Córdoba, ojo, el del siglo XV, no el mozárabe.
El convento de las Dueñas se encontraba más o menos entre el Císter y el Hospital de San Jacinto (Los Dolores). Para no iniciados: subiendo desde el Ayuntamiento por Alfonso XIII, coges la calle del Maimónides a la derecha y llegas a un jardincito. Pues la plaza y la manzana que está sola formaban el desamortizado (1868) convento de las Dueñas.
Cuentan los relatos, más o menos coincidentes, que una noche indeterminada, probablemente a finales del siglo XIV, estaba San Álvaro en su cueva junto al convento de Santo Domingo, que él había fundado, cuando oyó pasar por el cielo una legión de demonios. Algunas fuentes pintan un cielo enrojecido mientras los espíritus malignos explicaban al fraile que se dirigían a Córdoba, al convento de las Dueñas, a recoger el alma de la monja Juana Díaz, que estaba a punto de morir en pecado, según Ramírez de Arellano (1875). Las versiones anteriores dicen simplemente que bajaban a tentarla, con permiso de Dios, en la última hora de su vida.
San Álvaro, haciendo un poco de Herodes con los Reyes Magos, les pidió a los demonios que a su regreso le contaran qué tal les había ido. Nada más verlos bajar hacia Córdoba, se puso en oración para pedir por el alma de la monja.
Es muy interesante la crónica de Luis Sotillo de Mesa en 1628, que menciona a Teresa Muñiz de Godoy y a Andrea de Cárdenas, monjas de las Dueñas, como ancianas (durante el proceso de beatificación, se entiende) que habrían escuchado en su juventud el testimonio de los testigos directos de lo que pasó aquella noche.
Cuentan que gracias a las oraciones de San Álvaro y a la vigilia permanente de las monjas junto a la moribunda...
El brocal saltó en pedazos, y los demonios huyeron por donde habían venido, no sin antes echarle en cara a Álvaro que les había fastidiado la misión.
Fray Hipólito García, prior de Santo Domingo en 1785, contará así el suceso:
Sánchez Feria (Palestra Sagrada, tomo I, pág. 40) también tratará el tema sin añadir grandes novedades al relato.
Queda por saber si el pozo al que se hace referencia se encontraba en los terrenos del convento. Si era así, y con todas las precauciones que evidentemente hay que tomar con este tema, cabría pensar que según se describe su situación estaría al norte, en la parte del convento que daba a la actual calle Ramírez de las Casas-Deza, o incluso en sus terrenos junto a la cuesta del Bailío, junto a la casa hoy en ruinas.
Esta entrada tiene tantísimas ramificaciones que no voy a tomar ninguna... el manantial de las Dueñas, la curiosísima historia del convento de Santo Domingo y otras entregas de misterios cordobeses que algún día verán la luz. Poco a poco.
Para los más curiosos, aquí dejo la crónica completa de 1628 sobre el tema.
Parece como si la ciudad, antes de emprender un largo viaje, hubiera querido hacerse una foto de despedida. Hacía unos quinientos años que sus límites urbanos no variaban, y su fisionomía sólo había cambiado por la construcción de algunas iglesias y conventos (incluyendo, por supuesto, la Catedral), así como algunos edificios notables como la plaza de toros o la llamativa fábrica de sombreros de la Corredera, cuya chimenea expulsaba los primeros humos sobre la ciudad.
La imagen que vemos es una pintura realizada por Alfred Guesdon entre 1850 y 1860, en uno de sus viajes por España, basada en uno o más daguerrotipos, que eran primitivas fotografías con un tiempo muy largo de exposición. Guesdon las hacía desde un globo en vuelo, así que nos lo podemos imaginar esperando pacientemente los momentos de calma atmosférica para lanzar sus fotos, si quería ser capaz de reconocer en ellas algo más que borrosas manchas alargadas. Aun así, el hecho de que fuera necesario hacer luego una pintura dice mucho de la calidad de los daguerrotipos obtenidos.
Sin embargo, ahora tenemos casi una fotografía en color de la Córdoba de la época, donde se intuye ya una construcción o arboleda en la zona de la estación (que entró en servicio en 1859), aunque ciertamente no se aprecian muchos detalles. Se pueden ver muchos otros lugares ya desaparecidos, como el convento de la Victoria, la puerta del Colodro, la de Plasencia, el molino de la Albolafia antes de ser destruido por la carretera de Cádiz, el estado de la huerta del Alcázar que ahora se pretende recuperar... Algunos detalles aparecen un poco desplazados, como ocurre por ejemplo con San Hipólito, que se va casi a los Tejares, pero se puede disculpar.
Aunque el ferrocarril estaba a punto de transformar la ciudad, aún no habían comenzado los grandes cambios, como la prolongación hasta la ronda de los Tejares del entonces paseo de San Martín (hoy Gran Capitán), la apertura de la calle Claudio Marcelo o el ensanche norte hacia la estación.
La ciudad aún tardaría más de medio siglo en abandonar de forma decidida el perímetro de sus murallas. --- La entrada del Chorrijuego del Patrimonio Cordobés sigue y seguirá accesible desde el enlace en la barra lateral. Saqunda, Sherezade y lamalgama están empatados a una foto adivinada...
¿Cómo ha podido aguantar intacto, en un lugar visible, treinta y nueve años largos de régimen franquista en Córdoba? Al contrario de lo que ocurrió con otros símbolos republicanos de la ciudad, este escudo resistió, sin que nadie se ocupara de quitarlo de enmedio, hasta la vuelta de la democracia, y permanece aún hoy a la vista de los cordobeses.
He tenido la alegría de enseñar esta rareza histórica a algunos paisanos y visitantes desde que descubrí, como la mayoría, su existencia gracias a este artículo de Saqunda en la Calleja de las Flores, del cual tomo con escasa vergüenza la foto y la información (incluyendo algún comentario) para hacer esta entrada.
El escudo en cuestión está situado en el edificio del grupo escolar Rey Heredia, justo detrás de la Calahorra, entre ésta y la plaza de Santa Teresa, coronando una puerta de la fachada principal del colegio. Se distingue del actual por la ausencia de la corona real (tiene lo que se llama "corona mural") y, evidentemente, de las flores de lis del centro.
El colegio no fue construido durante la II República, sino a finales de la década de 1918. Llama la atención, además, que la placa está incompleta, quedando un espacio en blanco detrás de "Escuela Nacional", porque se solía escribir "de niños" o "de niñas". Como el Rey Heredia era un colegio mixto, se dejó sin rellenar.
Finalmente, hay que recordar el oscuro destino que parece tener el edificio. Según el plano del PGOU, ese solar está marcado como zona verde, por lo que, si nadie lo remedia, el colegio será derribado, con escudo y todo, para hacer jardines a la cordobesa, es decir, adoquines con tres arbolitos.
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Un segundo escudo, sólo visible en su mitad inferior, es el de la antigua Facultad de Veterinaria, hoy rectorado de la Universidad de Córdoba. Lamalgama fue el primero que lo mencionó en esta entrada.
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El lector Werrybee ha enviado una foto de otro escudo republicano, más visible todavía, que sobrevive en Córdoba, y se ha callado la ubicación para que seamos nosotros quienes lo averigüemos. Saqunda ha averiguado que está en Gran Capitán, en el edificio municipal junto a Hacienda y enfrente de San Hipólito.
Mi agradecimiento para Werrybee desde aquí, claro.