Páginas

viernes, 31 de agosto de 2007

La entrada de Dupont

Vencida la resistencia de los cordobeses, los cañones martillearon las murallas y las bombas cayeron sobre el barrio de la Magdalena, hasta que la Puerta Nueva no resistió más y quedó abierta. Los franceses, que habían sido hostigados desde la iglesia de Trinitarios y otros edificios altos, entraron con orden de saqueo, arrasando iglesias, conventos y cualquier vivienda en que intuyeran la presencia de objetos de valor.

Los conventos de San Francisco y Capuchinos fueron especialmente castigados, junto con la Fuensanta, La intervención del alférez mayor de la ciudad, que salió al encuentro de Dupont a la altura de San Pedro y que, dando la ciudad por rendida, pidió clemencia para sus habitantes, evitó que la violencia fuera aún mayor.

Nada más entrar el general Dupont por la Puerta Nueva, en la calle hoy de Alfonso XII, un vecino llamado Pedro Moreno se asomó a su balcón y, lleno de rabia por ver Córdoba vencida, disparó su escopeta contra el francés, matando a su caballo e hiriendo a uno de sus acompañantes.

Los soldados franceses entraron a la casa y, sin mediar palabra, mataron a toda la familia, exceptuando a una niña de pocos meses, que dieron a una mujer en acogida.

Según se entra desde la la rotonda, la casa hace esquina con la primera calle a la derecha. La taberna que en ella había fue conocida desde aquel suceso como de la "Niña del milagro"

martes, 28 de agosto de 2007

Alcolea, 1808

Entremezclados el populacho y las tropas españolas, la verdadera caballería y los jinetes voluntarios, alrededor de veinte mil hombres (algunas fuentes hablan del doble) se concentraron en los días precedentes al 7 de junio de 1808, algo más de un mes después del alzamiento del 2 de mayo en Madrid, para salvaguardar la puerta por la que el ejército francés quería entrar en el bajo Guadalquivir: el puente de Alcolea.


Los milicianos habían llegado de los pueblos, de la capital y también desde Sevilla, de donde trajeron la escasa artillería disponible. Durante toda la mañana del día 7, los cordobeses, al mando del comandante general Chavarri, resistieron con sus escopetas a los quince mil franceses veteranos bien armados. Los cañones iban reteniendo a la vanguardia francesa, e incluso la caballería intentó una acción por sorpresa que fue frustrada.


Finalmente, la lógica se impuso y la falta de munición empezó a hacer cundir el pánico, empujando a los paisanos hacia Córdoba y hacia sus pueblos de origen. Los batallones españoles se retiraron en relativo orden, y los invasores cruzaron el puente.


Poco a poco, el general Dupont fue concentrando sus soldados frente a la Puerta Nueva o de Alcolea, que estaba cerrada a cal y canto, como toda la ciudad: dispuesta a resistir desde los escasos tejados que asomaban sobre la muralla, tratando de evitar a la desesperada el saqueo y los crímenes en venganza por la batalla.

domingo, 26 de agosto de 2007

Osio de Córdoba

Frente al Rectorado de la Universidad, ante la puerta del convento de las Capuchinas, se levanta la estatua de Osio, obispo de Córdoba en los últimos años del siglo III y primera mitad del IV, venerado como santo por la Iglesia Ortodoxa y la Católica de rito Oriental el 27 de agosto de cada año.


A lo largo de sus 101 años de vida, Osio se convirtió en uno de los personajes más influyentes del Imperio Romano, por su cercanía de consejero con el emperador Constantino, a quien se cree que convenció para su conversión al cristianismo en el lecho de muerte. Junto a él viajó a Milán en el año 313, en que se proclamó el Edicto que ponía fin a las persecuciones religiosas en el Imperio.


La misión de Osio se centró en la oposición a la herejía arriana, a la que combatió en Alejandría y en los numerosos concilios de la época. En el más importante de ellos, el de Nicea, el obispo de Córdoba redactó y proclamó el credo que ha llegado hasta nuestros días, y que es quizás el más fuerte vínculo entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa.


Desterrado a la actual Serbia por el emperador proarriano Constancio, Osio murió en el año 357, sin llegar a ver la desaparición de los seguidores de Arrio, que llegaría siglos después.

viernes, 24 de agosto de 2007

Campo de cuádrigas

La refundación de la asolada Corduba republicana bajo el mandato de Augusto, pocos años antes del inicio de nuestra era, marcó el inicio de su apogeo. Recuperó la capitalidad de la provincia Baetica tras la reorganización de Hispania y comenzó una monumentalización de la ciudad bajo el nuevo nombre de Colonia Patricia.

Buscado desde hacía años, dado que la importancia de Colonia Patricia (junto con indicios arqueológicos indirectos) implicaba que tenía que haberse construido, el Circo o hipódromo romano cordobés permanecía oculto para la arqueología. Hubo que esperar hasta los años noventa para que unas excavaciones en el palacio de Orive, junto a San Pablo, empezaran a sacar a la luz materiales y terrazas pertenecientes a este enorme edificio, que mostraba su lado menor al actual Ayuntamiento y al templo que hay junto a él, y que se prolongaba más de doscientos metros encajado entre la actual calle San Pablo y la plaza de la Corredera.

Cien años, aproximadamente, estuvo activo este Circo, entre mediados del siglo I y del II d.C., hasta que graves problemas estructurales obligaron a abandonarlo, para construir otro en la zona occidental de la ciudad, cuyos restos aún no han sido hallados. Al aprovecharse gran cantidad de material del Circo antiguo, éste quedó prácticamente desaparecido, y de ahí lo compleja que ha resultado su localización.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Un pego

"No digas pegos". "No seas pegoso". ¿Qué es un "pego"? Algo que dicho en cualquier parte de España les sonaría igual que si les pidieras un vargas, tiene en Córdoba un significado muy claro. El pego es la chorrada, la tontería, lo innecesario. Pero, ¿desde cuándo? Y, sobre todo, ¿por qué?

EL CONTENIDO DE ESTA ENTRADA HA SIDO REVISADO Y COMPLETADO
LÉELO AQUÍ

Hace poco leí en la Cordobapedia la primera explicación coherente a este localismo, que no he podido confirmar por ningún sitio, pero tampoco sustituir por nada mejor. Esta fuente sitúa su origen al final del siglo XIX, afirmando que sería una variación del apellido de un intelectual francés, que no son capaces de concretar. Quién sabe si era Peraud, Pegaud, Pairaud o Pereaud, el caso es que a oídos de los cordobeses se presentaba como el señor “Pegó”.


El momento de gloria de este hombre tenía que haber sido el día en que, como muestra de la llegada a Córdoba de los adelantos tecnológicos, pretendió hacer volar un globo aerostático tripulado, después de generar una gran expectación a su alrededor.


El globo no logró elevarse y, fruto de la decepción y la burla, los ciudadanos empezaron a referirse a todo aquello que no funcionaba o era inútil como similar a “lo del Pegó”. La evolución con las décadas de la palabra acabó, si esta hipótesis es la correcta, por darle el significado que hoy conocemos.

lunes, 20 de agosto de 2007

Barrios del siglo XIII

Nada más conquistar Córdoba en 1236, el rey Fernando III el Santo decidió levantarla de sus cenizas y reorganizar su administración. Para ello, mandó construir una red de nuevas parroquias (llamadas 'fernandinas') que sirvieran tanto para los servicios religiosos como para el gobierno de los diferentes barrios.

Córdoba, limitada su extensión al espacio amurallado, estaba dividida en dos por el lienzo de muralla que seguía la línea Alfaros-calle de la Feria. A su izquierda, se levantaba la Madina, Villa o ciudad alta. A su derecha, la Axerquía, un antiguo arrabal musulmán amurallado a principios del siglo XI. El nuevo plano de Córdoba dividía cada una de ellas en siete barrios.

En la Villa, además de la collación o barrio de Santa María, alrededor de la Mezquita, se levantaron las parroquias de San Miguel, San Nicolás de la Villa y las desaparecidas de San Juan (actualmente perteneciente al colegio de Las Esclavas), Omnium Sanctorum (junto a la plaza Ramón y Cajal), San Salvador (frente al IES Maimónides) y Santo Domingo de Silos (en la plaza de la Compañía).

En la Axerquía, existen aún San Lorenzo, Santa Marina, San Pedro, Santiago y San Andrés, mientras que Santa María Magdalena se cerró al culto, y de San Nicolás de la Axerquía quedan sólo algunos muros junto a la Ribera.

sábado, 18 de agosto de 2007

El exilio en Oriente

La orden de que jamás regresaran a Qurtuba si querían salvar sus vidas empujó a los miles de exiliados por la revuelta del arrabal de Saqunda a buscar un nuevo hugar. Algunos grupos se dispersaron por Al Andalus, estableciéndose sobre todo en Toledo, y otros muchos cruzaron el estrecho y se asentaron en diversas ciudades marroquíes.

Sin embargo, el grueso de la población, hasta quince mil personas según algunas fuentes, huyeron en una flota que viajó hasta Egipto, donde desembarcaron en medio de una guerra civil en la que jugaron un importante papel, hasta el punto de que se les expulsó en el año 827 para evitar su influencia. Entonces, la búsqueda de refugio les llevó hacia el norte.

Ese mismo año, ante la impotencia del debilitado Imperio Bizantino, miles de cordobeses ocuparon la isla de Creta y establecieron en ella su propia dinastía, cultivando las tierras y organizando su sociedad. Para desesperación de los habitantes de la región, los exiliados armaron su propia flota de cuarenta barcos y hostigaron los puertos del mar Egeo durante un siglo, desembarcando en islas cada vez más cercanas a la capital, Constantinopla.

Finalmente, los griegos, con la excusa de que una gran carestía les impedía mantenerlas, convencieron al gobernador cordobés de Creta de aceptar el desembarco de una gran yeguada en la isla. Así, los bizantinos dispusieron de una gran ventaja cuando en el año 961 lanzaron su ataque por sorpresa, subieron a sus caballos y terminaron con la presencia andalusí.

jueves, 16 de agosto de 2007

La revuelta de Saqunda

Alhakén I y Abderramán II contados por Juan Antonio Cebrián

Allí donde antaño se encontrara el segundo miliario de la Vía Augusta que pasaba por Corduba, poco después de cruzar el puente sobre el Guadalquivir, florecía a principios del siglo IX, bajo el emirato, un extenso arrabal donde vivían comerciantes y trabajadores de los cercanos centros de poder de la capital andalusí.

La actitud despótica y dada a los placeres del emir Alhaken I, unida a su política fiscal, había venido, desde años atrás, fraguando un malestar entre la población y los alfaquíes o "doctores de la ley", de manera que se sucedían las conspiraciones y pequeños motines. Nada comparable, sin embargo, a lo que sucedió en el año 818, cuando la muerte de un niño a manos de un guardia desató, por fin, la esperada gran revuelta del arrabal del sur, a cuya población se unieron grupos de otras partes de la ciudad.


La muchedumbre armada se dirigió al Alcázar, rodeándolo. El emir, inseguro de la proporción de fuerzas, ordenó a su guardia personal, “los Mudos” (así llamados por ser mercenarios del norte que no hablaban ninguna lengua local) que prendiera fuego a las viviendas de los rebeldes para que, al ver arder sus propiedades, regresaran a salvarlas y levantaran el cerco al Alcázar. La estrategia funcionó y, durante tres días, los soldados del emir, en venganza, masacraron a la población del arrabal, cifrando algunos autores en diez mil los muertos en la lucha.


Trescientos notables fueron crucificados en las afueras de la ciudad, y alrededor de quince mil cordobeses tuvieron que exiliarse. Pero la orden más importante del emir fue la destrucción sistemática del arrabal, hasta los cimientos, la prohibición perpetua de habitar en la margen izquierda del río y la conversión del territorio en campos de cultivo.


La orden fue cumplida a rajatabla, y hubo que esperar a
la Reconquista para volver a ver asentamientos estables y numerosos en lo que hoy llamamos el Campo de la Verdad.

martes, 14 de agosto de 2007

Hundamos las murallas (II): el derribo de la Puerta de Almodóvar

En el año de 1882, cuando una gran parte de la cerca cordobesa y casi todas sus puertas estaban ya convertidas en ruinas, la ciudad de Córdoba se propuso embellecer los alrededores del Real de la Feria, en el Paseo de la Victoria.

Para ello, el 28 de abril el Ayuntamiento ordenó con carácter urgente (para la Feria de aquel año) la destrucción de uno de los símbolos de antigüedad y decadencia de Córdoba: la Puerta de Almodóvar. Para entender la mentalidad de aquella gente, basta ver que junto con dicho derribo se estaban emprendiendo actuaciones como la plantación de árboles en el paseo, el alineamiento de las fachadas y otras mejoras estéticas.

Si aún hoy podemos entrar a la Judería por una de las dos puertas que resisten intactas el paso de los hombres ignorantes, es por la casualidad de que junto a ella se encontrara un depósito de agua que era necesario variar y reconstruir, lo cual prolongó los trámites el tiempo suficiente como para que la Real Academia de San Fernando, que en otras ocasiones había fracasado en su intento de salvar parte del patrimonio cordobés, impidiera su ejecución con su dictamen negativo.

Una restauración llevada a cabo años más tarde devolvería a la puerta la apariencia monumental que hoy nos ofrece.