Entremezclados el populacho y las tropas españolas, la verdadera caballería y los jinetes voluntarios, alrededor de veinte mil hombres (algunas fuentes hablan del doble) se concentraron en los días precedentes al 7 de junio de 1808, algo más de un mes después del alzamiento del 2 de mayo en Madrid, para salvaguardar la puerta por la que el ejército francés quería entrar en el bajo Guadalquivir: el puente de Alcolea.
Los milicianos habían llegado de los pueblos, de la capital y también desde Sevilla, de donde trajeron la escasa artillería disponible. Durante toda la mañana del día 7, los cordobeses, al mando del comandante general Chavarri, resistieron con sus escopetas a los quince mil franceses veteranos bien armados. Los cañones iban reteniendo a la vanguardia francesa, e incluso la caballería intentó una acción por sorpresa que fue frustrada.
Finalmente, la lógica se impuso y la falta de munición empezó a hacer cundir el pánico, empujando a los paisanos hacia Córdoba y hacia sus pueblos de origen. Los batallones españoles se retiraron en relativo orden, y los invasores cruzaron el puente.
Poco a poco, el general Dupont fue concentrando sus soldados frente a la Puerta Nueva o de Alcolea, que estaba cerrada a cal y canto, como toda la ciudad: dispuesta a resistir desde los escasos tejados que asomaban sobre la muralla, tratando de evitar a la desesperada el saqueo y los crímenes en venganza por la batalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario