Volviendo un poco a los orígenes (y también un poco por vagancia), quería traer por aquí un detalle curioso de los Paseos, concretamente de la descripción del barrio de Santa Marina. Contra lo que pueda parecer, que se sepa, no tiene nada que ver con la Mancebía ni nada por el estilo.
Eso debía pensar, desde luego, Ramírez de Arellano sobre el nombre que la gente le daba desde siempre a esa casa situada al final de la calle Cárcamo, llegando ya al hospital de la Misericordia y a la muralla norte de la ciudad. La verdadera respuesta le vino dada por unas obras en 1870, cuando se derribó la fachada de la casa, y apareció bajo los materiales modernos y formando parte de una antigua portada, un fragmento de escultura romana femenina con un busto desproporcionado. Los antiguos, que solían llamar a las cosas por su nombre, no tardarían en bautizar el inmueble en honor a la señora aquella.
Al parecer, la escultura fue llevada a uno de los patios del hospital. Cabe la posibilidad de que allí estuviera hasta el derribo y nueva urbanización en el siglo XX, por lo que, con un poco de suerte, la pieza podría estar en el Museo Arqueológico. Un día me llegaré a echar un ojo a todas las esculturas romanas femeninas, todo sea por la cultura.
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miércoles, 26 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
El asedio de San Acisclo y el complicado encuentro de razas
En el relato tradicional de la invasión musulmana está incluida la resitencia de un puñado de soldados visigodos (varios cientos, no diré trescientos por no pagar derechos de autor) en la iglesia de San Acisclo, donde aguantaron unos tres meses el asedio beréber.
Aunque no tenemos suficientes datos para afirmarlo con seguridad, se ha postulado que San Acisclo podría haberse encontrado en algún lugar entre el sur de Ciudad Jardín y el cementerio de la Salud, en la zona de Vista Alegre y, dado el tiempo que duró la defensa, debía estar bien protegida o fortificada.
Los musulmanes veían que se prolongaba demasiado tiempo la situación, y decidieron forzar la rendición cortando el suministro de agua que llegaba a la iglesia mediante un acueducto (interesantísimo dato), para lo cual enviaron a un soldado que, según el cronista Ibn al-Sabbat, era el único de raza negra que había pasado el Estrecho. Su misión era, si atendemos al historiador magrebí al-Maqqari, apresar en los alrededores de San Acisclo a algún cristiano al que sacar informes sobre la situación de los sitiados y el lugar por el que les llegaba el agua.
El soldado, sin embargo, fue apresado por los visigodos, que se extrañaron del color de su piel, y le llevaron junto al punto de salida del acueducto para allí tratar de quitarle el pigmento que le cubría, hasta hacerle sangrar de tanto frotar. Así, una vez que le dejaron tranquilo y consiguió fugarse, pudo contar a los musulmanes de dónde llegaba el abastecimiento de agua potable.
Al cortarles el agua, los cristianos debieron quedar algo menos animosos, pero aún así no quisieron rendirse y probablemente ardieron junto a su iglesia-fortaleza cuando al caudillo Mugit se le acabó la paciencia, al cabo de tres meses.
Aunque es muy probable que en época romana llegaran a Córdoba hombres y mujeres de raza negra, no deja de ser curioso que se mencione en las crónicas a este "adelantado", que vino a hacer el papel del negro Estebanico en América, pero con un final algo más digno.
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Tomado, un poco libremente, de la Historia de Córdoba durante el emirato omeya, de Antonio Arjona Castro
Aunque no tenemos suficientes datos para afirmarlo con seguridad, se ha postulado que San Acisclo podría haberse encontrado en algún lugar entre el sur de Ciudad Jardín y el cementerio de la Salud, en la zona de Vista Alegre y, dado el tiempo que duró la defensa, debía estar bien protegida o fortificada.
Los musulmanes veían que se prolongaba demasiado tiempo la situación, y decidieron forzar la rendición cortando el suministro de agua que llegaba a la iglesia mediante un acueducto (interesantísimo dato), para lo cual enviaron a un soldado que, según el cronista Ibn al-Sabbat, era el único de raza negra que había pasado el Estrecho. Su misión era, si atendemos al historiador magrebí al-Maqqari, apresar en los alrededores de San Acisclo a algún cristiano al que sacar informes sobre la situación de los sitiados y el lugar por el que les llegaba el agua.
El soldado, sin embargo, fue apresado por los visigodos, que se extrañaron del color de su piel, y le llevaron junto al punto de salida del acueducto para allí tratar de quitarle el pigmento que le cubría, hasta hacerle sangrar de tanto frotar. Así, una vez que le dejaron tranquilo y consiguió fugarse, pudo contar a los musulmanes de dónde llegaba el abastecimiento de agua potable.
Al cortarles el agua, los cristianos debieron quedar algo menos animosos, pero aún así no quisieron rendirse y probablemente ardieron junto a su iglesia-fortaleza cuando al caudillo Mugit se le acabó la paciencia, al cabo de tres meses.
Aunque es muy probable que en época romana llegaran a Córdoba hombres y mujeres de raza negra, no deja de ser curioso que se mencione en las crónicas a este "adelantado", que vino a hacer el papel del negro Estebanico en América, pero con un final algo más digno.
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Tomado, un poco libremente, de la Historia de Córdoba durante el emirato omeya, de Antonio Arjona Castro
martes, 18 de mayo de 2010
Córdoba frente al misterio (16): la trola del fantasma de Santa Marina
Hace poco me preguntaba, cabizbajo, un desconsolado seguidor del Fulham, mientras le enseñaba el patio de Marroquíes, si había leyendas de fantasmas y esas cosillas en el Casco Histórico de Córdoba. Él no sabía nada del blog ni de la ciudad, así que le podía haber hablado del duende de la calle Almonas o de casas embrujadas, o de muchas cosas que te van contando pero no puedes publicar por aquí, pero me dio por comentarle un fantasma de mentira, y luego escribir esta entrada.
No sé exactamente qué andaba buscando por periódicos de 1859, cuando me encontré una de las tres gacetillas que aparecen aquí, y luego me puse a rastrear los periódicos de esos días hasta reconstruir, más o menos, la historia.
La cosa debió empezar a primeros de septiembre, cuando en el barrio de Santa Marina se corrió la voz de que un fantasma salía a recorrer las calles todas las noches, asustando a la gente y tocando una bocina. Se decía incluso que si el ruido se escuchaba frente a alguna casa en concreto, al día siguiente habría alguna desgracia en ella.
Todo olía un poco a chamusquina, y se pedía, desde luego, que interviniera la polícía, lo que también hacía un periódico de Málaga, en referencia a los casos repetidos de "fantasmas" en las calles de las dos ciudades andaluzas y también de Madrid.
Y fue a raíz de las patrullas de la policía cuando, unos días después, el propio "Diario de Córdoba" dio por terminado el asunto con una gacetilla titulada "Ya no sale" que terminaba con una frase categórica: "no estamos ya en tiempo de duendes". Fue una frase valiente pero que los años desmentirían, porque siempre es tiempo de duendes y fantasmas, aunque vayan evolucionando de la mano de nuestra sociedad.
Y como el año pasado, habrá otra historia de misterio por la noche mágica de San Juan.
No sé exactamente qué andaba buscando por periódicos de 1859, cuando me encontré una de las tres gacetillas que aparecen aquí, y luego me puse a rastrear los periódicos de esos días hasta reconstruir, más o menos, la historia.
La cosa debió empezar a primeros de septiembre, cuando en el barrio de Santa Marina se corrió la voz de que un fantasma salía a recorrer las calles todas las noches, asustando a la gente y tocando una bocina. Se decía incluso que si el ruido se escuchaba frente a alguna casa en concreto, al día siguiente habría alguna desgracia en ella.
Todo olía un poco a chamusquina, y se pedía, desde luego, que interviniera la polícía, lo que también hacía un periódico de Málaga, en referencia a los casos repetidos de "fantasmas" en las calles de las dos ciudades andaluzas y también de Madrid.
Y fue a raíz de las patrullas de la policía cuando, unos días después, el propio "Diario de Córdoba" dio por terminado el asunto con una gacetilla titulada "Ya no sale" que terminaba con una frase categórica: "no estamos ya en tiempo de duendes". Fue una frase valiente pero que los años desmentirían, porque siempre es tiempo de duendes y fantasmas, aunque vayan evolucionando de la mano de nuestra sociedad.
Y como el año pasado, habrá otra historia de misterio por la noche mágica de San Juan.
viernes, 14 de mayo de 2010
Puerta de Osario, mirando atrás
Si me hubieran contado, tal día como hoy, tres años atrás, que este blog iba a llegar con vida y (esporádica) actividad hasta aquí, no me lo habría creído. Cuando colgué la primera entrada era mayo de 2007 y no tenía nada mejor que hacer que preparar los exámenes de 5º... ahora echo la vista atrás y me parece increíble la cantidad de cosas que han ocurrido desde que me puse la careta del león de piedra.
El caso es que había escrito hace tiempo, para hoy, una larguíiiisima entrada sobre cómo nació y creció la página, pero luego pensé que era mejor, simplemente, acordarme de todos los que habéis pasado por aquí en algún momento a lo largo de estos años. Me vale con que hayáis echado un buen rato con alguna entrada en particular, o que hayáis descubierto algo que os gustara. También, por supuesto, de los muchos que han ayudado en los momentos de poca motivación, que los ha habido. Muchas gracias a todos.
El caso es que había escrito hace tiempo, para hoy, una larguíiiisima entrada sobre cómo nació y creció la página, pero luego pensé que era mejor, simplemente, acordarme de todos los que habéis pasado por aquí en algún momento a lo largo de estos años. Me vale con que hayáis echado un buen rato con alguna entrada en particular, o que hayáis descubierto algo que os gustara. También, por supuesto, de los muchos que han ayudado en los momentos de poca motivación, que los ha habido. Muchas gracias a todos.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Los cordobeses de la Invencible
Audio sobre la Armada Invencible, vía 32rumbos.com (para el mp3, click derecho y "Guardar enlace como")
No se le puede reprochar a Felipe II que fuera chuleando, desde luego. Él nunca la llamó la Armada Invencible, como mucho era llamada "la Grande y Felicísima Armada", o "la Gran Armada", a secas. Fueron los propios ingleses, que no se creían que fueran a salir con vida de aquella, los que le pusieron el nombre con el que la recordamos.
Para el pueblo llano era sencillamente "la empresa de Inglaterra", es decir, la genial idea de poner a Isabel I mirando a Escocia a base de transportar a través del Canal de la Mancha, con una enorme flota, a la infantería que Alejandro Farnesio tenía en Flandes, logrando invadir Inglaterra (1), que además había abandonado durante aquel siglo el recto camino del catolicismo.
Sin embargo, nada salió como estaba previsto. No se puede decir que los ingleses hundieran la Armada en aquel verano de 1588, pero no hubo invasión, y el regreso de los barcos en su enorme rodeo por el norte de Escocia y el oeste de Irlanda se convirtió en un infierno meteorológico y de otros tipos, como cuenta en el archivo de audio Juan Antonio Cebrián.
Entre el reguero de barcos que fue quedando por las costas inglesas, nos hablan los "Casos Notables", escritos apenas unos años después de esta guerra, de uno en concreto, que fue a embarrancar en la playa de Londres (?, la verdad es que el relato, contrastado con información de hoy día, huele un poquillo a historias de marineros que no tenían muy claro por dónde andaban). Se trataba de un barco capitaneado por el caballero Antonio de Córdoba (don Antonio embarcose, como le gustaba decir al Cebri), cuyos hombres, convertidos en náufragos en un país extraño y enemigo, estaban dispuestos a convertirse en esclavos de los ingleses con tal de salvar la vida.
Las órdenes de la reina Isabel I, por desgracia, eran poco compatibles con su idea. Temerosa de que los curtidos infantes españoles colaboraran en una revuelta interna de los católicos ingleses, ordenó que se pasara a cuchillo a cualquier náufrago de la Invencible que llegara a las costas (como dicen los "Casos Notables", que no dejasen ni piante ni mamante). Miles de españoles murieron así en Inglaterra e Irlanda. Pero don Antonio de Córdoba debía ser un tipo con suerte, porque se topó con un capitán inglés que, jugándose su puesto y quizás algo más, decidió que el español y muchos de los hombres que le acompañaban quedaran libres incluso contraviniendo las órdenes recibidas.
Don Antonio y todos los naturales de Córdoba fueron enviados de vuelta a España para sorpresa de las familias que ya les daban por muertos. El inglés sólo dio una explicación para justificar su comportamiento: había escuchado tanto acerca de los hombres de armas y letras que la ciudad de Córdoba había dado a lo largo de la historia, que creyó a los soldados cordobeses dignos de ser devueltos a su tierra sin daño alguno, y sin contrapartida.
Como realidad se cuenta en el libro; como leyenda, probablemente, hay que leerlo a día de hoy. Pero si fue verdad, más vale que lo primero que hicieran al llegar a casa fuera irse a Granada a ponerle flores al Gran Capitán.
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(1) Algo parecido intentaría Napoleón unos siglos más tarde, con similar resultado.
sábado, 1 de mayo de 2010
La gran rajada de Alfonso XIII en el Círculo de la Amistad
Habría muchos que no se estuvieran enterando de la misa la media, pero la mayor parte de los asistentes sí que entendían por dónde iban los tiros, y los tiros iban muy altos. Nobleza, autoridades, el ministro de Fomento y el resto de la élite de la ciudad de Córdoba miraban con los ojos como platos al Rey mientras éste proclamaba un inesperado y sorprendente discurso.
Es la noche del 23 de mayo de 1921, y Alfonso XIII recibe todos los honores del centenar y medio de ilustres invitados que se han congregado para la cena de gala en el Cïrculo de la Amistad. Era una de sus visitas oficiales (sobre las extraoficiales ya dejamos volar un día la imaginación). En boca del monarca, se suceden los elogios a Córdoba: a su pasado, a su presente y al futuro que las obras públicas en proyecto iban a proporcionarle. Si es que esas obras eran aprobadas, claro, si es que la burocracia no las ponía en peligro como muchas otras veces. Podemos imaginar, en ese punto, un silencio incómodo, unas densas miradas entre los invitados, un traguito de fino del Borbón.
Y comenzó el verdadero discurso: yo no soy un Rey absoluto -estoy muy satisfecho de no serlo- y mi firma autoriza tan sólo a los gobiernos a presentar sus proyectos ante el Parlamento. Luego, en el Parlamento, ya saben ustedes lo que pasa... Murmullos, carraspeos, al ministro de Fomento se le atraganta una aceituna con el susto, y se pone a toser. Es evidente que el juego de la política, con sus movimientos pasionales, con sus arrebatos, con todo lo que constituye la lucha política, frustra muchas veces el buen deseo y el ánimo decidido que los gobiernos tienen de hacer labor útil para el país. Toses incómodas, caras blancas como la cera, ¿está este hombre cuestionando al Parlamento abiertamente?
Nunca el Rey se había atrevido a hablar así de los políticos y gobernantes, nunca había cedido de tal manera ante una pulsión autoritaria que pudiera tener en su interior... Se derriba a los gobiernos [...] el nuevo gobierno hace suyos esos proyectos, pero entonces la hostilidad procede de quienes cayeron derribados... La política entorpece, indeliberadamente, pero con obstáculos insuperables, la acción de los gobernantes.
La línea argumental, la consecuencia lógica de ese discurso estaba llevando al fin de la legitimidad del Parlamento, a la oscuridad de las instituciones, y los presentes lo sabían y entendían. Los periodistas no daban abasto a copiar palabras que en muchos periódicos no saldrían íntegramente publicadas hasta varios días después, debido al escándalo y la polémica que sacudió todo el país.
Faltaba el último recado: si ustedes se agrupan alrededor del Rey, si la opinión asiste al Rey, se logrará al menos que la firma del Rey sea una garantía para que los proyectos beneficiosos para el país salgan adelante, según transcribe "La acción". O según la versión de "El Defensor de Córdoba", comprendo la necesidad de que las provincias inicien un movimiento de apoyo al Rey y entonces en el Parlamento no triunfarán las ideas políticas, sino el bien de la nación. Entonces los políticos se comportarán como deben comportarse, [...] y el pueblo hará efectivo su voto, aquel voto que les dio en las urnas.
El Rey dijo que no quería salirse de la Constitución. Pero aquella soflama en contra del Parlamento y de los políticos la bordeaba por el lado de fuera. En la mente de todos estaba muy clara la consecuencia última que podrían traer aquellas palabras, combinadas con la explosiva situación que vivía el país, inmerso en la impopular guerra africana y sumido en el caos económico y social: la instauración de una dictadura militar autorizada por Alfonso XIII. Un par de años tardó en llegar el golpe de Estado de Primo de Rivera.
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Primicia primiciosa, por gentileza de Jerónimo Sánchez, un pequeño trozo de historia: el menú de la noche de autos. Madre mía, cómo se pusieron.
Es la noche del 23 de mayo de 1921, y Alfonso XIII recibe todos los honores del centenar y medio de ilustres invitados que se han congregado para la cena de gala en el Cïrculo de la Amistad. Era una de sus visitas oficiales (sobre las extraoficiales ya dejamos volar un día la imaginación). En boca del monarca, se suceden los elogios a Córdoba: a su pasado, a su presente y al futuro que las obras públicas en proyecto iban a proporcionarle. Si es que esas obras eran aprobadas, claro, si es que la burocracia no las ponía en peligro como muchas otras veces. Podemos imaginar, en ese punto, un silencio incómodo, unas densas miradas entre los invitados, un traguito de fino del Borbón.
Y comenzó el verdadero discurso: yo no soy un Rey absoluto -estoy muy satisfecho de no serlo- y mi firma autoriza tan sólo a los gobiernos a presentar sus proyectos ante el Parlamento. Luego, en el Parlamento, ya saben ustedes lo que pasa... Murmullos, carraspeos, al ministro de Fomento se le atraganta una aceituna con el susto, y se pone a toser. Es evidente que el juego de la política, con sus movimientos pasionales, con sus arrebatos, con todo lo que constituye la lucha política, frustra muchas veces el buen deseo y el ánimo decidido que los gobiernos tienen de hacer labor útil para el país. Toses incómodas, caras blancas como la cera, ¿está este hombre cuestionando al Parlamento abiertamente?
Nunca el Rey se había atrevido a hablar así de los políticos y gobernantes, nunca había cedido de tal manera ante una pulsión autoritaria que pudiera tener en su interior... Se derriba a los gobiernos [...] el nuevo gobierno hace suyos esos proyectos, pero entonces la hostilidad procede de quienes cayeron derribados... La política entorpece, indeliberadamente, pero con obstáculos insuperables, la acción de los gobernantes.
La línea argumental, la consecuencia lógica de ese discurso estaba llevando al fin de la legitimidad del Parlamento, a la oscuridad de las instituciones, y los presentes lo sabían y entendían. Los periodistas no daban abasto a copiar palabras que en muchos periódicos no saldrían íntegramente publicadas hasta varios días después, debido al escándalo y la polémica que sacudió todo el país.
Faltaba el último recado: si ustedes se agrupan alrededor del Rey, si la opinión asiste al Rey, se logrará al menos que la firma del Rey sea una garantía para que los proyectos beneficiosos para el país salgan adelante, según transcribe "La acción". O según la versión de "El Defensor de Córdoba", comprendo la necesidad de que las provincias inicien un movimiento de apoyo al Rey y entonces en el Parlamento no triunfarán las ideas políticas, sino el bien de la nación. Entonces los políticos se comportarán como deben comportarse, [...] y el pueblo hará efectivo su voto, aquel voto que les dio en las urnas.
El Rey dijo que no quería salirse de la Constitución. Pero aquella soflama en contra del Parlamento y de los políticos la bordeaba por el lado de fuera. En la mente de todos estaba muy clara la consecuencia última que podrían traer aquellas palabras, combinadas con la explosiva situación que vivía el país, inmerso en la impopular guerra africana y sumido en el caos económico y social: la instauración de una dictadura militar autorizada por Alfonso XIII. Un par de años tardó en llegar el golpe de Estado de Primo de Rivera.
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Primicia primiciosa, por gentileza de Jerónimo Sánchez, un pequeño trozo de historia: el menú de la noche de autos. Madre mía, cómo se pusieron.