Audio sobre la Armada Invencible, vía 32rumbos.com (para el mp3, click derecho y "Guardar enlace como")
No se le puede reprochar a Felipe II que fuera chuleando, desde luego. Él nunca la llamó la Armada Invencible, como mucho era llamada "la Grande y Felicísima Armada", o "la Gran Armada", a secas. Fueron los propios ingleses, que no se creían que fueran a salir con vida de aquella, los que le pusieron el nombre con el que la recordamos.
Para el pueblo llano era sencillamente "la empresa de Inglaterra", es decir, la genial idea de poner a Isabel I mirando a Escocia a base de transportar a través del Canal de la Mancha, con una enorme flota, a la infantería que Alejandro Farnesio tenía en Flandes, logrando invadir Inglaterra (1), que además había abandonado durante aquel siglo el recto camino del catolicismo.
Sin embargo, nada salió como estaba previsto. No se puede decir que los ingleses hundieran la Armada en aquel verano de 1588, pero no hubo invasión, y el regreso de los barcos en su enorme rodeo por el norte de Escocia y el oeste de Irlanda se convirtió en un infierno meteorológico y de otros tipos, como cuenta en el archivo de audio Juan Antonio Cebrián.
Entre el reguero de barcos que fue quedando por las costas inglesas, nos hablan los "Casos Notables", escritos apenas unos años después de esta guerra, de uno en concreto, que fue a embarrancar en la playa de Londres (?, la verdad es que el relato, contrastado con información de hoy día, huele un poquillo a historias de marineros que no tenían muy claro por dónde andaban). Se trataba de un barco capitaneado por el caballero Antonio de Córdoba (don Antonio embarcose, como le gustaba decir al Cebri), cuyos hombres, convertidos en náufragos en un país extraño y enemigo, estaban dispuestos a convertirse en esclavos de los ingleses con tal de salvar la vida.
Las órdenes de la reina Isabel I, por desgracia, eran poco compatibles con su idea. Temerosa de que los curtidos infantes españoles colaboraran en una revuelta interna de los católicos ingleses, ordenó que se pasara a cuchillo a cualquier náufrago de la Invencible que llegara a las costas (como dicen los "Casos Notables", que no dejasen ni piante ni mamante). Miles de españoles murieron así en Inglaterra e Irlanda. Pero don Antonio de Córdoba debía ser un tipo con suerte, porque se topó con un capitán inglés que, jugándose su puesto y quizás algo más, decidió que el español y muchos de los hombres que le acompañaban quedaran libres incluso contraviniendo las órdenes recibidas.
Don Antonio y todos los naturales de Córdoba fueron enviados de vuelta a España para sorpresa de las familias que ya les daban por muertos. El inglés sólo dio una explicación para justificar su comportamiento: había escuchado tanto acerca de los hombres de armas y letras que la ciudad de Córdoba había dado a lo largo de la historia, que creyó a los soldados cordobeses dignos de ser devueltos a su tierra sin daño alguno, y sin contrapartida.
Como realidad se cuenta en el libro; como leyenda, probablemente, hay que leerlo a día de hoy. Pero si fue verdad, más vale que lo primero que hicieran al llegar a casa fuera irse a Granada a ponerle flores al Gran Capitán.
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(1) Algo parecido intentaría Napoleón unos siglos más tarde, con similar resultado.
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