- Aquí tampoco llega.
Efectivamente, la rústica escala de madera posaba su último peldaño a unos dos metros del final del muro. Varios hombres se volvieron hacia los fugados.
- ¿No decíais que había veinte pies?
- Veinte pies aproximadamente. Hace años que nadie repara estas murallas, la altura es distinta según la zona.
- ¡Aproximadamente! Pues nos van a descuartizar aproximadamente en un par de horas como no consigamos subir ahí de una maldita vez.
En absoluto silencio, a paso lento y forzando el oído, el grupo se volvió a separar de la muralla y caminó otro puñado de metros. El intenso frío empezaba a hacer mella en los soldados, y todos deseaban que aquella locura terminara cuanto antes, a hierro matando o a hierro muriendo. Llevaban alrededor de una hora probando la altura de las escalas en distintos puntos de la muralla, sin que en ningún caso fuera posible alcanzar el adarve. Las medidas que les habían dado los habitantes de la ciudad que colaboraban con ellos en la operación parecían estar equivocadas.
Eran las cuatro de la madrugada del día 24 de enero. De 1236. Y un grupo reducido de soldados de Castilla estaba tratando de encontrar el punto débil de las murallas de la Axerquía de Córdoba. Pero la tensión era demasiada y decidieron tomarse un descanso. A escasos doscientos metros de los muros, los hombres relajaron sus espaldas sobre unos pequeños muretes de piedra. Eran ruinas de una casa, y al parecer los alrededores de la ciudad estaban plagados de ellas, como si Córdoba alguna vez hubiera sido mucho mayor, hasta que una catástrofe la hubiera barrido sin piedad.
El reducido destacamento estaba formado en su mayor parte por los "comandos" de la época, los soldados para misiones peligrosas en territorio enemigo, guerreros endurecidos por el clima y la situación fronteriza de las montañas del Sistema Ibérico y sus alrededores: eran los llamados almogávares, que a las órdenes de la Corona de Aragón se convertirían en una fuerza decisiva en muchas batallas posteriores.
Después del respiro, continuaron la marcha. Los cordobeses que les acompañaban para facilitarles la tarea les iban describiendo las puertas de la muralla oriental de la ciudad. Una lástima que nadie se entretuviera en apuntar todos aquellos topónimos perdidos para la Historia.
El grupo bordeó la muralla norte, cada vez más inquietos ante la posibilidad de ser descubiertos. Llegados a un punto, los cordobeses detuvieron su avance.
- No podemos seguir. Detrás de esa esquina estaríamos expuestos a la torre noroeste. Puede que todos los centinelas desde el río hasta aquí estén dormidos, pero los de la gran torre siempre velan.
Benito Baños echó un vistazo al muro.
- Podemos intentarlo aquí.
Vestidos al estilo musulmán, varios de los mejores soldados se prepararon para ascender. La escala quedaba a un metro escaso de las casi desaparecidas almenas. Las instrucciones eran claras: había que pasar desapercibidos el mayor tiempo posible, hasta que hubiera tal cantidad de cristianos en el adarve que ya no fuera posible detener su avance a lo largo de la muralla.
Álvar Colodro fue el primero en subir, el primero en poner el pie en lo que podríamos considerar el interior de Córdoba. Protegidos por las tinieblas, pequeñas patrullas de almogávares fueron pasando por las torres, eliminando a los centinelas musulmanes, y desandando hacia el sur el camino realizado desde que intentaran por primera vez asaltar el muro.
Para cuando uno de los vigías tuvo ocasión de dar la alarma antes de sentir la espada del castellano, las primeras avanzadas habían llegado a las cercanías del extremo suroriental de la muralla, junto al principal molino de la margen derecha del Guadalquivir. Estaban a escasos metros de su objetivo.
La ciudad por fin se agitaba, las primeras luces se encendían dentro de las casas y los gritos de los soldados cordobeses marcaban el inicio de la verdadera batalla. Uno de los almogávares se asomó entre dos almenas y comprobó cómo, entre las sombras, fuera de la ciudad, se aproximaba una masa indefinida de hombres. Había llegado Pedro Ruiz Tafur con sus soldados de Martos, y enseguida se escuchó el sonido de las hachas contra la dura madera de las puertas. Los fronteros cristianos descendieron del adarve para abrirlas desde dentro, y en ese momento una riada de peones entró en la Axerquía. La Conquista de Córdoba había comenzado.
(Sigue...)
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jueves, 30 de octubre de 2008
domingo, 26 de octubre de 2008
A la sombra de la Luna
Hoy que llego cansado, voy a recordar una historia ligerita, simplemente un bonito día diferente a los demás. Aunque a mí me hubiera gustado estar en Madrid el 3 de octubre de 2005, Córdoba tampoco fue un mal sitio para contemplar el eclipse solar que allí fue total y aquí sólo parcial, aunque generoso.
Como Tintín, sabíamos el día y la hora del suceso, y paseando por Rabanales me fijé en que habían instalado un telescopio para proyectar sobre un cartón la silueta del Sol. Así que nos fuimos congregando a medida que se acercaba el momento en que Córdoba debía empezar a ponerse a la sombra de la Luna.
Los rayos de sol que se colaban entre las hojas de los árboles plasmaban en el suelo cientos de pequeños "eclipses", aunque desde luego el fenómeno se veía mucho más nítido en la pantalla sobre la que el telescopio proyectaba la imagen. Se llegó a cubrir más del 80% de la superficie del disco solar y, como muestra la última foto, en Rabanales se observaba una curiosa penumbra a eso de las diez y pico de la mañana.
Como Tintín, sabíamos el día y la hora del suceso, y paseando por Rabanales me fijé en que habían instalado un telescopio para proyectar sobre un cartón la silueta del Sol. Así que nos fuimos congregando a medida que se acercaba el momento en que Córdoba debía empezar a ponerse a la sombra de la Luna.
Los rayos de sol que se colaban entre las hojas de los árboles plasmaban en el suelo cientos de pequeños "eclipses", aunque desde luego el fenómeno se veía mucho más nítido en la pantalla sobre la que el telescopio proyectaba la imagen. Se llegó a cubrir más del 80% de la superficie del disco solar y, como muestra la última foto, en Rabanales se observaba una curiosa penumbra a eso de las diez y pico de la mañana.
martes, 21 de octubre de 2008
Hundamos las murallas (V): el derribo de la Puerta del Rincón
Excluyendo las Puertas de la Pescadería y de Martos, que por su situación en la Ribera tuvieron una vida más ajetreada y un final más prematuro, el primer paso de la destrucción decimonónica de las puertas de la ciudad fue el hundimiento de la conocida como Puerta del Rincón, que se encontraba situada en la esquina de la plaza de Colón que aún hoy se conoce con dicho nombre, donde funcionaba hasta hace poco el cine Isabel la Católica.
El caso es que en esta ocasión el derribo estuvo exento de la mala uva que se hace patente en otras actuaciones, pero el resultado acabó siendo el mismo. La diferencia es que se pretendía destruir la puerta original de la muralla de la Axerquía (en cuyo arranque desde la esquina de la villa se situaba), que se encontraba en el fondo de la cuesta que aún hoy forma la calle, para sacarla a lo alto, donde luciría bastante más y tendría menos problemas en caso de lluvias, etc.
De modo que en 1852, tras informar de los daños que la puerta había sufrido a raíz de un terremoto que vino a justificar felizmente las intenciones del Ayuntamiento, se ordenó el derribo, que se inició el 8 de noviembre de ese año. Inmediatamente, comenzaron las obras de reconstrucción en la parte alta de la cuesta.
De manera provisional, se levantaron un par de columnas y una cancela entre ellas, para mantener la apariencia de que aquello no era un paso libre, sino una puerta en construcción. Como se puede ver en el primero de los recortes de periódico de la imagen, la idea "provisional" se prolongó durante años, hasta provocar el hartazgo de la población.
Ramírez de las Casas-Deza bramaba contra la incompetencia municipal que había destruido un monumento para colocar una entrada de cortijo, y así pasaron los años hasta que en 1865 (!) se decidió derribar los restos que quedaban y pavimentar una nueva calle sin puerta alguna.
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Los datos han sido tomados en su mayor parte del libro "Córdoba en el siglo XIX: modernización de una trama histórica", de Cristina Martín López
El caso es que en esta ocasión el derribo estuvo exento de la mala uva que se hace patente en otras actuaciones, pero el resultado acabó siendo el mismo. La diferencia es que se pretendía destruir la puerta original de la muralla de la Axerquía (en cuyo arranque desde la esquina de la villa se situaba), que se encontraba en el fondo de la cuesta que aún hoy forma la calle, para sacarla a lo alto, donde luciría bastante más y tendría menos problemas en caso de lluvias, etc.
De modo que en 1852, tras informar de los daños que la puerta había sufrido a raíz de un terremoto que vino a justificar felizmente las intenciones del Ayuntamiento, se ordenó el derribo, que se inició el 8 de noviembre de ese año. Inmediatamente, comenzaron las obras de reconstrucción en la parte alta de la cuesta.
De manera provisional, se levantaron un par de columnas y una cancela entre ellas, para mantener la apariencia de que aquello no era un paso libre, sino una puerta en construcción. Como se puede ver en el primero de los recortes de periódico de la imagen, la idea "provisional" se prolongó durante años, hasta provocar el hartazgo de la población.
Ramírez de las Casas-Deza bramaba contra la incompetencia municipal que había destruido un monumento para colocar una entrada de cortijo, y así pasaron los años hasta que en 1865 (!) se decidió derribar los restos que quedaban y pavimentar una nueva calle sin puerta alguna.
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Los datos han sido tomados en su mayor parte del libro "Córdoba en el siglo XIX: modernización de una trama histórica", de Cristina Martín López
viernes, 17 de octubre de 2008
La tormenta de 1589
Gracias a los muchos cronistas que ha tenido la ciudad de Córdoba a lo largo de su Historia, nos encontramos con relatos minuciosos de algunos acontecimientos que perfectamente podrían haberse perdido en el olvido, por no pertenecer al tipo de sucesos que quedan escritos en la literatura "oficial".
Algo así ocurre con la terrible tormenta que asoló la ciudad el día 21 de septiembre de 1589, según cuentan los escritos de fray Juan Chirinos, en su Sumario de las persecuciones de la Iglesia. Según relata este religioso, aquél día se habían ido formando en el cielo algunos nubarrones que en ningún momento preocuparon a la gente que paseaba por la calle. Sin embargo, al caer la noche, se desató toda la fuerza de la naturaleza.
El viento y el pedrisco castigaron, a partir de las once de la noche y de una manera nunca vista, todos los edificios de la ciudad, incluso los que parecían más sólidos. Las torres de las iglesias fueron algunos de los que más sufrieron, por encontrarse más expuestas. La de la iglesia de la Compañía, recién construida por aquellos tiempos, se derrumbó sobre la cúpula del templo, y las campanas cayeron a su interior. Una de ellas, incluso, reventó uno de los enterramientos del suelo de la iglesia.
Muchas casas de la ciudad se vinieron abajo, y algunas, como una casucha de madera que había en la Alameda del Corregidor (cerca de la puerta de Sevilla), volaron literalmente con sus ocupantes en su interior. La torre del convento de los Mártires (hoy desaparecido, junto al molino de Martos) se hundió sobre algunas celdas de frailes, que salieron sanos de entre los restos de la catástrofe.
Nunca volvió a verse un desastre semejante. Y hoy en día, sin perder el respeto a las grandes tormentas ocasionales, hasta sacamos provecho artístico de los rayos, como es el caso del vídeo que ilustra la historia.
lunes, 13 de octubre de 2008
El puente de Cantarranas
Son muchos los puentes que en el término municipal de Córdoba nos recuerdan la antigua extensión de la ciudad, así como los caminos por los que transitaban sus habitantes. En ocasiones, el tiempo ha apartado a estos puentes de las vías principales de comunicación, contribuyendo a su olvido y degradación.
Algo así ha ocurrido con el puente califal sobre el arroyo de Cantarranas, conocido también como puente del Cañito de María Ruiz. Esta construcción es la obra más importante que nos ha quedado como recuerdo del llamado Camino de las Almunias, la vía protocolaria que comunicaba el Alcázar emiral con la nueva ciudad de Medina Azahara, durante el siglo X.
Como bien describe Bermúdez Cano en su trabajo (1), el puente presenta un único arco de medio punto de unos cinco metros de luz y algo menos de altura, formado por treinta y siete dovelas. El ancho no puede ser determinado con exactitud, porque se han derrumbado algunas zonas, pero se estima en unos seis metros.
Cuando decimos que "se han derrumbado", desde luego, no tiene nada que ver con riadas, ni con la erosión de la roca. Bueno, algo sí. Pero es vox populi que han desaparecido un puñado de sillares por aquí, otro por allá, para contener la tierra de jardín en los arriates de las parcelaciones piratas que rodean el monumento, hoy incluido en la zona de protección de Medina Azahara y a la espera de una inminente restauración.
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(1) Bermúdez Cano, J. M. "La trama viaria propia de Madinat al-Zahra y su integración con la de Córdoba", Anales de Arqueología Cordobesa 4, 1993.
jueves, 9 de octubre de 2008
Milenario (2): el otoño del Imperio
(ver anterior / ver siguiente)
Mil años atrás, un mes de octubre de 1008, la ciudad de los califas bullía entre rumores y tensiones. No muy lejos de ella, se concentraban los hombres más poderosos de Al Andalus en torno al lecho de muerte de Abd al Malik ibn Abi Amir, el llamado al-Muzaffar, a quien Almanzor había dejado en 1002 al frente del gobierno efectivo del Califato. Hisham II estaba encerrado en su cárcel dorada de Medina Azahara (en el viejo Alcázar emiral, según otros), alejado de los asuntos políticos.
Al-Muzaffar había sido un primer ministro que había tratado de continuar los pasos de su padre, llevando a cabo exitosas campañas militares contra los reinos cristianos un año tras otro. Sin embargo, su repentina enfermedad y agonía ponía contra las cuerdas los engranajes internos del Estado. Su medio hermano, Abd al-Rahman Sanyul o Sanchuelo, nieto de un rey de Navarra, era considerado por todos un incapaz, pero le correspondía el título de hayib si se quería continuar con la línea dinástica amirí. Enfrente, se situaban los legitimistas omeyas, las familias de la vieja aristocracia que veían como la reducción del papel del Califa, que ya constituía un mero símbolo, podía acabar con sus privilegios sociales.
Además, la llegada al poder de Sanyul estuvo rodeada de rumores acerca de su responsabilidad en la muerte de al-Muzaffar, al que podría haber envenenado. El nuevo hayib, en una actitud imprudente, se aficionó rápidamente a la vida de placeres de Hisham II, del que se hizo amigo íntimo. Enseguida cometió el primero de sus muchos errores: adoptó el título casi califal de al-Mamun, "el que inspira confianza".
Si Sanyul quería mantener el delicado equilibrio entre las facciones árabes, los beréberes y el resto de los grupos étnicos cordobeses, debía obrar con tacto y no traspasar una serie de líneas rojas. Al imbuirse de una dignidad reservada a la familia omeya, había cruzado la primera. No sería la última.
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Línea temporal de la dominación musulmana (I y II)
Mil años atrás, un mes de octubre de 1008, la ciudad de los califas bullía entre rumores y tensiones. No muy lejos de ella, se concentraban los hombres más poderosos de Al Andalus en torno al lecho de muerte de Abd al Malik ibn Abi Amir, el llamado al-Muzaffar, a quien Almanzor había dejado en 1002 al frente del gobierno efectivo del Califato. Hisham II estaba encerrado en su cárcel dorada de Medina Azahara (en el viejo Alcázar emiral, según otros), alejado de los asuntos políticos.
Al-Muzaffar había sido un primer ministro que había tratado de continuar los pasos de su padre, llevando a cabo exitosas campañas militares contra los reinos cristianos un año tras otro. Sin embargo, su repentina enfermedad y agonía ponía contra las cuerdas los engranajes internos del Estado. Su medio hermano, Abd al-Rahman Sanyul o Sanchuelo, nieto de un rey de Navarra, era considerado por todos un incapaz, pero le correspondía el título de hayib si se quería continuar con la línea dinástica amirí. Enfrente, se situaban los legitimistas omeyas, las familias de la vieja aristocracia que veían como la reducción del papel del Califa, que ya constituía un mero símbolo, podía acabar con sus privilegios sociales.
Además, la llegada al poder de Sanyul estuvo rodeada de rumores acerca de su responsabilidad en la muerte de al-Muzaffar, al que podría haber envenenado. El nuevo hayib, en una actitud imprudente, se aficionó rápidamente a la vida de placeres de Hisham II, del que se hizo amigo íntimo. Enseguida cometió el primero de sus muchos errores: adoptó el título casi califal de al-Mamun, "el que inspira confianza".
Si Sanyul quería mantener el delicado equilibrio entre las facciones árabes, los beréberes y el resto de los grupos étnicos cordobeses, debía obrar con tacto y no traspasar una serie de líneas rojas. Al imbuirse de una dignidad reservada a la familia omeya, había cruzado la primera. No sería la última.
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Línea temporal de la dominación musulmana (I y II)
domingo, 5 de octubre de 2008
Un paseo por el Guadiatillo
Ahora que las mañanas se van refrescando y que el campo, una semana sí y otra no, se humedece con las lluvias de otoño (toquemos madera), es el mejor momento para salir al campo. Sobre todo si eres alérgico.
Así que aquí dejo una pequeña recomendación, por si alguien quiere pasear por una de las pocas zonas de nuestra sierra en la que las vallas no agobian al caminante. Siguiendo la carretera de Trassierra, tras pasar el pueblo, podemos continuar hasta cruzar el río Guadiato, transitando después entre pinares y sufriendo durante algunos metros un firme muy mejorable hasta llegar al segundo río, el Guadiatillo (km 26, aproximadamente), junto al cual hay espacio de sobra para dejar el coche.
Un paseo por esta zona, haciendo el menor caso posible de los carteles diseñados para espantar al caminante, puede darnos energía para enfrentar una semana entera en la ciudad. Podemos tomar hacia la izquierda, justo antes del puente, siguiendo río abajo un camino que se va elevando suavemente abriendo una vista del valle poblado de pinos. Los ciervos de la finca se dejarán ver sobre todo si llegamos temprano, las rapaces como las águilas reales (con mucha suerte) o las aguilillas calzadas se elevarán a media mañana aprovechando las térmicas, y después de caer cuatro gotas podremos ver a los trepadores y agateadores picoteando las cortezas ablandadas por el agua en busca de su alimento.
Si tenemos un día especialmente afortunado, que los hay, podremos ver, incluso a mediodía, cuando menos común resulta, a uno de los más escurridizos y tímidos habitantes de nuestros ríos. Allí estará alguna nutria, moviéndose a escondidas por la orilla y dejando ver las ondas en las charcas a su paso.
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La suerte de toparse con una nutria no es nada en comparación con la que supone cruzarse en el camino con este personaje. Suele pasar el primer domingo de cada mes cerca de la Malmuerta, a eso de las 10 de la mañana.
miércoles, 1 de octubre de 2008
La Cruz y la Espada (II)
En 1236, cuando Córdoba estaba a punto de caer ante las tropas de Fernando III de Castilla, se congraron en Alcolea los maestres de las órdenes monásticas militares, procedentes de todo el reino. Allí estaba don Gonzal Yáñez, maestre de Calatrava, don Pedro González Mengo, de Santiago y, junto a ellos, don Pedro Yáñez, maestre de la orden de Alcántara, al frente un ejército de dos mil hombres a pie y seiscientos caballeros, reunidos a toda prisa en menos de una semana.
Junto a ellos se encontraban los monjes-soldado de las grandes órdenes orientales: el poderoso Temple, los caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén (orden de Malta) y los caballeros Teutónicos que más tarde aterrorizarían Prusia y la Pomerania.
El éxito de la campaña hizo que el Rey repartiera entre estas órdenes numerosas posesiones cuyos dueños musulmanes habían sido expulsados de la ciudad. Así, a los Teutónicos les correspondieron varias casas principales en la calle de la Madera, la que sube paralela a la Victoria desde la puerta de Almodóvar hasta la calle Concepción. Allí permanecieron hasta principios del siglo XIV.
Los Templarios recibieron los edificios de la manzana de Santiago, al sudeste, junto a la parroquia, así como el que todavía se conoce como cortijo del Temple, al sur del Guadalquivir y cerca de Almodóvar. También ostentaron la propiedad de Palma del Río y sus alrededores, hasta que la disolución de la orden en los primeros años del XIV hizo que sus posesiones cambiaran de manos. Ramírez de Arellano nos transmite sospechas acerca de la pertenencia al Temple de la parroquia (antiguamente, ermita) de Santa María de Trassierra.
Los caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén, alguno de los cuales es ya conocido, recibieron la renovada iglesia de San Juan Bautista, construida sobre la mezquita original. Al parecer la convirtieron en fortaleza durante el tiempo en el que les perteneció.
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La Cruz y la Espada (I)