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sábado, 15 de diciembre de 2007

Córdoba frente al misterio (4): el Panderete de las Brujas


A la caída de la noche, cuando el titilante brillo de las velas de los altares callejeros perdía su batalla diaria con la oscuridad, volvían muchos cordobeses a sus casas entrando en la ciudad por la puerta de Baeza, junto a la actual comisaría de Lonjas. 

En la España imperial de Carlos I y Felipe II, cuando las guerras de religión estaban en su apogeo, quedaban escondidos rincones donde sobrevivían los cultos paganos y la hechicería, en un pacto tácito de miedo con la población. Es por ello que nadie tomaba, si se había hecho demasiado tarde, la segunda calle a la derecha, luego llamada calle de Ravé. Porque allí, en una minúscula plazoleta, y a atendiendo a calendarios desconocidos, podría estar comenzando un aquelarre.

Los míticos ritos que se celebrarían en el Panderete de las Brujas nunca fueron demostrados, y es posible que surgieran únicamente de la leyenda, pero han llegado hasta nosotros datos que hacen pensar que tenían un fundamento real. Aunque ninguna prueba hay que apoye los relatos de secuestros de niños, sí que tenemos testimonios de que allí vivieron una o más hechiceras, conocedoras de fórmulas ocultas que llevaban a sus víctimas o, mejor dicho, a sus clientes, a un estado alterado de conciencia.

El mismísimo médico de Felipe II, Andrés Laguna, llegó a trabar relación con una de ellas, y consiguió como fruto a sus esfuerzos una muestra de la sustancia que empleaban para provocar el trance. Usando como cobaya a una criada, y sabiendo ya que la composición era, básicamente, un conjunto de hierbas aromáticas, comprobó que el ungüento era la causa de sueños extraños, alucinaciones y viajes de la mente.

Perseguidas por los tribunales de la Inquisición, y vencidas por el paso de los siglos, las hechiceras del Panderete de las Brujas fueron perdiendo su aura de misterio, y al final su propia existencia se deshizo entre las brumas de la historia.

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