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viernes, 29 de febrero de 2008
Teología para serenos
Sin darle mayor credibilidad que a un cuento, narra Ramírez de Arellano una historia que comienza con una relación entre el segundo fraile en la jerarquía del convento de la Trinidad y alguna mujer que habitara una casa cercana.
Una noche, como de costumbre, el fraile se descolgaba desde su ventana recayente a la plaza, con la mala suerte de que fue visto por la ronda de vigilancia, que le tomó por un ladrón, y le gritó el consabido: "¿Quién vive?".
El hombre, poniendo la voz más seria que pudo, contestó tan lleno de ironía como de verdad: "Soy la segunda persona de la Trinidad, que he bajado a tomar carne humana". Al escuchar semenjante afirmación, la guardia no sólo no le detuvo, sino que no se marchó hasta no haberle mostrado su respeto y rendido honores.
martes, 26 de febrero de 2008
Córdoba frente al misterio (6): “¿Quién quema mi casa?” (2ª de 2)
sábado, 23 de febrero de 2008
Córdoba frente al misterio (5): "¿Quién quema mi casa?" (1ª de 2)
miércoles, 20 de febrero de 2008
Del Chaparro a la Lagunilla
Se ideó, para satisfacer las demandas de ambos grupos, una forma de cesión de terreno público a los solicitantes, de manera que se les permitía su uso como propio siempre y cuando respetaran el derecho de paso de los demás habitantes.
La calleja del Chaparro, que sale de Marroquíes, en el barrio de Santa Marina, se va estrechando hacia el fondo, donde guarda una pequeña sorpresa. Cualquier viandante puede empezar a pasar por patios interiores, escaleras y zonas comunes de varias casas de vecinos, hasta desembocar sin saber muy bien cómo en la plaza de
Esta casa de paso es probablemente una de las últimas representantes, si no la última, del mencionado régimen de cesión o servidumbre. Ramírez de Arellano la menciona en los “Paseos”, donde dice que sólo queda otra igual en Córdoba, de la que habla unas páginas más adelante: la almona de paso a la espalda de San Andrés, hoy convertida en calle peatonal.
domingo, 17 de febrero de 2008
La Cruz del Rastro (2)
Don Alonso, algo harto ya de la ausencia de ley, reunió a sus hombres y salió al encuentro del grupo ahora comandado por el noble don Diego Aguayo, al que encontró en las cercanías de San Agustín. Pero esta vez no sólo no pudo convencerle u obligarle a que renunciara a seguir con su comportamiento, sino que se vio forzado a huir y a refugiarse en el Alcázar, desde cuyas torres pudo comprobar cómo segían ardiendo muchas casas de Córdoba. Acompañaban a don Alonso sus fieles, y también numerosos judíos que veían en su espada y en las piedras de la fortaleza su única posibilidad de salvar la vida en aquella ciudad enloquecida.
Sólo cuando la sed de venganza estaba saciada y el número de muertos era lo suficientemente alto, pudo salir del Alcázar el caballero con los suyos, ofreciendo el perdón a los sublevados, y conminando a los judíos a abandonar la ciudad, o bien a volver a ocupar su antiguo barrio propio, cerca de la puerta de Almodóvar.
Con gran arrepentimiento por considerarse el origen de tanto dolor, la hermandad de la Caridad decidió que nunca se olvidaran aquellos días. Para ello, colocó una lápida en el patio del convento de San Francisco, así como una cruz sobre un pedestal en el antiguo Rastro, en la Ribera.
Esta cruz fue barrida por el tiempo, recuperándose su memoria en 1814, cuando se colocó una nueva sobre dos arcos recién construidos al final de la calle de la Feria. Su derribo a causa de las obras del murallón, en 1852, hizo pensar que aquél había sido el último episodio de esta historia. Sin embargo, en 1927 se instaló la actual, que después de una reciente restauración continúa rememorando uno de los acontacimientos más tristes de los vividos por nuestra capital.
miércoles, 13 de febrero de 2008
La Cruz del Rastro (1)
Corría la Semana Santa del año 1473. El día 17 de abril, Jueves Santo, sin que haya acuerdo en esta fecha, la cofradía de la Caridad salió a la calle para celebrar su procesión. Eran buenos tiempos para sus cofrades, porque la reciente fundación del hospital de la Caridad en la plaza del Potro estaba a punto de ser avalada por los Reyes Católicos y acumulaba ya rentas y privilegios.
La comitiva iba pasando por las Herrerías, calle después conocida como Carrera del Puente y que discurre paralela a la Ribera hasta la Mezquita. En ese momento, una mujer dejó caer desde una ventana un montón de desperdicios sobre el manto de la Virgen. Rápidamente, y como resultado de las tensiones religiosas que se vivían en la Córdoba del siglo XV, se culpó del incidente a los judíos de la ciudad, surgiendo líderes espontáneos que llamaron a la venganza.
La multitud, mientras la imagen era recogida por los cofrades, se dispersó por la ciudad, entrando en las casas de las familias judías para matar, robar e incendiar, prolongándose el terror durante cuatro días. Columnas de humo se elevaban sobre Córdoba, especialmente en el llamado barrio de la Judería, símbolo de las envidias y odios acumulados durante siglos hacia la prosperidad de los sefardíes.
Al cuarto día, para poner fin a tanta violencia, el noble Alonso de Aguilar se dirigió al Rastro, hoy Ribera, donde el herrero de San Lorenzo Alonso Rodríguez arengaba a la gente. Allí volvió a estallar la tensión, cuando el paisano ignoró las peticiones de detener la persecución, enfrentándose los dos bandos y atravesando don Alonso de Aguilar al herrero con su lanza. Los partidarios del noble persiguieron a los alborotadores hasta San Francisco, donde se refugiaron.
Más calmados los ánimos, varios compañeros del fallecido llevaron su cadáver hasta su parroquia, donde se dispusieron a velarlo.
viernes, 8 de febrero de 2008
La malaria de 1785
Cuando el agua de las lluvias de abril comenzó a ser templada por el sol, a su paso por los barrios de Santa Marina y San Lorenzo, comenzó a gestarse una amenaza para la ciudad. Los mosquitos Anopheles se reprodujeron en el casco urbano, del mismo modo que lo hacían por todo el país, y a los pocos días se dieron los primeros casos de las llamadas, por su sintomatología, “fiebres intermitentes”: malaria.
Al producirse los primeros muertos, ante el desconocimiento de la causa última de la epidemia, se temía a los miasmas o vapores tóxicos que pudieran exhalar, pero nadie prestaba atención al foco principal de la enfermedad: el arroyo de
Aunque ya en 1785 tuvo que cerrarse la iglesia de Santa Marina por la abundancia de enfermos que habían sido enterrados en el cementerio parroquial, tras el ábside del templo, en 1786 se recrudeció la epidemia. Hasta 12.000 personas enfermaron, muriendo algo más de 1.200. Los Hospitales del Cardenal Salazar (hoy Facultad de Filosofía y Letras), Misericordia y Jesús Nazareno se llenaron de infectados, y mientras que en barrios muy populosos como San Pedro y San Miguel murieron en sus casas una cincuentena de personas, en San Lorenzo y Santa Marina las cifras se dispararon por encima del centenar.
Fue por ello por lo que, cuando la epidemia comenzó a remitir a mediados de noviembre, se fijaron los ojos del Ayuntamiento sobre el arroyo, proyectándose y ejecutándose tres años después la obra de cegado de su cauce, empedrándose las calles y desviándose el curso de agua por el exterior de la ciudad. Por fortuna, no fue necesario esperar a que comenzaran las obras para atajar el mal, ya que el paludismo no regresó la primavera siguiente.
miércoles, 6 de febrero de 2008
Alerces en la Mezquita
Un primer ejercicio de imaginación nos lleva hasta grandes masas de encinas de veinte metros de altura, creciendo sobre los fértiles terrenos de la vega, con un denso bosque caducifolio de galería a lo largo de los ríos Guadalquivir y Guadajoz. Sin embargo, la realidad pudo haber sido muy diferente.
Una buena pista nos la darían los edificios más antiguos de Córdoba de los que se conserve su techumbre original. Parecerá difícil encontrarlos aún en pie, pero alguno que otro que es bastante conocido. Por ejemplo,
El problema es que no sólo
La respuesta la dan las crónicas árabes del Ajbar Maymua: los jinetes beréberes que conquistaron Córdoba en 711 acamparon previamente en bosques de alerces situados al sur de la población, entre el Campo de
Lo sorprendente del dato viene dado porque el alerce (Larix sp, en Europa Larix decidua) es un árbol propio de climas fríos, como ocurre con los bosques boreales de Siberia y Canadá, estando restringido a las montañas en latitudes más bajas. Nunca sabremos con certeza cuál de las hipótesis es la correcta, y nadie sabe qué otras sorpresas podría deparar un estudio del polen depositado en los sedimentos de nuestra campiña.
sábado, 2 de febrero de 2008
El mensaje de la Malmuerta
En el nombre de Dios: por que los buenos
fechos de los Reyes no se olviden, esta
Torre mandó facer el muy poderoso
Rey Don Enrique, é comenzó el
cimiento el Doctor Pedro Sanchez, Corregidor
de esta Ciudad, é comenzóse á sentar
en el año de nuestro Señor Jesu Christo
de M.CCCCVI años, é sendo Obispo Don
Fernando Deza, é oficiales por el Rey
Diego Fernandez, Mariscal, Alguacil
Mayor, el Doctor Luis Sanchez, Corregidor,
é regidores Fernando Diaz de Cabrera,
é Ruy Gutierrez […] é Ruy Fer
nandez de Castillejo, é Alfonso […]
de Albolafia, é Fernan Gomez, é acabóse
en el año M.CCCCVIII años.
Fernando Díaz de Cabrera, uno de los regidores mencionados, era tío del rey Enrique III, quien lo destinó al gobierno de la ciudad cuando relevó al anterior por su ineficacia. Fue este personaje quien fundó el Mayorazgo de Torres Cabrera, origen del Condado que se convertiría con el tiempo en uno de los títulos nobiliarios más importantes de Córdoba. El nombre incompleto de “Alfonso” correspondería a Alfonso Martínez del Alcázar, Señor de Albolafia, otro de los regidores, subordinado como el anterior a Pedro Sánchez, el primer Corregidor que tuvo la ciudad.
De la inscripción también se desprende, sin que se haya puesto demasiado interés en la celebración, que se cumple ahora el 600º aniversario de la construcción de la torre de