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martes, 31 de agosto de 2010

Parque Cruz Conde: cuando la arqueología basta

No hay nada más fácil de esconder que lo que está bajo tierra. No hay nada más difícil de defender que lo que la gente no conoce. La ciencia juega siempre con la desventaja de la incompresión: la exploración del espacio, la investigación básica... El conocimiento puro, el saber por el saber, es la más perdida de las causas perdidas, y se convierte en una batalla romántica, de las que los buenos siempre pierden, cuando se encuentra frente a frente con la política, la construcción o, por decirlo en una palabra, la pasta.

El parque Cruz Conde es uno de los recintos arqueológicos más importantes de la provincia de Córdoba. Si nuestra joya de Medina Azahara nos ofrece apenas cien años de historia del Califato, si el más antiguo de los capiteles del templo romano de la calle Claudio Marcelo fue esculpido dos mil años atrás, lo que hay bajo el Parque Cruz Conde es tan apasionante que deja pequeña esa línea temporal.


En la colina de los Quemados, el cerro del parque, está todo lo que ocurrió en Córdoba
antes de la llegada de los romanos, antes de que Claudio Marcelo fundara la ciudad que hoy conocemos, en el siglo II a. C. El primer lugar que se llamó Córduba fue aquél, una ciudad perdida que existió durante tanto tiempo que bastó con la acumulación de los restos de casas, levantadas unas sobre otras, para que surgiera esa colina que hoy podemos ver. La ciudad romana tomó el nombre de aquel asentamiento indígena que, poco a poco, fue desapareciendo a lo largo de cien años, en beneficio de la nueva fundación, y donde ya sólo se levantaron algunas estructuras en la época del apogeo musulmán del siglo X y durante el periodo almohade, en el siglo XII.

Desde la cima del parque Cruz Conde, en vertical hacia abajo, hay metros y metros de estratos que se remontan hasta más allá del año 2000 a. C. De hecho,
Córdoba existió más tiempo en esa colina de lo que lleva existiendo en la plaza de las Tendillas, cerca del antiguo foro romano. Allí está la cerámica griega que los comerciantes trajeron hasta aquí. Allí están, posiblemente, muchas de las claves que nos pueden explicar la oscuridad del origen de Córdoba, anterior a la llegada de cartagineses y fenicios, anterior al surgimiento de pueblos avanzados como los turdetanos en el sur de la península.

Por eso está declarado como Reserva Arqueológica, por eso duele como una puñalada cada boquete que se abre en ese lugar y por eso sorprende que todavía no se conozca a nivel general el verdadero origen de esa pequeña montaña artificial. En ese parque está prohibido hacer nada que no sea el mantenimiento estrictamente necesario del propio jardín. Y no es porque allí vaya la gente a hacer deporte, sino por su subsuelo. La arqueología es razón no sólo necesaria, sino suficiente, para que no se toque esa zona y para que quede al margen de cualquier planeamiento urbanístico. Esta vez la arqueología no es el obstáculo, sino la auténtica protagonista, porque ese sitio fue creado por el paso de los siglos.

La pasada, presente y futura urbanización de la colina representa la continuidad de un modelo de desarrollo que ha despreciado la huella histórica existente en la ciudad, difuminando su antiguo aspecto, como ocurrió con la autovía que hundió la muralla del Alcázar, causante también de la pérdida de la rasante natural de la avenida del Corregidor.

El parque Cruz Conde y la Ciudad de los Niños no son un simple jardincito y no deben quedar a merced de pavimentadores o comerciantes. Son un tesoro que debe ser conservado intacto, explicado e interiorizado por los cordobeses. Sencillamente, Córdoba dejó de estar allí hace dos mil años, como me dijo un amigo hace unos días. Creernos tan listos e importantes como para regresar ahora con nuestros ladrillitos de diseño (no digamos con los bares de cuya futura instalación se ha venido sospechando) es un ejercicio de estupidez y de falta de humildad que, sin duda, cometeremos más pronto que tarde.

martes, 10 de agosto de 2010

La villa romana de Santa Rosa: pecando de pardo

Será que me estoy volviendo más prudente, pero iba a hacer una entrada en plan salvaje contra lo que veo como el principio de un posible timo a la ciudad de Córdoba, y al final me ha salido simplemente un resumen de situación. En el fondo debe ser que soy un pardillo, y que cuando leo un plazo de ejecución en el periódico cometo el error de creérmelo.

Hace cosa de siete años, fue descubierto un conjunto arqueológico en una parcela de 2700 metros cuadrados, destinada a viviendas, que estaba siendo excavada en el extremo suroccidental de Santa Rosa, casi en la avenida del Brillante. Según cuenta el diario "Córdoba" del momento, aparecieron unos impresionantes mosaicos que la Junta de Andalucía recomendó no sólo conservar, sino adaptar para el aprovechamiento didáctico y turístico.

Terminaron las excavaciones, se redactaron los informes, se tra
sladaron los mosaicos y se construyó el nuevo bloque de viviendas. Cuando algunos empezábamos a preguntarnos qué había sido de aquella villa romana que llamaban "del Algarrobo", apareció en el "Córdoba" en marzo de 2008 la noticia de que a lo largo de ese año iba a ser por fin visitable el yacimiento, aunque el mayor y más espectacular de los mosaicos, por razones técnicas, iba a ser sustituido por una copia.

Cuando llegó diciembre no teníamos villa romana, a pesar de que ya se podía ver desde hacía tiempo la futura entrada por la calle Algarrobo, pero en su lugar tuvimos una
recreación mu bonita en tres dimensiones de cómo debía ser aquello que seguía escondido en el subsuelo.

Siguiendo la pista al tema, en enero de 2010 se deja caer en una noticia que ya estaba todo listo para abrir las puertas, y que sólo faltaba la instalación del montaje audiovisual. Es de suponer que en otro par de años, a más tardar, esté preparado el dichoso montaje y se oferte la visita a la villa romana en una zona tan inédita para el turismo como es hasta el momento el barrio de Santa Rosa.

O a lo mejor estoy volviendo a ser un pardillo, y durante muchos más años tendremos que seguir conformándonos con los únicos restos visibles al aire libre, situados en la parcela de enfrente y protegidos por unas vallas. Que, desde luego, saben a bastante poco para lo largos que nos pusieron los dientes.

jueves, 5 de agosto de 2010

El Balcón del Mundo, en la carretera de Trassierra

Gracias a no tener ni idea sobre la ciudad de Córdoba cuando empecé con toda esta historia, hay muchos nombres que primero conocí por los libros y luego escuché mencionar a las personas. Uno de ellos es el mirador del Balcón del Mundo, que me encontré por última vez en el nuevo Plan de la Sierra, situado, según esta y otras muchas fuentes disponibles, en las Ermitas.

El majestuoso mirador de las Ermitas podrá ser el mejor situado para ver Córdoba de cerca y en altura, junto al de la carretera del Assuán, pero me da que no tiene nada que ver con el verdadero Balcón del Mundo.

Este nombre, por lo que entiendo, se debe aplicar al pequeño y olvidado mirador que se encuentra en la carretera de Trassierra, superado más de la mitad del desnivel camino del "Cruce", en un falso llano con varias curvas antes de llegar a la Residencia San José. Ramírez de Arellano, tras pasar la Albaida, dice que "siguiendo nuestra ruta pasamos por un sitio conocido por el Balcón del Mundo, a causa del magnífico y extenso panorama que desde él se admira, y dejando a los lados los lagares de San José y el Rosal [...], llegamos a la aldea de Santa María de Trassierra".

Y aún más: existe entre las fotos antiguas de Córdoba una que debió ser tomada a principios del siglo XX, y que está titulada en inglés, francés y español "Vista de la ciudad desde el Balcón del Mundo". Como se puede ver, la panorámica coincide con la de la carretera de Trassierra, y no con la de las Ermitas: se aprecia la línea recta que vie
ne desde Turruñuelos y, en última instancia, desde las Margaritas, dejando a un lado el Castillo de la Albaida y la Casilla del Aire antes de empezar la subida.

El aspecto del mirador es, efectivamente, el de un balconcito de hierro al que se accede por unas escaleras. Junto a la carretera, en un apartadero al que la única forma razonable de llegar es en bicicleta (ya no hay espacio para dejar el coche, como antiguamente), aún perdura una fuente revestida de azulejos, que sólo mana agua en los años en que el cielo es generoso, como ha sido el caso de este invierno.

Aquí dejo las fotos (sí, lo siento, del Google Street View), para que se reconozca mejor el lugar.

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Foto del Archivo Municipal de Córdoba, FO020202-A00194-0002-0002.