La estación de Córdoba murió y ni siquiera se respetó su eterno descanso, con su negligente transformación en irreconocible edificio de alta tecnología, tan desastrosa que al San Rafael que preside la plaza (que ya no lo es) le han dado la vuelta para ahorrarle el perpetuo disgusto.
Esta es la foto del último suspiro del edificio de paredes encaladas en que todos los cordobeses de más de quince años aprendimos lo que era un tren, mirando embobados el lento y poderoso inicio de su marcha.
Algunos vieron pasar este tren por debajo del monstruoso, a ojos de un niño, viaducto del Pretorio. Se bajaron por última vez las barreras del paso a nivel de los Santos Pintados y, al subirse de nuevo, lo hicieron como se abren los ojos tras un sueño. La ciudad dio unos pasos por las vías desiertas y se frotó los ojos, distinguiendo el silo al final del inmenso espacio libre. Había comenzado el nuevo siglo.
Mama mia, jose, como has cambiado.
ResponderEliminarTe leo desde el principio pero nunca escribo, no es justo con lo q estás evolucionando.
Tres hurras por tu página. Algarabía, fiesta y jolgorio. Eres un tio cojonudo.
Con este cachito d historia me haces retroceder en el tiempo, en mil tiempos.
Saludos desde Montreal
Muchas gracias, has conseguido con solo cuatro párrafos llevarme a aquel siglo pasado, a aquellos olores a crisota que despedían las vías del ferrocarril, a aquellas tardes de buen tiempo en que de la mano de mi abuelo Benito paseaba este entonces niño por entre aquellas cosas del tren que tanto influían en esta ciudad y en mi familia en particular.
ResponderEliminarSi, yo vi pasar de niño muchos trenes desde lo alto del viaducto del Pretorio, donde los abuletes afilaban sus navajas en las piedras de sus pasamanos. Y no tendrá mucho de singular el aspecto que antes tenía nuestro actual y refinado“vial norte”, pero es donde viví muchas etapas de mi infancia, por eso añoro correr desde la calle por la estación para salir al andén justo a la llegada de un talgo color plata con la banda roja en la ventanas, el timbre y los semáforos de los pasos a nivel, las máquinas de maniobra verdes con una lista amarilla, la paredcilla blanca detrás de la que había todo un mundo de raíles, trajín de vagones y máquinas, los olores de todo aquello, y quizás lo que más a mis abuelos que ya no están, ferroviarios de siempre.