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viernes, 8 de junio de 2007

Hundamos las murallas (I)

A medidados del siglo XIX empezaba a despertarse por todo el país la conciencia de que era necesario modernizar las grandes ciudades en expansión, permitiendo su extensión más allá de los límites del Casco Histórico. Las murallas, con tramos semiderruidos, eran una constante sangría para los Ayuntamientos encargados de repararlas, y daban una imagen de ruina y estrechez cuando se miraban desde el exterior. Sólo la necesidad de que existieran puertas donde cobrar las tasas al comercio las iban salvando de su destrucción.

En 1860, Barcelona y Madrid tomaron la decisión de que sus murallas, militarmente inútiles ya, y estéticamente desagradables, no tenían otro destino posible que no fuera un montón de escombros. En Córdoba, cuyo Casco Histórico estaba lleno de espacios baldíos y conventos desamortizados, se decidió con enorme alegría que había llegado el momento de hundir las puertas monumentales, derribar las muros que limitaban los barrios y plantar alamedas en el exterior. La ciudad debía abrirse al Paseo de la Victoria, a los Tejares, al ferrocarril.

Habiendo probado en 1852 lo fácil que resultaba hundir un monumento (la Puerta del Rincón), los avanzados y modernos cordobeses nos fuimos cargando las puertas de Gallegos, Baeza, Andújar, Plasencia, Misericordia... Enormes montones de antiquísimos sillares, ladrillos y tapial se levantaban en las afueras, conteniendo lo que un día fue la muralla de la Victoria, de Ronda de los Tejares, de Colón, de las Ollerías, de la Ronda de Andújar o del Campo Madre de Dios.

Por fin entraban y salían los carros libremente, la gente paseaba por los nuevos parques y mientras, solitarios, un puñado de hombres, como Ramírez de las Casas Deza o Teodomiro Ramírez de Arellano, lloraban por la pérdida de un trozo de la Historia de Córdoba.

miércoles, 6 de junio de 2007

La Victoria vencida

Durante siglos, a la salida de la Puerta de Gallegos, se alzó un edificio que tuvo, como foco de la religiosidad local, tanta importancia como la que después han ganado la Fuensanta o el santuario de Linares.

Existen varias tradiciones que indicarían que ya durante la dominación musulmana hubo en este lugar algún tipo de centro de recogimiento de una comunidad cristiana, pero son datos tan confusos que sólo se puede tener por seguro que, en la segunda mitad del siglo XIII, poco después de la conquista, se erigió el santuario de Nuestra Señora de las Huertas.

En una de las estancias en Córdoba de los Reyes Católicos, decidieron cambiar el nombre al santuario, pasando a llamarse de Ntra. Sra. de la Victoria, cuya imagen está muy relacionada con la conquista de Málaga en 1482, y por la que Fernando el Católico sentía gran devoción.

Poco tiempo después, se decidió la ampliación para albergar un convento de frailes Mínimos. El día 15 de agosto de 1510 se produjo la entrada de la comunidad, y durante tres siglos habitaron el lugar, hasta el año de 1810 en que sufrieron una primera exclaustración. La supresión definitiva vino en 1836, y en 1865 el edificio fue vendido al Ayuntamiento, decidiéndose su derribo, vencida la devoción a la Victoria por los años y por la necesidad de más espacio para la Feria de la Salud, que se venía celebrando en aquel mismo lugar.

Plano de 1811 de la zona de los jardines de la Victoria

lunes, 4 de junio de 2007

La sorpresa del hotel

En el año 390 de la Hégira, cuando se cumplía el primer milenio de la era cristiana, Almanzor (el victorioso) inauguraba junto al muro oriental de la mezquita de Córdoba unas grandes instalaciones que habrían de servir como lavatorio (mida'a) para que los fieles, mediante la limpieza corporal, alcanzaran el estado de pureza necesario para las oraciones en la Mezquita.

El lavatorio medía más de 30 metros de largo y 16 de ancho, y entre sus grandes sillares corría una compleja red de canalización de agua. Durante más de dos siglos, hasta la conquista castellana, esta casa siguió conservando su función, pasando luego a ser un hospital y, en el siglo XV, una posada.

Y como posada ha llegado hasta nosotros, con la reciente construcción del hotel Conquistador a finales de los 90, durante la cual unos restos inesperados sorprendieron a los arqueólogos. En un gesto inusual, se modificó el diseño del edificio para conservar el hallazgo, y un gran salón con suelo transparente nos permite andar por encima de la piedra desnuda que lleva mil años allí.

No hay más que pasar y pedir permiso en recepción. El pasillo que hay al entrar, a la derecha, se interna hasta el mismo acceso al salón Almanzor, donde están los restos. A menos que esté ocupado el salón, no ponen problemas a las visitas.

viernes, 1 de junio de 2007

La noche de los tiempos

A la orilla del gran río, en una colina que caía abruptamente hacia él, un grupo de chozas. Nadie sabe en qué fecha, quizás en el año 2000 a.C., aunque nunca se podrá determinar el día en que el primer tronco fue hincado en la tierra de la Colina de los Quemados y nació Córdoba.

Permanece sin descubrir el origen del nombre Corduba que los fundadores dieron al asentamiento, en lo que hoy conocemos como Parque Cruz Conde, pero sí se sabe que pronto se concentró en él gran parte del comercio del curso medio del Guadalquivir, gracias al cobre que se producía en Sierra Morena, conformándose entre los siglos VIII y IX a.C. el definitivo núcleo estable de población.

Indígenas, fenicios y cartagineses modelaron la población y el carácter de la ciudad. En el siglo II a.C, cuando el invasor romano comenzó a levantar los muros de la nueva ciudad, que coexistiría con el asentamiento original durante unos doscientos años, en forma de dípolis, comenzó a despoblarse una colina en la que ya nadie habitaría hasta veinte siglos después.